Sobre el libro Girón en la memoria, de Víctor Casaus, texto que obtuvo Mención en el prestigioso Premio Casa de las Américas de 1970, damos a conocer algunos fragmentos que hacen estremecer al lector. En torno a este volumen varios prestigiosos intelectuales cubanos, ya fallecidos, expresaron:
Raúl Roa, escritor, polemista, profesor, político y diplomático:
«El libro de Víctor Casaus es evidentemente un libro excelente, es una evocación vívida, plástica, muy lograda del episodio de Girón y, a la vez, desde el punto de vista técnico, constituye algo ejemplar.”

José Antonio Portuondo, profesor, crítico, ensayista e historiador literario:
«Girón en la memoria conserva intactos sus valores, su actualidad, su frescura (…) Casaus nos sitúa, de golpe, en medio de los hechos, contados por los hombres que los vivieron.”
Eduardo Heras León, escritor, uno de los más importantes críticos de ballet del país y Master en edición de libros.
«El trabajo de Casaus no fue el del simple transcriptor de los testimonios y entrevistas. Aquí hay un sutil trabajo de decantación, de selección, de filtraje de los textos, de adecuación de los diferentes lenguajes de los testimoniantes para ofrecerlos de cuerpo entero…”
En la segunda parte de este trabajo extraído de La Tizza (https://medium.com/la-tiza/),v por la forma en que Cassaus narra los acontecimientos vividos durante los épicos días de Playa Girón, podemos continuar una lectura estremecedora que bien vale la pena rememorar en estos días de celebraciones de la Gran Victoria de Playa Girón:
FERNÁNDEZ
La cabina estaba llena de rocío. Puse todos los chuchos del avión: calefacción, todo. Todos los chuchos para arriba. Entré por la pista y despegué.
BOURZAC
Pasó el avión, el atacante, y después pasó Alberto que embromaba, para despegar. Despegó.
FERNÁNDEZ
Apenas veía la pista, pero sabía que la calefacción quitaba el rocío del interior; el del exterior se iba con la velocidad que ganaba el avión. El despegue. Arriba hay por lo menos tres aviones dando vueltas sobre la base. Son los que dejaron caer el rocket en la casa, las bombas sobre la pista. Uno no quisiera perderlos de vista mientras despega. Sobre todo eso: el despegue. El primer instinto es que no le vayan a tirar a uno en el momento del despegue: el momento más débil del avión, no puede hacer nada. Que no te cojan en la carrera de despegue, que no te cojan en el momento de despegar. Yo iba con la cabeza así, a ver si veía algo. Entonces me doy cuenta de que el avión no despega en la carrera normal. No despegaba.
Reviso maquinalmente las cosas. Resulta que tenía los flaps arriba –y él tiene que despegar con flaps– y los frenos aerodinámicos puestos. Así no despega nunca; y menos con las bombas y el combustible. De un tirón metí los frenos aerodinámicos, bajé los flaps por completo. Les hice así para abajo a las palancas y salí.
Escuadrón de Eduardo González Sarría
Hay que enaltecer los valores, pero no debemos edulcorar la verdad.
CARRERAS
La artillería nos permitió iniciar el despegue. Bourzac y Fernández llegaron a los aviones. Cuando empezaron a rodar para el despegue, los aviones mercenarios comenzaron a retirarse.
BOURZAC
Cuando Alberto despega, me parece que no se había percatado de los aviones, de la dirección de los aviones. Yo no sé. Hubo un avión que giró para la derecha –el tiempo estaba bastante regular–, y después que giró para la derecha, giró de nuevo para la izquierda. Parece que era huyéndole a la cuatroboca que estaba en la 36, o huyéndole al mal tiempo, no sé.
Y cuando Alberto despega y gira a la derecha, yo creía que lo que estaba era abriéndose para atacarlo, pero veo que prende y sigue y sigue y sigue y se va.
Yo no tenía radio, no tenía nada en el avión. No podía avisarle, pero le hablaba. Sin radio, pero le hablaba de todas maneras. Pero figúrate, nada.
