Lourdes Capote Medina supo lo que era la soledad cuando perdió al esposo de toda la vida y su hija emigró a otro país. La tristeza la embargó. Mujer inteligente, comprendió que debía dar un sentido a su vida para no caer en las trampas de la nostalgia.
“En el 2005 me enteré de que en el policlínico Antonio Maceo, en el municipio capitalino del Cerro, se abrió la Cátedra Universitaria del Adulto Mayor y matriculé. Fue maravilloso. Nos dieron conferencias sobre Geriatría, Psicología, Historia…
“Una vez fue la doctora Patricia Arés y habló sobre cómo aceptar la vejez y de la importancia de tener un proyecto de vida ajustado a la edad, cumplible, con pequeñas metas. Todo eso me ayudó muchísimo.
“Al terminar, nos dijeron que comenzaba a funcionar el joven club del reparto Martí, y acepté empezar en un curso. Desde entonces no me he ido de aquí, no sé cuántos cursos he hecho…”
Sentada en el portal del joven club Cerro IV, escucho las vivencias de varias de las integrantes del grupo de mujeres de la tercera edad que por casi 10 años ha estado vinculado a este centro. Cada una llegó con un deseo común: aprender. Ese fue el pretexto que unió a Rafaela Wong —la China como la conocen—, Olga María Leonard y Estrella Benítez, entre otras.
“Cuando inauguraron el joven club, en el 2005, pasé por aquí, pero ya no había capacidad para matricularme. En el otro período me incorporé”, recordó la China, quien siempre fue ama de casa.
Olguita, maestra jubilada, vio en estos encuentros la oportunidad de ejercitar la memoria. “Mi padre padeció de Alzheimer, y yo tengo que entrenar las neuronas, la computación me ha servido para eso”, manifestó.
Casada, le pregunto si el esposo no se ha atrevido a seguirla. “Él viene cuando organizamos actividades, pero no ha querido participar en los cursos”.Según Ileana Hernández Escobar, directora de la institución, en ese entonces llegaron 10 mujeres. No todas continuaron, mas esas —no se han incorporado hombres— vienen bajo lluvia o sol; destacan por el esfuerzo, la voluntad y constancia por aprender.
Con el paso de los años
La necesidad de fomentar hábitos y estilos de vida pertinentes para las personas longevas, dirigidos a elevar la calidad de vida, es esencial en un país con un elevado índice de envejecimiento poblacional.
El censo del 2012 confirmó que el 18,3 % de los cubanos tienen 60 años o más. Considerada “la investigación estadística más grande y costosa que ha realizado el país”, reveló también, de acuerdo con funcionarios “datos muy interesantes para pensar y construir Cuba en un momento de grandes transformaciones”.
En este escenario, la integración a la sociedad de los adultos mayores es clave. De acuerdo con las declaraciones realizadas a Granma por el doctor Raúl González Hernández —a propósito del XII Seminario Internacional Longevidad Activa y Satisfactoria—, constituye un reto “lograr que no se sientan aislados, se desmotiven y enquisten en sus casas, cuando aún pueden realizar actividades socialmente útiles… Hay que preparar a la sociedad, al personal de salud y a los propios adultos mayores”.
Siempre hay una razón
Dinorah y Nelia Martín, dos hermanas casi octogenarias que viven en el municipio de Arroyo Naranjo, en La Habana, confiesan sentirse mucho más dinámicas desde que comenzaron a practicar el Tai Chi, en el combinado deportivo Ciro Frías. “Vamos con el círculo de abuelos y regresamos como nuevas. Para nosotras, es una buena opción. También organizan excursiones muy interesantes, por ejemplo fuimos a las Escaleras de Jaruco, en Mayabeque”, manifestó Dinorah.
La comunidad se torna clave en relación con los hombres y mujeres de la tercera edad, de ahí la importancia de elevar la cultura gerontológica. Crear espacios y generar actividades que interesen y cumplan las expectativas de este grupo poblacional resulta indispensable.
Según la encuesta nacional realizada en torno al envejecimiento en el 2010 por la Oficina Nacional de Estadística e Información (Onei) y su Centro de Estudios de Población y Desarrollo (CEPDE), solo poco más de la mitad de los adultos mayores participa de manera frecuente en las diferentes actividades que se organizan en las zonas de residencia, en tanto casi un cuarto no lo hace nunca o casi nunca.
Los resultados pusieron en evidencia que “las actividades recreativas que con menor frecuencia realizan los adultos mayores son las que implican vínculos con otras personas o salir del lugar de residencia, tales como los juegos de mesa, los paseos y visitas a restaurantes, teatros, cines u otros eventos culturales”.
A juicio del doctor Alberto Fernández Seco, jefe del departamento del Adulto Mayor, Asistencia Social y Salud Mental del Ministerio de Salud Pública, hay que tener en cuenta cuáles son los intereses de estas personas.
“A veces los decisores tomamos medidas y no sabemos realmente qué ellos quieren. Hay una tendencia de organizar actividades para el adulto mayor y se piensa en el danzón y el son; hoy esos adultos son de los tiempos de los Beatles, por eso también hay que cambiar la forma de prepararles actividades.
“La comunidad tiene que precisar los recursos que tiene y determinar cómo pueden buscar espacios para ese segmento. Por ejemplo, tenemos los cines, que abren en el horario de la tarde; sin embargo, cuánto se pudiera hacer en la mañana, cuánto pueden hacer las casas de cultura por el anciano, los joven club, aunque, con estos últimos hay experiencias muy buenas”, añadió.
Reiteró que lo esencial es centrarse en la comunidad. “Una de las cosas tradicionales que hemos tenido son los círculos de abuelos. Ahí no solo hacen ejercicios, sino, desarrollan actividades sociales, participan en recorridos, paseos. Lo significativo es que el adulto mayor tiene un tiempo que es de él, es su momento del día, a veces los hijos y los nie-tos nos apropiamos de su tiempo”, subrayó.
La vida del joven club
Estrella Benítez también comenzó en el joven club desde que se creó. “Me había jubilado y vi la oportunidad de adquirir conocimientos, tener nuevas amistades. Aquí nos sentimos tan bien, que una no tiene deseos de irse”.
Confiesa Olga María Leonard que sus años por el joven club de computación han dado muy buenos resultados. “Antes, por ejemplo, dejaba olvidada la aguja si estaba cosiendo, ahora recuerdo dónde está”.
Lo que sí constituye un problema es el tiempo de máquina. “Tengo que sentarme cuando Eduardo y Ernesto están en la escuela, porque si no ellos reclaman la computadora”.
Ileana menciona a Felina Gómez y Azucena Lluis, quienes tuvieron que abandonar el grupo por cuestiones de enfermedad. “Cuando hice el dictado, Azucena escribió con tremenda velocidad, dominaba perfectamente el teclado, había sido mecanógrafa. Todas han dado cursos de Windows, de Adobe Photoshop, Movie Maker, Dreamweaver y hasta Linux”.
Yanelis Fajardo García, instructora del joven club, dice sin ambages: “Son la alegría de aquí. Disfrutamos la estancia de cada una, aprendemos de ellas, tienen más paciencia que nosotras, las veo como si fueran mis abuelas”.
Acerca del autor
Graduada en Licenciatura en Periodismo en la Facultad de Filología, en la Universidad de La Habana en 1984. Edita la separata EconoMía y aborda además temas relacionados con la sociedad. Ha realizado Diplomados y Postgrados en el Instituto Internacional de Periodismo José Martí. En su blog Nieves.cu trata con regularidad asuntos vinculados a la familia y el medio ambiente.