El surgimiento, la beligerancia y los actos de extrema violencia del autodenominado Estado Islámico (EI) han introducido nuevas fuerzas y protagonistas en el convulso panorama geopolítico y geoestratégico del Oriente Medio, escenario de cruentas guerras y conflictos que involucran a Palestina, Israel, Irak, Siria, el Líbano, Yemen, a otros países fuera de la región como Libia, Turquía e Irán, a Estados Unidos y a varios de sus aliados árabes y europeos.
Nacido en el año 2004 como Comunidad del Monoteísmo y la Yihad (guerra santa) —rama del movimiento fundamentalista Al Qaeda para combatir la invasión norteamericana a Irak— rompió más tarde con esa organización para convertirse en el Estado Islámico de Irak y el Levante (EIIL), hasta que recientemente adoptó su nombre actual.
El propósito del EI es tomar el poder en estados árabes e instaurar un califato, un sistema de Gobierno basado a ultranza en la Sharia, la Ley Islámica, que se extendería por todo el mundo musulmán. Califato que ya proclamó en el este de Siria y en el norte de Irak, donde sus efectivos combaten a las fuerzas gubernamentales y ocupan importantes localidades, mientras en el Líbano los enfrenta el ejército nacional, y Hezbollah lo hace en territorio sirio.
Con el tipo de entidad que el EI pretende instaurar en la estratégica región, las fronteras entre Irak y Siria serían borradas, retrotrayéndolas a los tiempos del Imperio Otomano, estrechamente vinculado al último califato islámico, abolido en 1924 por el Gobierno turco.
Analistas calculan que el movimiento yihadista cuenta con más de 10 mil combatientes, entre ellos muchos musulmanes sunitas del norte de África y de los estados del Golfo, así como conversos de Europa y EE.UU., pertrechados con moderno y poderoso armamento, y protagonistas de actos de terrorismo, asesinatos y ejecuciones sumarias.
Indican, además, que dispone de grandes recursos económicos que superan los 20 mil millones de dólares, provenientes de la ayuda recibida en un inicio de Estados del Golfo y de Occidente, férreos opositores a Damasco y Bagdad, y de la venta del petróleo —sustraído en ambos países— a empresas trasnacionales occidentales, beneficiarias del sangriento conflicto y colaboradoras a la vez en la exportación del crudo a sus diversos compradores.
Informaciones publicadas por el Financial Times señalan que la extracción de petróleo solo en la región siria de Al Rakkak, ocupada por los insurrectos, asciende a unos 30 mil barriles diarios.
La máxima autoridad del EI es el iraquí Abu Bakú al Baghadadi, autoproclamado “imán y califa de todos los musulmanes”, clérigo de una mezquita hecho prisionero por EE.UU. durante la guerra con Irak y liberado años después para, según fuentes anónimas de inteligencia foráneas, ser entrenado por el Mossad israelí, con vistas a su posterior utilización en los planes subversivos de Washington y Tel Aviv en Siria e Irán.
La agrupación yihadista, inicialmente acogida con tolerancia por EE.UU. para lograr utilizarla contra el Gobierno de Bachar Al Assad en Siria y ejercer presión sobre Teherán, rompió el cordón umbilical y la empatía que los unía, para independizarse y llevar adelante sus propios proyectos, encaminados a repudiar y combatir a los Gobiernos de Bagdad y Damasco e invadir militarmente sus territorios.
Para el periodista y escritor Patrick Cockburn, corresponsal en el Medio Oriente del periódico británico The Independent, la doble moral de la fallida estrategia de EE.UU. en el caotizado Irak, del que no se ha retirado totalmente, y en la aplicada contra Siria, firme opositor al EI, contribuyó al fortalecimiento de esta agrupación.
El presidente Barack Obama ha autorizado los bombardeos aéreos en Irak para hacer retroceder el avance del EI, y también los vuelos de espionaje sobre Siria, previos a ataques aéreos con iguales fines, lo que representa una seria amenaza de agresión militar directa a Damasco, permanente objetivo de la política exterior yanqui.
De no detenerse la escalada injerencista norteamericana, ni el avance y fortalecimiento de las huestes yihadistas en Irak, Siria o el Líbano, donde son enfrentadas por el ejército y fuerzas de la resistencia de esos países, la confrontación puede conducir a la participación de otros Estados y a una previsible regionalización e internalización del conflicto, capaz de expandir las llamas de la guerra por todo el Oriente Medio, con mayores y más trágicas consecuencias para sus pueblos.