FERNÁNDEZ
Y yo giré para el sur, para la derecha.
Por dos motivos: porque el avión que me estaba atacando a mí giró para el sur. Y por otro: no tenía conocimiento de que los aviones venían de Puerto Cabezas, de Nicaragua, y que se supone que regresarían para allá. Por eso cojo para el sur. Buscando.
Cuando llego al mar, por debajo de la capa de nubes, del overcap, boto las dos bombas en salvo, para que no explotaran; las tiro sobre el mar, pero en salvo, no fuera a ser que les cayeran a unos pescadores: esa costa sur está llena de pescadores.
Buscando los aviones por debajo de la capa llegué a Isla de Pinos, el sur de Isla de Pinos. Iría a unos 300 y pico de nudos, 380 a 400, y pegado al suelo porque había una capa.
Al sur de Isla de Pinos veo que se termina el overcap y queda limpio el cielo. Trepé un poco y me mantuve haciendo patrulla. Por la velocidad a que fui para allá, tenía que haberlo sobrepasado, seguro, y me puse a hacer una patrulla al sur de la Isla, que estaba limpio.
Estuve haciendo esa patrulla allí, vestido con mi overol solo, el overol aquel azulito de nailon, sin calzoncillos ni nada, sin zapatos: me di cuenta que había salido con el overol nada más y el casco, sin chaleco ni nada porque no había tiempo y tú sabes el tiempo que demora ponerse el chaleco y aquello era de montarse y salir. Por el espejito del T-33 yo vigilaba la cola y una de esas veces en vez de ver la cola me veo yo mismo la cara, coño, me miro otra vez y me asombro: estaba echando sangre por aquí por la frente, bajaba de la cabeza, del casco, y caía aquí en la cara, y entonces me acuerdo del golpe que me di, porque no me había acordado ni me dolía nada, de verdad no me dolía nada, y cuando me veo en el espejo echando sangre, con la cara aquella, digo: Coño, ¿qué pasa aquí? ¿Ese soy yo?
BOURZAC
Despego y veo que el avión se ha metido en las nubes. Lo voy vigilando por fuera, dando vueltas y avanzando, caminando y esperando que saliera para atacarlo. Así llegué casi hasta Cayo Hueso. Me di cuenta de dónde estaba y me fijé en el avión que estaba fallando: la temperatura había pasado ya el límite máximo, no tenía indicador de combustible –yo sabía conscientemente que estaba lleno, pero no tenía indicador para saber si era cierto o no–; no tenía indicadores de presión de aceite ni de temperatura: sabía que estaba caliente porque me estaba quemando. A esos aviones les faltaban muchos instrumentos, y el calor salía por los huecos en la pizarra y le daba a uno directamente en el cuerpo.
En esa situación me orienté –más o menos, porque brújula no tenía–, hice un giro de 180 y regresé a la base, esperando que de un momento a otro se parara el motor y cayera en el mar. Pero era preferible caer en el mar que caer en Cayo Hueso. Aunque te voy a decir: no sabía nadar ni tenía salvavidas. Pero qué. Era preferible.
FERNÁNDEZ
Al regreso, la base estaba llena de humo. Vista desde el aire, como si la hubieran destruido. El C-46 estaba ardiendo, el T-33 estaba ardiendo, el F-47 también. La llamarada, el humo sobre la base daban la impresión de que, coño, habían destruido la aviación. Entre tanto humo y tanta llama, pensé que los artilleros también me iban a tirar a mí. Hice un primer pase sobre la base a gran velocidad y a gran altura. Nada.
Bajé y pasé a tres mil pies en el segundo viaje, igual, a máxima velocidad: Uuuuuuuuuuua, paso por segunda vez y no me tiran. Digo: Coño, está bien. Entonces pasé a quinientos pies y a gran velocidad también, por si acaso.
Vi que nadie me tiró, rompí y aterricé.
Abajo me empecé a enterar de cosas, de lo que había pasado. Que hirieron a Bocachula en un brazo.
