Las entrañas del central Melanio Hernández, una mole de hierro para cualquier desconocedor de la industria azucarera, representan un corazón latiendo en la visión y el sentir de José Manuel Castañeda Rodríguez. Durante 51 años, más que un tornero, ha sido un avezado doctor para el ingenio enclavado en Tuinucú.

El taller de maquinado es un sanatorio de donde sale rejuvenecida, año tras año, la centenaria industria espirituana. Un añejo torno de factura rusa es el instrumental preferido de José para sanar los males más agudos de la fábrica. Su vasta experiencia y la pasión por su oficio son antídotos para muchas roturas en el ingenio Melanio Hernández.
En su arrancada en la actual zafra —es uno de los seis que muelen en Cuba y único de Sancti Spíritus en la presente contienda— está la huella del tornero: “Maquinar la catalina del tren de engrane, una pieza de casi siete toneladas y cuatro metros de altura, fue un gran desafío. Lo hicimos con un equipo de más de 100 años. Centramos la pieza y la maquinamos con mucha precaución porque es un eje muy grueso. Si quedaba flojo no había zafra; si no entraba y se trancaba el molino, tampoco. El trabajo salió y quedó muy bueno”.
La jubilación no puso pausa a la vida laboral de José. Desde los 14 años firmó un matrimonio profesional con el torno que perdura hasta la actualidad. “Vivo enamorado de mi oficio y orgulloso de la utilidad de mi trabajo. Como obrero siempre he ganado bien y mientras sienta fuerzas seguiré en mi puesto”.
Un hombre que respira azúcar
Con las chimeneas del Melanio humeando o no, a Alberto Gregorio Díaz Martínez es muy difícil encontrarlo en la oficina. Para sacarle unas palabras al jefe del Departamento de Fabricación, debes hurgar en el interior del ingenio. Con seguridad, el cuerpo se le agria cuando las máquinas se detienen, porque en plena contienda, más que oxígeno, respira azúcar.

El ingeniero químico fraguó su profesión al calor de varios centrales que hicieron historia en la provincia de Sancti Spíritus: el 7 de Noviembre, el gran coloso Uruguay, el Remberto Abad y el Melanio Hernández.
En este último, desde hace 30 años carga la responsabilidad de controlar, chequear y supervisar el proceso de producción de azúcar. “En el área cogemos el jugo hasta que se convierte en granitos. Se dice fácil pero es un proceso largo que incluye la purificación, la evaporación, la cristalización, el centrifugado, pesaje y envasado. Ahí está el sudor de muchos azucareros”.
La exigencia resuena como una nota alta en su voz y el respeto se cala en su mirada. Sin duda, ingredientes que hacen de dicha industria taguasquense un referente en la calidad del grano.
“Eso depende mucho de la materia prima y aquí generalmente se ha recibido buena caña, aclara. Ahora que nos llega de otras empresas no es igual. El ingenio se preparó para estas dificultades y se hace el trabajo correcto. El azúcar sale con calidad y cumple todos los parámetros previstos. Influyen también las condiciones en el central, donde están bien compatibilizadas la capacitación y la estabilidad del personal”.
Tal parece que allí se encuentra la fuente de la eterna juventud para Bebo, como lo conocen allí. Los 68 almanaques de su vida no mellan sus dotes de galán y de eterno enamorado de la fabricación de azúcar. “Es un proceso muy bonito. El ingenio te atrae de tal manera que ya jubilado y con más de 40 años de trabajo no me despego. Tengo el incentivo de pertenecer a un sector prioritario y referente en el país. Hacemos un producto que necesita el pueblo. Aquí todos le ponen empeño”.