El Treme se ejercita
Estaba decidido de una vez y por todas a borrar el estigma que le rodeaba desde que tenía uso de razón. Nadie podría decir nunca más que Trivaldo González y García era un antideportivo, un enclenque, un sedentario. Lo lograría o dejaría de hacerse llamar Tremebundo, el Treme para sus amistades más cercanas.
Y no era fácil la tarea, que le recordaba a aquella saga cinematográfica de Misión imposible. El Treme era una de las pocas personas en el mundo que tuvo que aprender dos veces a montar bicicleta en su adolescencia y juventud, porque la primera vez se le olvidó y casi se mata al volver a usarla.
La asignatura más difícil de toda su trayectoria estudiantil no fue Matemáticas, ni Física, ni Química: fue la Educación Física, cuyos turnos de clase ponían al Treme a sudar frío antes de que empezaran, y los profesores le regalaban la nota casi que por lástima.
El Treme solo había jugado pelota en una ocasión en su vida, y tuvo la suerte de dar un batazo en su último turno al bate, pero en lugar de correr para la primera base salió disparado para tercera, ante la perplejidad de ambos equipos.
Nunca pudo hacer un remate en el voli, ni encestar una canasta, ni meter un gol. Consiguió flotar en el mar a los 21 años, porque nadar, lo que se dice nadar, nada…
Pero todo eso terminaría este 19 de noviembre, se prometió a sí mismo Tremebundo González, en saludo al Día de la Cultura Física y el Deporte en Cuba. En lo adelante sería el mejor, el de los récords más sonados, de quien hablarían todos los comentaristas deportivos, una gloria nacional e internacional.
Convocó a todos los socios del barrio, a la familia, a sus colegas. Pidió permiso a la PNR para cerrar la cuadra. Y desplegó, con toda la actitud del gran atleta redimido, la mayor mesa de dominó que ojos humanos hayan visto. ¡A jugar, caballero, que yo estoy fijo!, invitó, triunfal, el Treme. (Paquito)