El ferrocarril en la vida de Montero

El ferrocarril en la vida de Montero

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Aunque su santo y seña es Rafael Montero Toranzo, familiares y amigos prefieren nombrarlo Montero, y él con su carácter jovial responde a cada llamada sin titubeos, “lo mismo para una fiesta que para realizar un trabajo aunque no esté en mi contenido”, dice en tono jocoso, y sus palabras tienen el sello de la cotidianidad.

 

Rafael Montero Toranzo, un apasionado del ferrocarril. Foto: Ángel Chimeno Pérez

 

Cuando fuimos por las fotos al patio de la terminal de ferrocarril, en la ciudad de Las Tunas, varios de sus compañeros, embarrados de grasa hasta la “medula”, trataban de solucionar una rotura del coche motor, y aunque vestía para la ocasión se integró al grupo y colaboró.

 

Montero (en el centro) colabora con sus colegas en la reparación de un coche motor- Foto: Ángel Chimeno Pérez

 

Pero, quién es realmente este hombre que, de sus casi 64 años de edad ha dedicado 35 a laborar en el sector con ahínco y con reconocidos resultados fruto de su entrega y disciplina.

 

Comienza la pasión…

Montero recuerda que vio la luz el 21 de agosto de 1961 y con su familia vivió hasta los 42 años en la calle Antonio Barrera, número 131, entre Cuba y Martha Abreu, en el reparto de Buena Vista,  “un lugar cercano a la línea del ferrocarril y como a todos los muchachos del barrio me encantaba ver el paso de los trenes por ese ramal”.

Y asegura que su fascinación por estas máquinas proviene de la proximidad y de las emociones que le despertaba en su imaginación infantil el contacto   de las enormes  ruedas con los rieles, la cadencia, los chirridos… y confiesa que desde entonces lo obsesionaba la idea de montar y conducir una locomotora. Y logró

“Entonces no imaginaba la responsabilidad que implicaba la profesión, el sacrificio, la separación familiar por horas y hasta por días”, dice y sonríe; sin embargo, después de conocerlas no renunció  a su afán y  en 1989 se incorporó a la plantilla del colectivo de Vía y Obra.

Admiración desde la orilla…

“Poco a poco me acercaba a mi sueño, pero todavía nada de montar locomotoras,   aunque estaba más cerca y seguía emocionado disfrutando, como en la niñez, las maniobras, la estridencia…”, rememora y comenta: “Ahí el trabajo es muy duro”.

Fueron tres calendarios sudando a “chorros” en los cambios de pesadas traviesas dañadas, calzando y alineando rieles, chapeando… “haciendo lo que hiciera falta para garantizar el tránsito y la llegada segura de los trenes a su destino final”, enfatiza.  Y a pesar de las rudas labores y de su juventud se portó valiente, obstinado y nada le hizo cambiar de idea.

Hoy se han sumado otros desafíos y Montero, como sus compañeros,  enfrenta  numerosos obstáculos: falta de piezas de repuesto, combustibles, lubricantes… para cumplir,  como quisieran,  las complejas misiones que tradicionalmente han asumido –y asumen- en el trasiego de mercancías, de pasajeros y de otras cargas, en una isla estrecha y larga, donde debe reinar esta económica modalidad.

 

Ahí escalando el sueño de su vida. Foto: Ángel Chimeno Pérez

 

Montero es conductor

Antes de ocupar la alta responsabilidad, Montero se desempeñó como jefe de patio y conductor de la máquina en esta área, auxiliar de conducción en el viajero de Manatí, un oficio que realizó durante 17 años, y por fin ascendió el escalón deseado: conductor que “es el máximo responsable de la tripulación”, remarca.

“El conductor tiene que estar pendiente de todo, sin descuidar ningún detalle del itinerario, la salud física y mental de sus compañeros de equipo, la alimentación, el descanso, la disciplina, la puntualidad…”, y en esas gestiones lleva ya más de tres lustros.

En la actualidad, Montero dirige la tripulación del coche-motor 4141, uno de los que circula como tren urbano por la periferia de la ciudad. Piensa en la utilidad de esta opción para el pueblo y en el ingreso salarial de sus compañeros y lamenta: “Hace ya un año que está roto y desde junio pasado llevamos el diferencial al capitolio de Delicias, taller del sistema en la provincia, y todavía no han resuelto el problema que tiene en el rodamiento interno”.

“Uno extraña ese servicio tanto como la población, pero resolver el problema no está en nuestras manos”, y relata que desde entonces ellos -la tripulación- no han abandonado ese medio, “le damos vueltas, revisamos su estado de conservación y esperamos con ansias volver a la vía”.

Una pasión a prueba de sacrificios

“Trabajar con la transportación de cargas y de pasajero es algo muy bonito. Tienes sus particularidades, pero cada vez que uno sale y llega a su  destino a tiempo, sin problemas, siente una satisfacción tremenda”.

Sin embargo, cuando son fuera de la provincia implican sacrificios: “A veces la separación familiar por varios días”, dice y habla de fines de año esperando cargar en Puerto Carúpano (Puerto Padre, Las Tunas) y de otras fechas conmemorativas en los patios de Pastelillo, en el enclave portuario de Nuevitas, provincia de Camagüey; y, de estancias en Cienfuegos y Santiago de Cuba por 15 días para recibir la carga”.

“Es cierto que la tripulación llega a ser una extensión de la familia; pero a la otra, a la de sangre se extraña mucho, principalmente en días especiales, en fechas de conmemoración en las que casi siempre estamos juntos, pero sí el deber manda hay que cumplir, y en eso tengo todo su apoyo y me da tranquilidad”.

“Porque, argumenta, sabemos cuándo salimos,  no cuando regresamos. La frase la he convertido en mi sentencia de despida en la casa, pero tengo una retaguardia segura”, alega.

 

Hay accidentes, hay dolor…

Aunque su tripulación nunca ha tenido accidentes atribuidos a incumplimientos de las normas que rigen el desempeño, “sí, hemos tenido  situaciones desagradables, incluso con la pérdida de la vida de personas que es algo lamentable, doloroso que  siempre han sido clasificados como peatonales, porque han sucedido por descuidos, negligencias de las víctimas, y son lamentables, porque incluso generan reacciones violentas de las familias afectadas”.

Rafael Montero Toranzo confirma que no ha pensado en el retiro: “Si mis capacidades ya no me permiten seguir como conductor buscaré, aquí mismo, otra cosa que pueda hacer, porque de los ferrocarriles no me alejo hasta mi último aliento”, lo enfatiza con la experiencia de las duras faenas, de momentos dolorosos, de distancias y añoranzas, de su edad casi en los límites de la jubilación,  y de las exigencias físicas y mentales del oficio.

Acerca del autor

Licenciado en Periodismo (Universidad de Oriente, 1986), máster en Ciencias de la Comunicación (Facultad de Comunicación Universidad de La Habana, 2010). Inició como colaborador (1999) y desde el 2008 es corresponsal de Las Tunas. Profesor adjunto de la Universidad de Las Tunas con categoría de asistente. Cumplió misión en la República de Haití (2000) y en la República Bolivariana de Venezuela (2018-2021). Es colaborar del Periódico 26 y de la emisora provincial Radio Victoria.

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