Sentarse a conversar con el doctor holguinero José Risbel Rojas Díaz es un acto de sumo placer. En su voz, la historia política más reciente de Bolivia y la labor desplegada allí por la misión médica cubana se hacen tan vívidas e impresionantes que una sufre luego por no poder volcar en el texto todo el matiz y la intensidad de su narración.
El especialista en Terapia Intensiva y Emergencia, del Hospital Clínico Quirúrgico de Holguín, y que arribó al país andino en el 2016, carga todavía en la mirada la tensión vivida a raíz del golpe de estado perpetrado al gobierno de Evo Morales por la derecha oligárquica, cuyos desmanes, en opinión del galeno, hicieron convertir al país en un escenario similar al que recrean las películas sobre la segunda guerra mundial.
Médico, ¿quién nos salva ahora?
Es imposible llevar a la hoja la conmoción y humanidad que se captan en los ojos del galeno, enrojecidos y húmedos, mientras rememora el día antes de regresar a Cuba, cuando una señora mayor e indígena corrió a su encuentro y se le colgó del cuello llorando y exclamando, como en una súplica, qué quién la iba a salvar ahora.
“Era una paciente nuestra. Llegó, se nos abrazó llorando y preguntaba qué iba a ser de su vida a partir de ese momento. Nos decía a mí y a dos enfermeras: ¨Médicos, ¿ustedes saben que yo me voy a morir, no?, porque los únicos que nos salvaban eran ustedes¨. «A mí se me ablandó el corazón…”, narra.
El llanto de la boliviana fue, simbólicamente, el lamento de gran parte de los habitantes más pobres de El Alto, en el departamento de La Paz, que regresaban a la desprotección médica con la partida de los profesionales cubanos laborantes en el centro de salud integral comunitario de Chacaltaya, hospital en el que los bolivianos solo administraban y en donde José Risbel acumuló su mayor experiencia sobre la realidad sanitaria del país andino.
Cuenta que en ese centro asistencial trabajaba en una pequeña sala de hospitalización, en la cual no se realizaba tanto la terapia intensiva pero sí se operaban muchos casos. “En los primeros años se atendía un nivel de pacientes extraordinario, sobre todo en la parte de cirugía, ginecología, angiología y algunos casos de ortopedia”.
Pero explica que luego, “a raíz de decisiones de la oposición boliviana, la alcaldía de El Alto nos quitó la categoría de segundo nivel que nos permitía operar en el hospital, en el que solo trabajábamos cubanos. A partir de ese momento, durante casi todo el último año de misión, hicimos consultas de emergencia”.
“Allí se atendía a todo el que iba. La población que asistía era en su mayoría pobre. Incluso teníamos pacientes que solo se atendían con nosotros. Entre los padecimientos de la zona abundaban la hipertensión, diabetes, enfermedades de los huesos y muchos casos de vesícula, várices, insuficiencias arteriales.”
Expone también que allí se evidencian muchos casos de poliglobulia, enfermedad producida por la altura de la zona, ubicada a 4100 metros por encima del nivel del mar. El padecimiento consiste en tener el nivel de hemoglobina muy elevado, lo cual dificulta la función cardiovascular, la oxigenación y da una serie de síntomas.
Cuenta que “el tratamiento paliativo para la poliglobulia, la flebotomía, que consiste en sacar sangre y reponer con líquido, es un procedimiento que en Cuba y el mundo se hace muy fácil, pero las leyes bolivianas no permiten hacerlo en un centro de primer nivel”.
Sin embargo, manifiesta que los médicos cubanos siempre trataban de ayudar a esos pacientes, porque era difícil verlos “cianóticos, oscuros de piel, sangrando por la nariz, la presión alta, las uñas azules, porque la sangre no circula, y dejarlos así, sabiendo que podían sufrir un infarto del corazón o cerebral.”
