Cuentan los libros con que aprendí en la escuela que un día llegó José Martí a Caracas al anochecer, y “sin sacudirse el polvo del camino, no preguntó dónde se comía ni se dormía, sino cómo se iba a donde estaba la estatua de Bolívar”. Y dicen que el viajero, “solo con los árboles altos y olorosos de la plaza, lloraba frente a la estatua, que parecía que se movía, como un padre cuando se le acerca un hijo”.
Aquel suceso memorable no es obra de la casualidad, no había compromiso mayor para el más grande pensador cubano que rendir tributo a quien junto a la forja de la independencia concibió la unión de todas nuestras repúblicas en una patria grande desde el Río Bravo hasta la Patagonia argentina. El propio Martí sintetizaría luego en dos palabras la aspiración inconclusa de El Libertador al identificar estas tierras como Nuestra América.
Han trascurrido justamente 130 años de ese día en que se sellaba simbólicamente un lazo de compromiso por la unidad de nuestros pueblos; solo que ahora, por primera vez, los sueños de Simón Bolívar, José Martí y todos los grandes hombres que lucharon por hacer mejores nuestras repúblicas abrazadas en un solo haz, han dejado de ser ilusiones preteridas y cobran vida al conjuro de una singular aspiración de acercamiento y compromiso que se ha abierto paso.
Con el nacimiento de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños hace dos años, precisamente en Caracas, tal parece que se estuviera saldando la deuda que tenemos todos los hombres y mujeres con la gran Patria que nuestros padres fundadores nos enseñaron a ver como una indivisible conjunción de pueblos.
No es por eso tampoco un hecho casual que la Declaración anunciadora del alumbramiento de la segunda mayor comunidad regional de naciones existente en el mundo enarbole ideas esenciales recogidas en el mandato originario de nuestros libertadores, cuando manifiesta la necesidad de que: “La Celac avance en el proceso de integración política, económica, social y cultural, a la vez que realice un sabio equilibrio entre la unidad y la diversidad de nuestros pueblos”, a fin de que el mecanismo regional creado sea el espacio idóneo para la expresión de nuestra multiplicidad cultural y a su vez “adecuado escenario capaz de reafirmar la identidad de América Latina y el Caribe, su historia común y sus continuas luchas por la justicia y la libertad”.