Una multitud de admiradores, amigos, colegas y familiares dieron el último adiós hoy al trovador que dejó huellas de buen hacer en muchos órdenes.

Primero fue en el cine Los Andes, en el poblado cabecera del municipio de Segundo Frente, su terruño natal; luego en la Casa de la Trova, en el corazón de la urbe santiaguera, donde tantas veces estuvo, guitarra en ristre, haciendo honores al género.
En cada uno de ellos las evocaciones hicieron recordar al artista de pueblo que fue Sosa, así como sus empeños por no dejar morir al más antiguo de los festivales cubanos: el Pepe Sánchez, al punto de asumir la presidencia del comité organizador, aglutinando a estudiosos y cultores de la añeja melodía.

Para quienes en respetuoso y sentido silencio pasaron frente a la urna donde reposan sus cenizas fue recurrente la imagen del «compay», sonriente y gentil con todo aquel que lo saludaba, dispuesto a cantar en los más encumbrados escenarios, y también en la improvisada descarga, esa de la que gustaba a más no poder.

De todo eso y más se habló, aunque su resistencia física, su lucha por la vida, su batalla contra la muerte resultó lo más recurrente, no sólo en los dos sitios donde estuvieron sus cenizas sino en el diálogo en hogares, calles, centros laborales.
El último recuerdo de Sosa es ese, el de un cubano que se resiste a rendirse.
Desde hoy Sosa se queda en la memoria musical de este archipiélago sonoro, perpetuado en las canciones, hecho trova.
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Acerca del autor
Periodista cubana. Máster en Ciencias de la Comunicación. Profesora Auxiliar de la Universidad de Oriente. Guionista de radio y televisión.