Bocachula trabajaba en Operaciones y se fajó con los aviones con un fal, las bombas cayendo y Bocachula tirando al lado de la torre de control, los aviones tirando y él fajado con los aviones, y al caer una de las bombas, los fragmentos le atravesaron el hombro izquierdo o el derecho, no me acuerdo.
Que también hirieron a Félix, un artillero. Artillero de última hora, porque él era pizarrista de la base y en la movilización cogió una pieza de artillería, cogió el curso –de esos apurados, ¿no?, prácticos de esos– y la batería donde él estaba la cruzaron con varias bombas, cayeron varias bombas entre las piezas, y a él lo hirieron grave, en el hombro y en un ojo. Esa fue la gente que contuvo a los aviones. Mientras fue sorpresa, todo estuvo bien para ellos. Pero cuando empezaron a sonar las baterías, empezó a cantar otro gallo. Ya no había sorpresa, ya no era fácil.
BOURZAC
Pero los artilleros que estaban allí –muchachitos de 13, de 15 años– se prendieron con una moral, carajo, con un valor. A esos muchachitos Fernández les debe la vida.
FERNÁNDEZ
Los aviones aprovecharon el factor sorpresa, la hora, porque fue una hora en que la claridad está saliendo, ¿no?, era un día de neblina, de neblina o de nubes bajas. Tuvieron el factor sorpresa y lo aprovecharon: destruyeron el T-33 de guardia. Pero después el fuego antiaéreo que hubo allí los obligó a retirarse, aparte de la salida de los aviones, que fue lo decisivo.
Pero los aviones pudieron salir, los nuestros digo, por los artilleros. Todavía me acuerdo de un avión acercándose a una pieza y yo diciendo: Coño, ¿pero por qué no le acaba de tirar? Y era que esperaban tenerlo bien a distancia de tiro para disparar, y cuando lo tenían cerca, ahí empezaba el fuego y el fuego lo seguía pero como un chicle, iban pegados, pegados ahí, pegados. Y como estaba medio oscuro se veían las trazadoras, brillando, detrás de él.
BOURZAC
Desde lo alto se distinguía el T -33 de Alberto. Estaba allí, o sea, había regresado. Había aterrizado bien Alberto, y eso me alegró. Di mi pase, a ver si me tiraban. Segundo pase a ver si me tiraban. Nada.
Cuando aterrizo, llego a la línea de vuelo, paro el motor y todos los compañeros salieron corriendo a recibirme y a ver cuál era el resultado de la operación. Y ellos ven que no me bajo.
Ven que no me bajo y me dicen: ¿Qué pasa, Bourzac? Bájate. No sé qué pensaron en ese momento.
Pero yo no me bajaba. No me bajaba porque estaba desnudo. No en calzoncillos, como uno dice después, por pena. Desnudo. Lo único que llevaba era una camiseta y ya allí había muchos compañeros y era un espectáculo feo bajarme con todo eso así, y yo decía: Búscame una sábana. Y la gente: ¿Pero qué te pasa? Búscame una sábana, digo. Por fin apareció una camisa.
Bajé y me llevaron al hospital. Ya me sentía mal, porque cuando aterricé estaba lloviendo y al bajarme del avión –un avión al que le pasaba todo el calor para la cabina, que me tostaba totalmente la carne–, cuando me bajé lloviendo, me enfermé y tuve que ir para el hospital. Estaba ahogado, sin respiración, con una especie de asma. Y fiebre. Bastante fiebre.
CARRERAS
Hicimos un recorrido por la artillería antiaérea, viendo los heridos que había ocasionado el ataque, los daños que habían ocasionado. Hicimos un análisis de la situación y se la informamos después al comandante Guerra Bermejo.
Más tarde llegó el Comandante en Jefe y le explicamos lo que había pasado. Nos dijo que efectivamente era cierto que nosotros no podíamos perder tiempo durmiendo tan lejos de los aviones y que teníamos que dormir debajo de las alas de los aviones. También nos dijo que ese era el miedo que le tenía el enemigo a nuestros destartalados aviones, que aunque eran malos, así y todo les tenían miedo y que ese miedo no era tanto a los aviones como a ustedes, dijo, a los pilotos.
