No recuerdo cuando fue la primera vez que hablé con Popi, pero sí recuerdo perfectamente aquellas imágenes en la televisión boliviana, tras meses de búsqueda, en las que confirmaba que los restos encontrados en una pista antigua de Vallegrande eran los del Ché Guevara. Tenía el mismo bigote frondoso y típico de su personalidad. Desde entonces para muchos cubanos fue simplemente, por síntesis popular: “Popi, el que encontró al Ché”.
Tampoco puedo asegurar cuándo fue la primera conspiración junta que hicimos en función de investigar, con el más lujo de detalles, un tema que quería tratar en la Comisión de Salud y Deporte, que dirigió por más de tres legislaturas en el Parlamento cubano. Como buen médico forense, no se iba con la primera pista, contrastaba fuentes e irradiaba la perfección hasta encontrar el dato, que por insignificante que pareciera, puede ser es eslabón principal para esclarecer los casos más oscuros.
Por eso este 1 de mayo no puedo menos que sumarme con orgullo y felicidad a la entrega del título de Héroe del Trabajo de la República de Cuba. Quizás lo merecía desde hace más de 25 años, pero a veces la burocracia hace lo suyo y lo entrega pasados los 70, cual premio a la longevidad y no al valor real de un hombre como él, que empieza a trabajar después del dolor de una muerte o un accidente y siempre termina convenciendo a Cuba de las causas, culpables o, en el más doloroso de los casos, con la devolución de los restos de un familiar o amigo querido.
El Popi que conozco es carismático y ocurrente, cubano hasta la médula, amante del deporte, la historia y la cultura; capaz de enlazar historias como si fuera un cuento; preocupado por la formación de medicina en nuestro país y testigo único de grandes acontecimientos en la época más reciente de Cuba. Amigo fiel de los que te saluda siempre como si fuera la primera vez que te ha visto y te da botella en la Calle 23 hasta el Latinoamericano, aunque la gasolina no le alcance como a todos, “pero no te voy a dejar bota’o aquí”.
Natural de Jovellanos y con nombre de pila, Jorge, su segundo nombre: Caridad, se debe al ruego de su madre a la Caridad del Cobre para que viniera al mundo en contra de la decisión inicial de su padre. Ni físico, ni matemático, la medicina lo cautivó por azar y la Revolución lo sumó por convicción, no por inyección pasajera.
Guardé para el final una de esas historias salpicadas con el rico humor criollo que hizo un día en una charla con periodistas. Le pedíamos alguna exclusiva de aquella gesta por regresar al Ché a Santa Clara. Y puedo recitar de memoria esta lección que nos dio.
“Cuando hablamos con el sepulturero que decía haber visto cómo enterraron al Ché, logramos desmontar su relato en muy poco tiempo porque no coincidía con la investigación científica. La gente quiere formar parte de la historia, y por eso mienten; de ahí la necesidad de verificar todo de forma científica. Si nos guiamos por todas las personas que dicen que le dieron comida al Ché en Bolivia… el Ché hubiese sido obeso”.
No recuerdo cuando fue la primera vez que hablé con Popi. Pero aquí sí queda la primera vez que escribo sobre el Héroe del bigote, el del Ché…. el de Cuba.
Acerca del autor
Máster en Ciencias de la Comunicación. Director del Periódico Trabajadores desde el 1 de julio del 2024. Editor-jefe de la Redacción Deportiva desde 2007. Ha participado en coberturas periodísticas de Juegos Centroamericanos y del Caribe, Juegos Panamericanos, Juegos Olímpicos, Copa Intercontinental de Béisbol, Clásico Mundial de Béisbol, Campeonatos Mundiales de Judo, entre otras. Profesor del Instituto Internacional de Periodismo José Martí, en La Habana, Cuba.
Sensible pérdida, al profe popi siempre lo recordaremos