(Versiones Taquigráficas – Presidencia de la República)
Nos dirigimos a ustedes como las queridas y los queridos escritores, artistas y creadores de la Patria.
Una vez más, este es un congreso que nos estimula en el pensamiento y que también remueve las emociones, las pasiones y los compromisos.
Quiero reconocer, en primer lugar, el esfuerzo que ha hecho Marta por estar aquí hoy cuando ha estado en una crisis, no sé si se dice sanitaria o de salud, personal, y está aquí guapeando, dirigiendo este histórico evento (Aplausos), y eso demuestra un alto sentido de responsabilidad y también de compromiso con lo que estamos debatiendo y con lo que estamos tratando de construir desde el mismo.
Quiero también dedicar un sentimiento de recuerdo a los que hoy no están con nosotros y que estuvieron en estos cinco años muy activos en los espacios en que hemos tenido la oportunidad de debatir con miembros de la UNEAC, hablo en particular de Corina y de Pedro de la Hoz (Aplausos).
Y a mi hermano Guille Vilar decirle que reconocer el enorme vínculo entre lo cubano y lo universal para nada es colonizar, al contrario, así nos descolonizamos. Estoy de acuerdo contigo (Aplausos).
Creo que el seguimiento que se les ha dado a los planteamientos y acuerdos del anterior Congreso es significativo, porque uno de los datos que se daba en los documentos circulados decía que de 68 acuerdos, 49 estaban cumplidos, 18 en avance y uno pendiente.
También se reconoce mucho el trabajo desarrollado en los informes presentados por las asociaciones y los comités permanentes de trabajo de la organización, tomando en cuenta que una parte importante de estos cinco años estuvieron marcados por la COVID-19, que nos paralizó en un grupo de ámbitos de la vida del país, que nos tuvimos que poner en función, sobre todo, de salvar la vida de nuestros compatriotas, pero la cultura no se detuvo y estuvo presente también llevando espiritualidad, llevando ánimo, cultivando emociones en nuestro pueblo. Creo que hicieron muy suyo algo que les pedí en el último Congreso: no dejaron morir el Congreso y aportaron por el bien de la nación en estos cinco años transcurridos.
Quiero, entonces, también reconocer el aporte que está dando este Congreso en materia de discusión, en ideas, en propuestas y van a tener, por supuesto, todo el apoyo y el compromiso, el seguimiento a lo aquí acordado y aprobado en los próximos años, al igual que lo hemos hecho en los cinco años transcurridos entre congreso y congreso.
Si miramos en retrospectiva, en ese periodo el país ha sufrido trascendentales impactos socioeconómicos que se suman, y no es un dato menor, a los más de sesenta años de guerra económica que ha desarrollado el imperio contra Cuba.
En el transcurso de estos cinco años se ha agudizado extraordinariamente la persecución de Estados Unidos contra Cuba, y la cultura no ha estado ajena a esos impactos, tanto en términos materiales como en la propia espiritualidad de la nación.
Enfrentamos una guerra de dos dimensiones: por una parte, la guerra económica, diseñada para elevar las carencias a niveles extremos y quebrar la voluntad de todo el pueblo, y en paralelo, una guerra cultural que tiene un componente simbólico, como explicó Faya, un componente psicológico y un componente de intoxicación mediática, que se han armado en grandes operaciones por parte de los operadores de la contrarrevolución y que apuntan directamente contra la unidad de nuestro pueblo.
Frente a esas amenazas, la cultura sigue teniendo un papel determinante en tanto es generadora de ideas y valores o espada y escudo de la nación.
En medio de otra circunstancia muy difícil, Fidel dijo que la cultura es lo primero que hay que salvar. Esa idea va mucho más allá del arte, va a las raíces, va a la identidad, a la cubanía, en fin, a lo que somos. Por eso celebro el lema de este Congreso: “La cultura es la Patria”, idea de otro grande, don Fernando Ortiz, que nos dice lo mismo en otras palabras: “Salvar la cultura es salvar la Patria”.
¿Y qué puede hacer la cultura para salvarse a sí misma? ¿Qué es salvar la Patria? Es una pregunta que estamos respondiendo entre todos. La respuesta la tienen ustedes, la han dado ustedes y estoy seguro de que la seguirán dando siempre.
No hay manera de imponer la creación: el arte y la cultura auténticos son expresión de sentimientos e ideas propios; lo otro es calco y copia. Lo verdadero, lo que perdura tiene como valor distintivo la originalidad: la poderosa cultura cubana es la mejor prueba de ello.