De entre las muchas anécdotas que guarda en la memoria el médico holguinero y que lo hacen apreciar en una mayor dimensión el tipo de salud pública que impera en Cuba, que contrasta con la del resto de los países donde gobierna el capital, se encuentra la del día en que debió trasladar a un paciente grave hasta otro hospital porque el padecimiento que tenía no era posible tratarlo en el centro donde él laboraba.
Rememora que luego de ser recibidos en el hospital, y como especie de saludo, el médico de aquella otra institución se viró para el familiar del paciente y le preguntó: ¿Tienes seis mil bolivianos para pagar por día? No, doctor, fue la respuesta, a la que le sucedió una rotunda negativa para acceder a terapia intensiva.
José Risbel asegura que ese tipo de deshumanización la vio a menudo, como en aquella otra ocasión en la que una paciente decía haberse operado de un quiste ovárico hacía dos años, y cuando le hicieron el ultrasonido el quiste permanecía intacto… “O sea, le abrieron piel, le suturaron y la mandaron para la calle con el quiste.”
Petardos y tristezas
El rostro del también médico general integral vuelve a emocionarse otra vez que evoca su entrada al avión que lo traería de regreso a Cuba, como parte del primer grupo de colaboradores que volvía a la Isla, después de vivir momentos tensos por la desestabilización provocada en Bolivia por las fuerzas opositoras al legítimo gobierno.
“Cuando crucé la puerta del avión era como estar en Cuba. Todo el mundo estaba llorando, porque imagínate, ¡ya estábamos en Cuba!” Así describe el holguinero sus últimos minutos en el país andino, donde había dejado una parte de sí, de su historia como ser humano y profesional comprometido con la salud y la vida de sus semejantes.
Expone que los últimos días habían sido duros para la misión médica. “Antes de la desestabilización, allí se vivía en paz, como aquí en Cuba. Salías, conversabas, conocías y nadie se metía contigo. Pero de un día a otro pasamos de esa paz a un estado que yo lo catalogo como la segunda guerra mundial. Como las películas que uno ve de esa época en Europa, eso mismo lo vivimos allí.”
“Por indicación de la misión teníamos ya una reserva de dinero y comida para no salir de la casa. Se decidió no asistir más al hospital porque la violencia en la calle era extraordinaria. Organizamos en la casa un sistema de defensa. En el edificio de residencia bloqueamos la escalera e hicimos un sistema de guardia.”
“La agresión en otros lugares fue bastante fuerte. A nosotros nadie nos agredió pero no podíamos estar confiados. Le pusimos cartones a la cristalería de la casa, estábamos a oscuras por la noche, solo con el móvil para que no vieran a nadie dentro. Al frente pasaban las manifestaciones y se hacían barricadas en las esquinas…”
“Sufrimos la situación de los cuatro compañeros presos. El endocrino era compañero de nosotros del hospital. Fue una situación muy tensa porque por problemas de seguridad no sabíamos lo que estaba pasando. Yo estuve alrededor de tres días sin dormir. La casa nuestra no tuvo una agresión directa pero tú no sabías quién podía venir.”
Ya en la apacibilidad de su hogar, en el reparto holguinero de Sanfield, y junto al cariño de su esposa Adriana y de sus pequeños José Ángel y Fabián, de nueve y cinco años, respectivamente, José Risbel va recuperándose de las aflicciones vividas. “De forma inmediata pienso incorporarme al trabajo, atender a la familia y ver crecer a mis hijos, porque tres años parecen poco, pero es bastante”
Bolivia, su drama reciente de injusticia y violencia, sus indígenas, sus colores, no hallarán el camino del olvido en la memoria de José Risbel, mucho menos cuando en su corazón resonaron, literalmente, “petardos de tristeza”: “El día de venir, empezaron a lanzar petardos en el barrio donde vivíamos, pero el dueño de la casa nos dijo que no nos asustáramos. Eran los vecinos que estaban tristes porque nos íbamos.”