“…la gente grande quizás piense que esta es una historia de amor un poco rara y hasta algo loca, porque dónde se ha visto un cangrejo enamorado de una vaca.”
Y realmente extraña, pintoresca, original y paradójica es la ficción literaria del colega Rodolfo Torres (Ciego de Ávila, 1950), recientemente llegada a mis manos y de la que he extraído el anterior fragmento (página 26). Se trata de la novela ¿para niños? titulada ¿Pero las vacas no ponen huevos?, una divertida historia pensada desde diferentes posiciones interpretativas que atrae la atención de infantes, adolescentes y, también, de los adultos que extienden sobre ella, inducidos por la experiencia vivida, una mirada que se mueve entre la nostalgia de los años de la mocedad hasta las más disímiles circunstancias que impone el propio acto de existir.
Nacido en una zona próxima al entorno rural, el autor rememora aquellos personajes que, muy cerca de él, le vieron crecer: vacas, toros, gallos, gallinas, perros, gatos, caballos, chivos…. y que de alguna forma devinieron protagonistas de las quimeras y juegos de una etapa que definitivamente nos marca y conforma sólidos gérmenes de nuestra concluyente personalidad.
El toro Agustín Terco, las vacas Domitila Lechepura y Tomasa, las gallinas Manuela Moñuda y Pobrecita Rizada, además del gallo Pinto Cantaclaro son algunos de los principales protagonistas —aunque de alguna manera todos los animales lo son, junto al viejo y mítico dueño del bullicioso patio—, así como cerdo Tapón Mantecoso, los chivos Seferino, Berrenchín y Timoteo Hediondez, amén del perro Pasambre Mussha, el caballo Toloaguanto Firme y el cangrejo Anastasio Patirrayado, entre otros muchos, nos llevan, de forma amena y sencilla, y también perversa o piadosa, pero con mucho humor, por escabrosos laberintos de la convivencia humana.
¿Pero las vacas…?, escrita de un modo próximo al guión para teatro —por tanto, tal vez fácil de llevar a las tablas—, establece inconfundibles nexos con sentimientos y emociones que tienen mucho que ver con nuestra idiosincrasia insular. Situaciones que, en tanto provocan la risa incitan a la meditación. Entretejido narrativo en el que convergen pasión, amor, odio, intrigas, poder, miedo, intolerancia y fidelidad, hasta los más inconcebibles caprichos, ideas, pasiones, afanes, aventuras y desventuras, cuyas escenas transcurren en un revuelto y desenfrenado corral doméstico.
Los amoríos y el posterior matrimonio de la vaca Domitila y el cangrejo Anastasio; la afanosa construcción colectiva del nido para el “enterneramiento” de los huevos de la vaca Tomasa y el nacimiento de sus terneros; así como la expulsión del corral, por infiel y adulona, de la gallina Tremebunda Perillán, son algunos de los pasajes de esta historia que, como lo percibimos en El principito (Le Petit Prince), del escritor y aviador francés Antoine de Saint-Exupéry (1900–1944), son referentes del hombre contemporáneo desde su altura más universal.
El libro fue ilustrado por los niños María Fernanda Torres (5 años de edad) y Fabián Bell Barceló (6), ambos de Cuba; Annette Carmen Rodríguez (6) y Daniel Alejandro Rodríguez (13), de Estados Unidos; y Amanda de León (8), de Venezuela; quienes logran captar esencias de la novela y recrearlas en dibujos especialmente concebidos para ¿Pero las vacas no ponen huevos?
Periodista de profesión y novelista por devoción, Torres es autor de otros títulos, tales como Mis hermanos en la guerra, El camino del infierno, El diablo quiere ser bueno, El cementerio de Colón y Un cementerio que agoniza.
Me parece muy esta reseña, de un autor cubano que aunque no vive en cuba, sigue siend tan cubano como las palmas.
Muy bien, Rivas, me dejas con ganas de seguir leyendo y no porque hables de un texto salido de mi loca imaginación, sino porque te vas al fondo de él con muy pocas palabras y poniéndole belleza además del corazón. Gracias. Rodolfo.