Maceo en el laberinto de un atentado

Maceo en el laberinto de un atentado

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Enrique Loynaz del Castillo, joven pe­riodista cubano, había publicado un ar­tículo en el periódico La Estrella de Pa­namá, diario que circulaba en ese país; y que los españoles residentes en Costa Rica consideraron ofensivo para la Ma­dre Patria; este fue el motivo aparente para tramar un complot contra Loynaz, cuyo objetivo era realmente el de asesi­nar a Maceo.

El 10 de noviembre de 1894 el Titán de Bronce asistió en San José al Tea­tro Variedades, una de las institucio­nes culturales costarricenses más im­portantes, para disfrutar de una obra de teatro. Al terminar la función, un grupo de españoles instruidos por José Vélez y Corrales, cónsul español en la nación centroamericana, le dispararon por la espalda. Herido el cubano, tuvo que recibir asistencia médica.

Inmediatamente después del dispa­ro apareció el ministro de gobernación, Juan José Ulloa Giralt, médico de pro­fesión, considerado entre los mejores galenos allí de la época. El doctor Ulloa brindó al general los primeros auxilios y lo acompañó hasta la residencia de Eduardo Pochet y Casimiro Orúe, don­de se encontraba su esposa María Ca­brales. Maceo le consultó el deseo de llamar a su médico personal e íntimo amigo, el doctor colombiano Eduardo Uribe Restrepo, a lo que el médico cos­tarricense accedió con mucho gusto.

El doctor Uribe acudió de inmediato y ambos galenos realizaron el examen físico al herido. Se evidenció que tenía una herida en la espalda, con agujero de entrada por el costado izquierdo, pro­ducida por un proyectil de arma de fue­go, calibre 44, y no presentaba orificio de salida. Uribe, en función de ciruja­no principal, y Ulloa como ayudante, le aplicaron una sonda y después de varios intentos no localizaron la bala. Trata­ron de realizarle una cirugía de mayor envergadura, a la cual Maceo se opuso.

Es meritorio resaltar que el facul­tativo colombiano se constituyó en mé­dico, enfermero y cocinero del prócer, sin dejar que persona alguna tuviese acceso a Maceo hasta su total resta­blecimiento. El temor de que pudiese ser envenenado motivó esta consagra­ción. Cuando le pidieron la cuenta por los servicios contestó: “Puede usted decir al señor que los escasos servicios que con mucho gusto le presté, no va­len nada”.

Otros especialistas que estuvieron atentos a la salud del Titán fueron los doctores Céspedes y Durán. El prime­ro viajó con prontitud hasta el lecho del enfermo, y el doctor Durán, al momen­to de asistir a Maceo, era vicepresiden­te de Costa Rica. Vale destacar que el presidente del país tico, Rafael Iglesias Castro, enviaba diariamente a uno de sus ayudantes a interesarse por la salud del herido.

Maceo, meses después, en carta al escritor Julio Esaú Delgado, recorda­ba al galeno que actuó como cirujano principal: “El nombre de Ud. está uni­do al de nuestros grandes luchadores, lo mismo que el del doctor Uribe”.

La excelente asistencia médica reci­bida por Maceo y la preocupación cons­tante de las altas esferas del gobierno evidencian el prestigio ganado por el héroe cubano entre los costarricences de la época.

El juicio sobre el incidente comen­zó a la una de la madrugada cuando el Juez del Crimen, Ramón Bustamante, abrió el expediente para la instrucción del sumario. Luego de introducir el in­forme del Médico del Pueblo, doctor Nazario Toledo Mattey, tomó declara­ciones a Maceo.

Los cubanos habían recibido ase­soría del abogado Antonio Zambrana Vázquez, el apoderado legal de Maceo en Costa Rica. El Titán, con su inteli­gencia natural, ofreció un valioso tes­timonio donde no acusó a nadie y con sencillez explicó: “Al sentirme herido, saqué mi revólver para defenderme y no obstante que los tiros continuaban, yo no hice uso del revólver por temor de herir a alguna persona pues en ese momento pasaban varias familias de las que asistieron al teatro”.

Por su parte, Loynaz erró en su de­claración y careció de la diligencia que requería la ocasión. Como si fuera poco, salió indignado de las oficinas del juz­gado y relató una versión de prensa más amplia que su escueta declaración jura­da.

En consecuencia, antes del medio­día, fue aprehendido y encarcelado en el cuartel de policía, donde resultó el único cubano detenido. El Presidente de la República tomó la decisión de expul­sar a Loynaz de Costa Rica para evitar­le un largo proceso que podía llevarlo a una condena por su responsabilidad en la muerte del español Isidro Incera, fallecido en el incidente.

Al final del juicio ante el asombro del público, que en su mayoría respeta­ba al general cubano y conocía al verda­dero culpable, el juez declaró “absuelto al procesado de toda pena y responsa­bilidad por el delito de lesión causada a Antonio Maceo sin lugar a ser indemni­zado por haber habido mérito para pro­ceder”.

Un mes después, recuperado de la herida sufrida, el Titán de Bronce con­tinuaba en tierras costarricenses, la or­ganización de la guerra necesaria.

* Doctor en Ciencias Médicas. Académico Titular de la Academia de Ciencias de Cuba. Neurocirujano del Hospital Provincial Clí­nico Quirúrgico Docente Saturnino Lora, Santiago de Cuba.

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