Nosotros de verdad estábamos locos por un encuentro con ellos. Desde principios del 60 habían empezado aquellos ataques a los cañaverales, la quema de caña, ataques a centrales, y no había medios de detección. Cuando avisaban y nuestros aviones (o nuestro avión) salía, ya la avioneta había huido. Siempre nos dejaban así, y estábamos buscando el desquite.
BOURZAC
Bueno, chico, ven acá, y los pilotos ¿qué hicieron? ¿Se escondieron? Eso fue lo primero que preguntó Fidel.
Y dícele Carreras: No, comandante, bajo el bombardeo despegaron dos aviones que estaban ahí de Patria o Muerte como decimos nosotros; no eran de alta, ni semi-alta siquiera, sino aviones de Patria o Muerte. Entonces Fidel preguntó qué pilotos eran los que habían volado y le dijeron que Fernández y Bourzac y nos mandó a llamar y nos felicitó.
FERNÁNDEZ
Fidel lo había dicho: Los aviones nuevos hay que ganárselos. Eso nos dijo un día antes del ataque, cuando se comenzó a preparar la base, a tomar medidas. Nos dijo: Cuiden los aviones, que con esos pocos aviones que tenemos van a hacer mucho en un momento determinado. Con esos mismos aviones.
Pero que había que cuidarlos, dijo, y le dijo a Klein que dislocara toda la técnica, que no podían estar los aviones juntos, que aunque estuvieran de baja le costara trabajo al enemigo destruirlos.
BOURZAC
Y dice Klein: Bien, comandante, así se hará. Pero, fíjese, si ya hay nociones de que vamos a ser víctimas de un ataque, ¿por qué no nos trae un escuadrón de Hawker Hunters?
FERNÁNDEZ
Cuando aquello Klein era el jefe del grupo táctico mixto de la base. Eso fue poco antes de caer en un accidente junto con Osvaldo Sánchez.
Lo del Hawker Hunter era porque en aquellos días había contactos con la fábrica inglesa: habían llegado unos Sea Fury que el gobierno de Batista había comprado y no le llegaron a tiempo a él y llegaron ya cuando la Revolución. Y los ingleses fueron los que los armaron, los probaron y entregaron los Sea Fury. Los Sea Fury son de esa fábrica, la Hawker. Por eso se decía lo de los Hawker Hunters.
BOURZAC
Un escuadrón de Hawker Hunters, dice Klein, si había noción de que vendría un ataque. Además, todos los pilotos que hay aquí son revolucionarios probados, dice Klein.
Mira, Klein, dice Fidel, no me pidas aviones nuevos. Lo que te voy a meter aquí son doscientas vacas lecheras, chico. Porque ya la aviación me tiene obstinado.
En esa reunión fue donde yo dije: Lo que deben traer es un escuadrón de parihuelas, doce parihuelas. Y me dijeron: Pero doce parihuelas… ¿para qué? ¿Para cargar la pangola? Y yo dije: No, para que nos carguen los cojones de nosotros los pilotos hasta los aviones, porque en esos aviones nosotros vamos a salir a repeler cualquier agresión.
Y Fidel dijo que si nos ganábamos los aviones, vendrían los que nosotros pidiéramos. Como si le pedíamos el avión volando nos lo iba a dar. Y no un escuadrón solo, sino cientos de aviones. Y los aviones que eran posiblemente los mejores del mundo.
FERNÁNDEZ
Para empezar: con los conocimientos que uno tiene hoy, con las cosas que ha aprendido, de aquellos aviones que había allí, ninguno servía. Ninguno.
Ahora, en aquella situación había algunos que mantenían las condiciones mínimas, dados nuestros conocimientos, para volar. Otros estaban dados de baja, pero el motor les arrancaba: ese volaba. Si podía despegar, volaba: ese era de Patria o Muerte.
