Este primero de septiembre la Gran Yamahiria Árabe Libia Popular Socialista, arribaría a un nuevo aniversario de su independencia, si no hubiera desaparecido en el año 2011 bajo la conjura de las potencias capitalistas, y las masacres perpetradas por los bombardeos de su aliada la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
En el presente año, el pueblo libio celebraría los 49 años de su liberación en 1969, tras el derrocamiento de la corrupta y proimperialista tiranía del rey Idris I por la Revolución Al Fateh, comandada por el coronel Muammar el Ghadafi.
El relevante hecho histórico transformó radicalmente la política, la economía de la sociedad libia y el nivel vida y pobreza que hasta entonces padeciera su sufrida población.
Trípoli se convirtió en un Estado Moderno y próspero donde sus ciudadanos disfrutaban de amplias ventajas económicas y gratuidad en los servicios de educación, salud y vivienda. Había estabilidad política y armonía entre las diversas tribus que lo integraban y funcionaba como centro de la apreciada ayuda financiera solidaria a países del Tercer Mundo, en particular a los del continente africano.
Pero el Talón de Aquiles fueron sus grandes reservas de petróleo de alta calidad, muy apreciado en los mercados mundiales, a lo cual habría que sumar la avidez de las potencias imperialistas por el control total de tales recursos, ambición que determinaron la caída del régimen del Ghadafi y la destrucción del país norafricano.
Para lograr esos fines Estados Unidos, Francia, Reino Unido e Italia orquestaron una infamante campaña satanizadora del régimen libio que sirvió de pretexto a los criminales, ilegales e injustificados ataques de la aviación de la OTAN y el asesinato de El Ghadafi, actos que fueron sancionados por sendas resoluciones del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.
Previamente, el Gobierno libio fue acusado por Washington, París, Londres y Roma de desatar una violenta represión —que calificaron de guerra civil—contra las fuerzas de la oposición. Usaron el argumento de que tales revueltas buscaban promover supuestos “cambios democráticos”, en consonancia con la llamada primavera árabe que se expandía entonces por el Oriente Medio.
En este contexto, y con la invasión a Irak como precedente, contingentes del ejército y la aviación de Estados Unidos, autorizadas por el presidente Barack Obama, se involucraron directamente en este conflicto, atacando a Sirte, ciudad natal del Ghadafi.
Paradójicamente la injerencia y la agresión foránea a Trípoli se produjeron cuando el líder libio había normalizado sus relaciones diplomáticas con los líderes y las naciones de Occidente, había abierto los mercados de su principal recurso natural a las inversiones capitalistas.
Culminada la agresión militar multinacional, nombrada Escudo Protector, la Yamahiria Árabe Libia, fue borrada del mapa, aniquilados su régimen y autoridades. Le siguió la ingobernabilidad, el caos, la anarquía, la corrupción y las luchas intestinas entre de las facciones regionales rivales, milicias y grupos pertrechados con armamento suministrado por la OTAN, que buscan controlar del poder central y los cuantiosos recursos producidos por la venta de petróleo.
Mientras, la población permanece sumida en la violencia, inseguridad, y está empobrecida por la crisis económica, carente de los beneficios de vida que disfrutó durante los años del liderazgo de El Ghadafi.
Tras convertir a Libia en un Estado fallido, los países occidentales miembros de la Unión Europea y la OTAN han fracasado en sus planes de reconstrucción del país. Tampoco Naciones Unidas ha podido devolver la estabilidad y la seguridad que antes tuvieron los ciudadanos que emigran masivamente, ni conceder legitimidad a un Gobierno, dividido hoy entre Trípoli y Tobruk.
Otra infamante consecuencia de la intervención y agresión extranjera es haber convertido a la antigua Yamahiria en un reservorio de mano de obra esclava que es subastada en Trípoli, principalmente hombres, mujeres y niños inmigrantes que arriban a sus costas huyendo de las guerras o en busca de
mejores condiciones de vida.
Esta es la libertad y democracia que Occidente ha “regalado” a Libia tras ocasionarle más de 120 mil muertos, 200 mil heridos y 400 mil refugiados.