Por Carmen R. Alfonso
El 19 de mayo de 1895, hace ciento veinte y cuatro años, cayó de cara al sol —como anhelaba— nuestro Apóstol José Martí, quien consideraba que los muertos no son más que semilla, y morir bien es el único modo seguro de continuar viviendo.
Cuarenta y dos años de existencia sirvieron al Héroe de Dos Ríos para inscribirse en la historia de su Patria y de la Humanidad por su verbo sensible y avasallador, su ideario político y revolucionario, y sus acciones consecuentes con sus principios.
La muerte de un justo
“La muerte de un justo es una fiesta, en que la tierra toda se sienta a ver como se abre el cielo” escribió José Martí el 19 de mayo de 1888 en La Opinión Nacional de Caracas, al referirse al fallecimiento del gran filósofo americano Emerson. Describió su vida pura, su aspecto, su mente, su ternura y su cólera. Y expresó “No aflige la muerte a Emerson: la muerte no aflige ni asusta a quien ha vivido noblemente: solo la tema el que tiene motivos de temor: será inmortal el que merezca serlo”.
Los azares de la vida… Nuestro Héroe Nacional cayó en Dos Ríos justamente siete años después, el domingo 19 de mayo de 1895.
Martí había notificado a Máximo Gómez la llegada de Masó, quien con su caballería cansada había pasado a acampar a la Vuelta Grande. Le insistía “No estaré tranquilo hasta no verlo llegar a usted. Le llevo bien cuidado el jolongo”.
A mediodía llega al Generalísimo sin haber tenido encuentro con las tropas españolas. Las fuerzas se forman y son arengadas por Gómez, Masó y Martí. Las avanzadas anuncian que Sandoval se aproxima siguiendo el rastro de Gómez; este junto a Masó se lanza al ataque y ordena a Martí que se retire, para tratar de protegerlo. No obstante, Martí, acompañado del joven Ángel de la Guardia, carga contra el enemigo. A poco cae mortalmente herido, con heridas en la mandíbula, el pecho y en el muslo.
Una vida corta e infinita
Cuando se analiza la trayectoria vivida por José Martí durante sus intensos 42 años y sus conceptos sobre la muerte, podemos asegurar que nunca tuvo temor de ella. Son inolvidables sus versos:
No me pongan en lo oscuro/
A morir como un traidor/
¡Yo soy bueno, y como bueno//
Moriré de cara al sol!
Son significativas las referencias a la muerte en sus cartas. Ya había expuesto sus sentimientos, en marzo de 1876: “La muerte no es verdad cuando se ha cumplido bien la obra de la vida; truécase en polvo el cráneo pensador; pero viven perpetuamente y fructifican los pensamientos que en él se elaboraron”.
En su Cuaderno de Apuntes, en 1881, reflexiona que “Morir no es descanso. No hay descanso hasta que toda la tarea no esté cumplida, y el mundo puro hallado”. Y ya en enero de 1895, escribió en Patria: “La muerte no debe ser penosa para los que han vivido bien, ni para los que le conocían de cerca las virtudes. Morir es seguir viaje”.