¿Cuánto he pensado hoy en una hora y media? Tanto he recordado, que se me amontonaron los recuerdos en el sitio clínico ubicado en la Universidad de Ciencias Médicas de Villa Clara, allí estuve, junto a mis colegas, cerca de hora y media cumpliendo el protocolo de la aplicación de la primera dosis del candidato vacunal Abdala.
Y medité, recordé… Sin duda Martí está en mí… Y lo digo con orgullo y no me apena parecer presumida.
Allí en aquel lugar vibraba su fibra y pujanza. Todo estaba cronometrado, cada paso era exacto, como reloj que marca los segundos sin equivocación, y luego el pinchazo salvador. En ese entonces retomé mis dotes infantiles y casi en susurros declamé los conocidos versos del poema martiano: “El amor madre a la Patria, no es el amor ridículo a la tierra, ni a la yerba que pisan nuestras plantas. Es el odio invencible a quien la ataca, es el rencor eterno a quien la oprime…”, creo que no era tanto el susurro, porque hubo quien se me unió y terminó conmigo el verso.
Me transporté a hace más de 50 años cuando mi abuelo, martiano fervoroso, camino a mi escuelita me hacía tomar flores silvestres para depositarlas en el busto que estaba junto a la bandera, a quien yo en mis tardes de cuento llamaba el hombre de La Edad de Oro. Nunca imaginé que aquella imagen estuviera tan nítida y cercana, tan prendida en el lado izquierdo de mí; es que Martí, ese misterio que nos acompaña, está siembre, pero hoy, como nunca, estaba allí inspirando la fuerza de un país.
Pensé más, y evoqué a mi profesor el Dr. Ordenel Heredia, quien supo calar hondo para hacerme comprender un Martí que está más allá del héroe y el paradigma, ese hombre que sufrió, amó, luchó, que puso por encima de todo los obstáculos la independencia de Cuba. A mi mente vino entonces ese Martí humano, íntegro, leal, inmenso y necesario.
Tan necesario que hoy vuelve a la carga con uno de sus poemas: Abdala (La Habana 1869), con solo decir el nombre de su personaje, ese joven que está dispuesto a darlo todo por la Patria amada, se estremece el alma de Cuba, se impregna aliento a cada jornada y la esperanza está tan cerca del horizonte que parece alcanzarse …
Traté de imaginarme a Martí ese día fatídico del 19 de mayo de 1895, no pude, tenía Abdala dentro de mí y creo que me lo impidió. El guerrero martiano hecho dosis no me permitió ver la muerte del más universal de los cubanos, en cambio sentí enérgico su espíritu, su presencia era visible, esa sensación que es vigencia y savia para continuar el triunfo me envolvió, me transportó a un futuro sano. Tuve la certeza de que el Apóstol nos custodia, se renueva, nos continúa salvando. 126 años después, sigue siendo necesario.