La Revolución cubana, el acontecer diario de esta nación y cada empeño futuro tiene su nombre. Y sin adjetivos melosos ni versos comunes trabaja lo mismo en una fábrica, que corta caña, enseña y opera, imparte justicia, maneja una grúa o sube al podio olímpico. Es diputada, ingeniera, sindicalista, periodista, soldadora, tabaquera o gastronómica.

Nadie es capaz de frenarla en cada derecho conquistado. Es buenísima también en la administración, en la ciencia, en una cooperativa, al frente de una brigada constructora y como si fuera poco, ganarle en la cocina y los trajines de la casa es bien difícil porque no tiene competencia su destreza, amor y entrega a esas labores, que de cotidianas jamás deben ser patrimonios solo de ellas, sino compartidas entre toda la familia.
Decenas de Heroínas del Trabajo, miles de instructoras de arte, enfermeras, militares, secretarias, dependientas, dirigentes y un largo número de profesiones cargan sonrisas, agradecimiento y fidelidad. Han compartido misiones internacionalistas, creado vacunas y edificado una sociedad en que la violencia de género no tiene perdón. Agredirlas es una afrenta a la propia naturaleza humana, pues ellas son la mitad del mundo y las madres de la otra mitad.
En la Cuba que vivimos y defendemos no solo son imprescindibles. Son sencillamente únicas e inmensas. Y si alguien lo ha dicho mejor volvamos a compartirlo, cual regalo de Martí y de este pueblo en una síntesis de verdades.
“Las campañas de los pueblos solo son débiles, cuando en ella no se alista el corazón de la mujer; pero cuando se estremece y ayuda, cuando la mujer, tímida y quieta de su natural, anima y aplaude, cuando la mujer culta y virtuosa unge la obra con la miel de su cariño la obra es invencible”.