Los pasos de miles de cubanos por el Malecón habanero y en varias avenidas del país, el pasado 20 de diciembre, volvieron a molestar a algunos. A solo 11 días de finalizar un año más que difícil en materia económica y social para Cuba, no faltaron quienes apostaron a que la convocatoria no era oportuna y cuestionaron las razones para tal empeño.
Pero marchar frente a la embajada de la nación que mantiene la soga más asfixiante a un pueblo cuyo más grande mérito ha sido no doblegarse a sus designios no es cualquier acto. Si además de eso, se acerca una Administración que promete endurecer más lo ya endurecido, y que vuelve a hablar antes de tiempo de acabar con la Revolución, nada mejor que salir a las calles como cubanos dignos.
En el mundo, las mayores concentraciones, protestas, marchas o manifestaciones son, casi siempre, para reclamar derechos o exigir al gobierno de turno que su voz sea escuchada. En Cuba el tono es otro porque hay un enemigo más poderoso, que a ratos subestima la capacidad de unidad de un pueblo a su proyecto revolucionario e imperfecto, pero auténtico y con alas de colibrí, dispuesto a hacer realidad los sueños, como dijera el poeta.
A la marcha fuimos también a pedir que nos dejen respirar y nos saquen de la lista de patrocinadores del terrorismo, porque aquí solo patrocinamos la solidaridad y el compartir lo poco que tenemos con amigos y con la humanidad. Cual gallardos que somos de América Latina y el Caribe, los pasos apretados de jóvenes, padres, abuelos y una larga estela de sectores laborales también significaron que habrá Revolución para el 2025. Y para mucho rato.