Por José Sánchez Guerra y Víctor Hugo Puron F
Durante más de cien años permaneció oculta a la mayoría de los cubanos, pues hasta donde saben los autores nunca se publicó antes en Cuba, una entrevista realizada al Mayor General Antonio Maceo Grajales, el 15 de octubre de 1895, en la Sabana de Baraguá, por el periodista norteamericano Hubert Howard, corresponsal de guerra del Herald, de Nueva York.
Una versión del reporte de Howard al diario neoyorquino fue incluida por el historiador militar español Emilio Reverter Delmas en su libro Cuba española, publicado en Barcelona, en 1896, y es esa la valiosa pieza que da lugar a estas notas.
Por lo que permite apreciar esta versión de la entrevista periodística, tal vez se trate de la más completa de las realizadas por la prensa a Antonio Maceo, a la vez que arroja nueva luz sobre el contenido del pensamiento del Titán de Bronce.
A mi llegada al campamento vi desfilar ante mis ojos las fuerzas que manda el Mayor General mulato, por el siguiente orden: pasó delante el EM con sus generales negros y sus jefes y oficiales blancos, negros o mulatos, e inmediatamente detrás, sin orden ya, ni regularidad alguna, comenzaron a desfilar hirvientes pelotones de hombres, unos sin armas, otros con el fusil al hombro, éstos con la carabina en bandolera, aquéllos blandiendo y tirando a jugar al machete por encima de la cabeza, todos gritando y riendo, gozosos sin duda de acampar y descansar tal vez durante dos o tres días de una fatigosísima y ruda existencia.
Entre aquellos pelotones de hombres de todos los colores, de todas las castas; negros bozales con cabellos rizos que llaman pasa y la peste del almizcle que da comezón a toda pituetaria europea, por poco delicada que sea; negros achocolatados y encendidos con el pelo cardoso que revela el cruce con alguna desviación del tipo indio criollo. Mulatos de todas tonalidades, desde el muy oscuro que revela la aleación de una negra y un blanco, hasta el más claro que acusa a la mulata y al europeo criollo del campo de una tez trigueña de color de tierra, y criollos de las ciudades con el cutis fino y la coloración exquisita que se advierte bajo la delicada epidermis; y último, blancos, también legítimos blancos de Europa, españoles peninsulares arrastrados a la insurrección por no sé qué extraño atavismo.
Y para que nada faltase, hasta chinos he podido ver en esta tropa numerosa que, en tropel de rebaño que vuelve a su redil, entraba en su campamento y se extendía por sus calles y se acuartelaba en sus bohíos; con sus familias algunos; nómadas como ellos, a través del monte y de la manigua, en grupos otros, todos contentos y animosos, en extraña e íntima promiscuidad.
Presenciado el desfile y acampada las fuerzas me dirigí a la tienda de Maceo, tienda sí, una verdadera tienda a la europea, de lona fuerte y curtida por el aire del combate, que ha dejado en ella la huella de un balazo indiscreto…
Dijéronme que la cogieron de un campamento español en la otra guerra, y que bajo ella vivió el presidente Céspedes en su campamento de Río Azul. Unos fanáticos de Baire la escondieron 25 años, la han exhumado para ofrecerla al General Maceo.
Los dos Maceo vistiéronse sus trajes de paseo para recibirme; una cosa que no era chaqueta; que quería ser levita, y que parecía un chaquet… De blanco Antonio, prenda negra José, correctísimos ambos, sin una mancha de lodo, impecables.
Mulato, bastante claro el Antonio y muy oscuro el José, y con mejor pelo aquél que éste, de rostro inteligente el primero, sin expresión el segundo, ambos de alta estatura, los dos acusan salud y bienestar. Me recibieron en pie con una sonrisa enigmática para mí y que no pude descifrar y me tendieron la mano.
—Sea usted bienvenido, señor. –Díjome el Antonio– y me complazco en recibirlo atendiendo a su deseo, porque así podrá convencerse de que no somos fieras…
—… Yo no he de exponer aquí las causas de este movimiento que no se ha improvisado, que es el fruto de años de labor penosísimo y de incesante propaganda. Veo que en España se acusa de todo al general Calleja… Diga usted que acusen, si quieren, a todos sus antecesores y a los gobiernos de la metrópoli y serán más justas.
Desde 1885 nuestra propaganda no ha cesado ni un solo día y desde 1890 yo le aseguro a usted que no ha pasado un mes sin que nosotros hayamos logrado meter en este Departamento Oriental un nuevo manifiesto separatista.
Cuando Guillermón y Creonwer dieron el primer grito de rebelión en Baire, todos nosotros sabíamos el sitio, el día y la hora en que debía darse y mi expedición estaba ya organizada. Antes del movimiento, teníamos fe: Hoy hace cinco meses que estoy en la Isla; y desde el primer día que recorro con mi gente este departamento, por donde quiera y a la hora que quiera…
Cuento en el departamento con dos divisiones que arrojan un total de 14 000 hombres, que rivalizan arrojo y valor. Muchos son veteranos de la otra guerra, la mayoría gente nueva en el campo, pero ya saben lo que es pelear.
(Mientras Antonio hablaba, José, nervioso, movía la cabeza asintiendo y aprobando… Antonio no fuma, pero a José no se le cae de los labios el chicote humeante).
Mi gente está medianamente armada. Tengo 6 000 fusiles Remington, Winchester y Maüsser…
—¿Maüsser?, interrogué yo con asombro.
—Sí, son unos cogidos y otros comprados. Nosotros necesitamos tener los mismos fusiles que los españoles, pues de sus municiones tenemos que surtirnos. Así es que aunque en esta guerra no sea el Maüsser de gran utilidad, algunos hemos comprado…
Nuestra táctica siempre ha sido la misma. Solo entramos en grandes combates cuando nos conviene o cuando no hay más remedio. Cuando no, si las tropas operan en columnas numerosas, nosotros nos diseminamos, y en pequeñas partidas los molestamos y entorpecemos sus marchas, congregándonos otra vez cuando nos parece conveniente…
Cuando atacamos no hacemos más de dos descargas, tiramos sólo para aprovechar el tiro pues nuestra fuerza está en ganar tiempo y en no malgastar las municiones. A veces soldados que llevan fusil, no llevan ni un solo cartucho para evitar el derroche. Así nuestras provisiones escasas y difíciles duran, y nos sostenemos mientras España se gasta en la lucha. Esta es nuestra táctica, y la táctica y el conocimiento del terreno palmo a palmo son nuestra fuerza.
Imponemos contribuciones y distribuimos la propiedad no por rapiña, sino por cálculo, porque al segar esas fuentes de riquezas, segamos fuentes de recursos para España. Ustedes se quejan de nuestro procedimiento de guerra, del incendio, de la dinamita, que no hemos tenido que traer de afuera sino que la encontramos en las minas abandonadas, como en las de Juraguá; pero eso es la guerra.
Fuente: Granma, 7 de diciembre de 1996, pp. 4-5 y http://librinsula.bnjm.cu