
“Nada quedó en pie. El bombardeo enemigo convirtió en cenizas la casa de Pálpite, nuestro comercio Las Brisas, el establecimiento que era el sustento familiar. ‘Estamos vivos. No hay nada que lamentar’, dijo mi viejo para calmar el dolor por tanta pérdida”.
En ese momento, frente a los escombros, Amado Morejón Morejón no entendía bien el sentido de aquellas palabras. A los 16 años poco se sabe aún del valor de existir, y él solo veía la tristeza nadando en los ojos de la madre, de sus dos hermanos mayores, y se preguntaba por qué los mercenarios se lo habían quitado todo. “Todo no, estamos vivos…”, repetía el padre.
A casi 64 años de aquella advertencia, mantiene intacta en la memoria la voz de su progenitor, y la certeza de que en abril de 1961 un aviso libró de la muerte a los Morejón.
“Estábamos durmiendo y como a las cinco de la madrugada del día 17 sentimos unos golpes en la puerta, y los gritos de ‘tiren los colchones al suelo y métanse debajo, apúrense, apúrense…’ Era la voz de un vecino, antiguo miembro del Ejército Rebelde, que se había enterado de las acciones de los invasores por las cercanías de Playa Larga, poblado a solo cuatro kilómetros de Pálpite.
“Ya después del amanecer, pasaron por aquí los milicianos y como a muchos otros habitantes, nos alertaron de abandonar urgentemente el lugar… Ahí sí se sentía el ruido del bombardeo enemigo… Muy rápido nos subimos al camión. Nos dejaron cerca de un matorral. Cogimos monte adentro, hasta llegar a una cueva”.
Allí era como estar en el fragor del combate, recuerda Amado. Aunque por el día lograba salir un poco al exterior, fueron terribles las dos noches (17 y 18 de abril) de ese sonido de bombas, “como si las tuviera cerca, como si fueran a caerte en la cabeza”.
Por suerte, dice con cierto alivio, se obtuvo la victoria el 19 de abril, “después de 65 horas y media de intenso batallar. El tiempo que duró todo, lo supe después”, sonríe pícaramente. “Me gusta leer, informarme. Ah, verdad, me dijo que es de Trabajadores. Qué pena la muerte de Ramón Barreras Ferrán. Siempre leía sus escritos, era bien crítico… Me gustan los artículos de su periódico”.
A Amado se le reconoce como el historiador de Pálpite. Allí llegó con cuatro años el nacido en Buena Ventura, otra localidad en la Ciénaga de Zapata. “Qué no sabré de un lugar donde viví por 76 años, hasta hace poco, que me mudé a Playa Larga para estar cerca de mi hija. Ya estamos viejos mi mujer y yo.
“Que si lo extraño. Vea que sí. Era el de más edad, y se me preguntaba por este o por aquel. También tiene uno ese orgullo de haber vivido en un pedazo de tierra donde Fidel estuvo el propio 17 de abril, en las horas duras de la invasión…”, justo cuando al terminar esa primera jornada, luego de oscurecer, “caían cada pocos minutos las granadas de la artillería enemiga procedentes de Playa Larga”, describiría tiempo después en un testimonio el otrora capitán José R. Fernández Álvarez.
En Pálpite, como en la Ciénaga misma, tantas veces estuvo Fidel. “A él, a la Revolución, debemos los cambios ocurridos aquí. Las oportunidades para los cenagueros. Yo mismo participé en las transformaciones de aquí. Trabajé en la Pesca, en Transporte, en la Forestal, en una brigada de hacer caminos, y en la de viales, donde conocí al Comandante Faustino Pérez Hernández.
“Venga, vamos hasta la puerta. Observe un hostal por allí, un restaurante allá, la cafetería de más arriba. Quién se lo iba a imaginar. A veces ya no se habla de cómo eran las cosas por aquí antes del primero de enero de 1959…”.
Mientras camino a su lado, le comento a Amado que hace dos años está en cero la tasa de mortalidad infantil en un lugar donde investigaciones la registran en 75 por cada mil nacidos vivos en 1958. “Eso hay que cuidarlo. El pueblo sabe que esto no se puede perder… Aunque sí hay que mejorar en algunas cuestiones de la economía, pero dejarnos vencer, nunca. Por eso se ganó en Girón, y habrá que seguir ganando…”. Y se detiene frente a la Casa Frank. Es el negocio de su hija y del esposo. “Sigue viva la tradición familiar.
“Cuando después de la victoria del 19 de abril llegamos a ver lo nuestro, todo era cenizas. Nada quedaba de la casa, de Las Brisas, el comercio privado de mi padre… Luego entendí el sentido de aquellas palabras, mientras estemos vivos. No hay nada que lamentar. Solo mantener la fe, trabajar, hacer las cosas bien, echar pa’ lante”.