La República Árabe Siria conmemora cada 17 de abril su Fiesta Nacional. Coincidentemente, a miles de kilómetros del Medio Oriente, los cubanos recordamos, en esa misma fecha, la epopeya de Girón.
Las efemérides y la circunstancia de tener un enemigo común fueron evocadas recientemente por el embajador de la nación árabe en La Habana, Idris Mayya, quien reiteró su convicción en la victoria final de ambos pueblos.
En conversación informal sostenida con varios medios cubanos, el diplomático explicó que para los sirios, los festejos por el 17 de abril de 1946, fecha que les recuerda la grandeza del pueblo que consiguió liberarse del colonialismo francés, han sido pospuestos hasta culminar un conflicto armado iniciado en el 2011 contra el terrorismo mundial, ese que algunos pretendieron presentar como una guerra civil interna.
¿Guerra contra quién?
Fuentes sirias han reconocido que a pesar del avance de los terroristas sobre gran parte del área geográfica del país y de haber ocupado importantes ciudades, estas nunca recibieron el apoyo mayoritario de la población, que en más de un 60 % optó por desplazarse hacia zonas controladas por el gobierno.
La realidad es que entre las tropas opuestas al Gobierno del presidente Bashar Al-Assad confluyeron, además de sirios, mercenarios de ciudanías diversas. Varias fuentes aseguran que la cifra de “combatientes” del autodenominado Ejército Islámico —dispersa también en territorios iraquíes— fluctuaba, algunos la ubican entre las decenas de miles de activos, muchos de ellos provenientes de Arabia Saudita, Jordania, Turquía, Qatar y los Emiratos Árabes Unidos.
A esa fuerza se sumaron activos que “arribaron desde Europa, equipados y entrenados con el dinero que invirtieron en ellos algunos gobiernos de ese continente”, junto a chechenos, uzbekos, chinos, kazajos y hasta jóvenes provenientes de América Latina, especialmente Colombia y Chile, afirma un reporte de la BBC.
Tal internacionalización del conflicto, cuya supuesta piedra angular es el fanatismo religioso/ideológico, ha complejizado la pacificación, el retorno de los perdedores a sus países de origen, pues ahora no los quieren, y la reconstrucción de un tejido social fracturado por la ocupación militar y el terrorismo.
Restaurar la paz, el desafío mayor
Grandes proezas militares, de los sirios y sus aliados, permitieron recuperar la mayor parte de los 88 mil kilómetros cuadrados que fueron ocupados por un califato que gobernó de forma brutal sobre ocho millones de personas, y obtenía sustanciosas ganancias gracias a la extorsión, el secuestro, los asaltos y la venta de un petróleo que en realidad no le pertenecía.
Siria es un país privilegiado por muchas razones, entre ellas por su enorme acervo cultural. El patrimonio histórico del país árabe registraba, antes de la guerra, al menos 758 sitios de valor arqueológicos que daban fe de la confluencia allí de civilizaciones como la bizantina, la fenicia, la greco-romana y la árabe-islámica.
En 1979 la Unesco incluyó en su lista de sitios Patrimonio de la Humanidad a las ciudades viejas de Palmira, Alepo, Bosra y Damasco, el Crac de los Caballeros y las Aldeas del Norte, en Hasaka y Deir Ezzor.
Muchos de estos espacios fueron destruidos por la guerra, o saqueados por los invasores.
Las cifras de los daños humanos también son desoladoras: casi un millón de muertos o mutilados; más de cuatro millones de desplazados internos o refugiados en países vecinos. Con suerte y dinero, varios miles consiguieron llegar a Europa, a Estados Unidos, o a América, y desde allí han tenido que enfrentar prejuicios y discriminación.
El corresponsal de Prensa Latina en Damasco, Pedro García Hernández, certificó en una entrevista concedida a la revista chilena Punto Final (www.puntofinal.cl) que “la guerra impuesta y no civil como insisten los grandes medios, adquirió ribetes destructivos, dramáticos. Acabó con más de 50 instalaciones hospitalarias, cinco mil escuelas, miles de kilómetros de líneas de ferrocarril y carreteras (…), deja pérdidas económicas superiores a 200 mil millones de dólares”.
No obstante, desde los primeros años de la crisis, añade el colega de PL, Siria creó el Ministerio de Reconciliación, que contó con programas en colaboración con Rusia. En un primer momento, hasta 2017, llevó la paz a más de mil 200 localidades y pueblos, y garantizó el retorno a zonas pacificadas de más de 85 mil personas y unas 35 mil amnistiados.
Ahora, una vez que el Ejército sirio ha logrado reconquistar amplias zonas en el sur y centro del país, y centra la guerra en los territorios aún en manos de los extremistas, en particular, la norteña provincia de Idlib, es posible avanzar en las estrategias de reconciliación diseñadas mucho antes, las cuales incluyen la reinserción escolar y el empleo femenino, tanto para las sobrevivientes como para las madres de familias del bando contrario, quienes siguieron a sus esposos al campo de batalla y regresaron solas.
Durante los últimos años, el Gobierno de Bashar Al-Assad ha promulgado varios decretos de amnistía: abril de 2013, junio del 2014, julio del 2015 y más recientemente, octubre del 2018. Este último, especialmente dictado para quienes “evadieron el servicio militar y huyeron al extranjero o se desplazaron a otro lugar en el país”, según el comunicado difundido entonces por la Oficina del mandatario sirio.
El indulto y el fin de los enfrentamientos armados propiciaron que más de 3 millones y medio de desplazados internos, y un millón y medio de refugiados regresaran a su patria del Levante. A todos el Gobierno sirio les garantiza acceso a servicios básicos (alimentación y salud) y el retorno a los lugares que un día fueron sus hogares.
Pero ganar la guerra en Siria no solo será acallar morteros y desmovilizar tropas, la región sigue en el paladar de los que incitaron tanto horror. Corresponde ahora afanarse en la reconstrucción de la infraestructura, las ciudades, las escuelas, las fábricas, los sistemas de abastecimiento de agua… temas que también han figurado en los planes priorizados por el Gobierno de Bashar Al Assad.
Todo ello pasa por la reconciliación y la unidad nacional, únicos resortes para que las “células terroristas” permanezcan solapadas, minimizadas tras la derrota, controladas por una sociedad mucho más justa e inclusiva que la prometida por quienes un día fueron sus líderes espirituales.