Una estocada que nos desangra

Una estocada que nos desangra

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Hace tiempo nuestra vida enfrenta dema­siados filos como para desafiarlos a pecho descubierto. Caminamos por un te­rreno moral dinamitado. El alma parece haberse separado del cuerpo, dejando un manojo de crudos y verí­dicos relatos.

 

Se me antoja un rosario de ellos. Sin embargo, prefiero intentar retar uno, cuyas raíces cada día son más profundas: los niños y adultos que en la calle piden dinero.

Por favor, antes de llamarme por cualquier adjetivo, que me retrate como incendiario o algo peor, ¡lea!

Es una realidad, que, en oca­siones, algunas coyunturas sociales transitan a manifestarse como crisis en las más diversas aristas.

La económica y de valores (en su papel) son dos de las que han cobra­do un triste y estremecedor protago­nismo en Cuba.

¿Razones?, varias. Prefiero dis­tinguir en el asunto a tratar un en­torno social, agotado, tirante y muy afectado en el que urge persuadir a conciencia el entorno familiar, edu­cativo y de algunas instituciones y sus principales decisores.

No olvido a la comunidad, esa parcela que habitamos y es un re­flejo de las tensas problemáticas y explosiones soportadas a diario.

Pero, ¡hurguemos en la heri­da! ¿Qué puede impulsar a los ni­ños a pedir dinero en las calles?

Tal vez, por falta de comuni­cación, pobreza, escaseces mate­riales, o porque la autoridad fa­miliar esté deteriorada, ausente o fragmentada.

Lo anterior, quizás derive en un trastorno de conducta, en la que no existe el complejo de cul­pa, pues hay una insuficiencia del autocontrol moral del comporta­miento.

No olvido la función de las amistades, en la cual los lideraz­gos negativos impulsan nefastas manifestaciones con tal de ser aceptados en el grupo.

En el caso de los adultos, va­rias pueden ser las razones, aun­que pesan toneladas, el abandono, deterioro de valores que han afec­tado su dignidad como personas, precariedad monetaria, bajo nivel de vida y enfermedades mentales.

Esta problemática, que de se­guro tiene otros desencadenantes y razones, debemos tratarla no solo como un tema de urgencia, sino también perspectivo y de fu­turo, pues sus consecuencias pue­den llevar con el paso del tiempo a expresiones de mayor peligro­sidad.

Los valores son uno de los pi­lares de las sociedades y su esta­bilidad social. Su secuestro puede ser capaz de socavar mucho de lo positivo que atesora y encumbra al ser humano.

Dolorosamente, hoy en nuestro país, aunque a algunos les cueste creerlo o asimilarlo, ese fenómeno se acrecienta como una estocada, que desangra nuestra alma.

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