BOURZAC
El avión despegaba. Tú lo hacías despegar. Lo demás quedaba de parte del avión. Que el avión quisiera.
FERNÁNDEZ
Aun aquellos aviones viejos, rotos, había que cuidarlos. Si no cuidábamos esos, ¿cuáles íbamos a cuidar?
Cuidarlos y dislocarlos lo mejor posible en aquella base. Eso fue lo que hicimos días antes del ataque.
La base tiene tres pistas orientadas en distintas direcciones. Los aviones se llevaban fundamentalmente hacia las cabezas de las pistas. Eran seis cabezas de pista, al haber tres pistas: se ponían en una situación que pudieran ser llevados de forma rápida a despegar por cualquier pista, lo mismo en una dirección que en otra, por seis lugares distintos.
Un bombardeo te puede destruir una pista, te destruye los taxi ways –las pistas de taxeo, de acceso a las pistas de despegue–, te puede destruir algún avión, pero si tú tienes varios lugares por donde despegar, es imposible impedir, por ejemplo, que despegue algún avión: uno o dos despegan de cualquier manera.
BOURZAC
¿Antes del día 15? Hacer patrullas, muchas patrullas y no tantas patrullas como trincheras, huecos, abriendo huecos, para meternos bajo tierra. Dispersar la técnica y que cada cual abriera su hueco.
FERNÁNDEZ
Los aviones se camuflajearon, se pintaron. Los aviones estaban pintados por arriba de un verde del mismo color de la hierba y por debajo de azul, azul cielo. De forma que si tú mirabas de arriba para abajo, en relación con la hierba, no lo encontrabas, y si mirabas para arriba cuando volaba, te era difícil verlo porque tenía el color azul del cielo. Hierba o cielo era la cosa.
Fueron varias medidas las que se tomaron: pintar los aviones, dispersarlos, junto con los aviones de baja, por toda la base; se hicieron trincheras; se instalaron ametralladoras cincuenta; se dio un curso intensivo de cuatrobocas dentro de la base; se instalaron las piezas de la artillería en distintos lugares.
El conjunto de esas medidas llevó al éxito en el rechazo del ataque.
A pesar de haberse presentado en forma sorpresiva el ataque fue ripostado de una manera enérgica e instantánea por las baterías antiaéreas siendo acribillados a balazos los aviones atacantes, viéndose descender a uno de ellos aproximadamente a cinco kilómetros del litoral y otros dos según se ha sabido aterrizaron en la Florida, con numerosos impactos en el fuselaje, siendo esto último tan evidente que ni los propios imperialistas han podido ocultarlo. El comportamiento de los miembros del ER y de las MNR que ripostaron el ataque y trasladaron camiones de parque de un depósito incendiado en medio de las explosiones merecen por su valor y heroísmo el reconocimiento del pueblo.
PATRIA O MUERTE, VENCEREMOS
(FDO.) ESTADO MAYOR GENERAL
Sobre el autor de Girón en la memoria:
Víctor Casaus es Licenciado en Lengua y Literaturas Hispánicas. Actualmente dirige el Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau. Entre sus obras se cuentan los poemarios: De un tiempo a esta parte (1985), Amar sin papeles (1999) y Los ojos sobre el pañuelo (Premio Latinoamericano de Poesía Rubén Darío, 1992); los libros de testimonio Girón en la memoria (1970) y Pablo: con el filo de la hoja (Premio UNEAC 1979, y Premio de la Crítica 1983), el libro de cuentos Sobre la marcha (1978), y el de ensayos Defensa del testimonio (1990). Ha realizado más de quince documentales cinematográficos (entre ellos Pablo y Que levante la mano la guitarra) y de dos largometrajes de ficción: Como la vida misma y Bajo presión. Ganó el Premio Nacional de Periodismo Cultural en 2009. Ostenta la Distinción por la Cultura Cubana y la Orden Juan Marinello, que otorga el Consejo de Estado de Cuba.
Opción para descargar el libro en el enlace: https://elsudamericano.wordpress.com/2021/11/15/giron-en-la-memoria-por-victor-casaus/