Nuestra identidad se forjó en el combate por la independencia primero y contra la dependencia después, y esos combates los lideraron intelectuales y creadores, cuyas huellas están impresas de forma indeleble en obras magnas de la cultura nacional como la que inició esta sesión cuando todos entonamos el Himno de Bayamo.
Fidel distinguió siempre el papel de la cultura como formadora de la espiritualidad del pueblo, para no dejarse doblegar y para vencer con esfuerzos propios las dificultades. En circunstancias tan difíciles como las que vivimos, ese papel adquiere dimensiones cruciales.
Nuestra espiritualidad, en todas sus dimensiones, tiene la necesidad de ir creciendo en el reforzamiento de los valores que deben distinguir a una sociedad en la que todos nos reconocemos. Es por eso que el tema del papel de la cultura en el contexto actual ha estado muy presente en los debates. No tenemos duda de los extraordinarios aportes que desde la cultura podemos hacer no solo a la nación cubana, sino también al mundo.
La cultura nos permite reconocernos como cubanos, esencia y parte del proyecto de nación que inició en 1868 y transformó a una colonia en un país con carácter, identidad, perfil propio y un ser nacional que brota espontáneo en cualquier latitud en que vive.
La cultura estimula y refuerza el sentimiento de Patria.
La cultura es el alimento fundamental indispensable para la espiritualidad del pueblo.
La cultura nos provee de libertad. Martí y Fidel lo dijeron muchas veces, de disímiles maneras, pero con un mismo sentido: sin cultura no hay libertad posible.
En estos días de enfrentamiento a los destrozos provocados por el paso de un huracán –y el huracán es parte inseparable también de la vida nacional y de nuestra condición de isla– hemos sido testigos de cuánto impacta una acción cultural en comunidades rotas por un golpe de la naturaleza.
Kcho, con la Brigada Martha Machado, ahora haciendo un homenaje al General Espinosa, y los siempre jóvenes protagonistas de la Cruzada Teatral Guantánamo-Baracoa saben de qué hablo y cuánto puede aportar la cultura en la imprescindible restauración espiritual en esas comunidades afectadas.
La cultura es sustancia fundamental de la unidad, que es a su vez el elemento estratégico de supervivencia de una nación pequeña y asediada por un imperio, siempre hambriento de poder, que jamás ha renunciado a poseernos por la fuerza o por la seducción. Y si no nos ha engullido ya, uno de los mayores méritos es el de la cultura cubana, tan poderosa, tan fuerte de la raíz a la copa, como la ceiba del monte cubano, y tan auténtica, que no puede ser suplantada ni poseída por más que lo pretendan.
Por eso estamos hablando también de colonización cultural. Unirnos en la lucha por la emancipación de la mujer, en contra de todas las formas de discriminación, y en contra de una de las más humillantes, la racial, es también luchar por descolonizarnos. Hay que observar que hay lugares del país que aún están identificados con términos, con nombres o con huellas de esa discriminación racial, sobre todo en la época de la colonia. Creo que debemos colocar marcas visibles, emancipadoras, en lugares que significaron la humillación para hombres que fueron esclavizados.
La interconexión entre colonización cultural y nuevas tecnologías es cada vez mayor en los tiempos actuales, por la manera en que se combinan y logran secuestrar la subjetividad de los individuos hasta banalizar y vulgarizar sus conductas, considerando también que ocurre cada vez a menor edad la relación de los individuos con las nuevas tecnologías.
Por lo tanto, promover auténticos paradigmas en términos éticos y culturales no es solo una necesidad, sino una urgencia para las instituciones que tienen la tremenda responsabilidad de educar y formar a las nuevas generaciones.
Fidel en un congreso de la Asociación Hermanos Saíz reclamaba una mayor coordinación entre los empeños de esta, de la UNEAC, del sindicato, de todas las instituciones y organizaciones educativas, culturales, de instructores de arte, creadores y promotores, para impedir que convencionalismos ridículos, celos, compartimentos, divisiones y enfoques superficiales puedan obstaculizar el despliegue entre nosotros de ese instrumento básico de liberación y crecimiento espiritual que es la cultura, del antídoto por excelencia ante la manipulación y el consumismo, de la vía propuesta por Martí para sortear las trampas coloniales y afincarse en nuestras raíces y en los afluentes más fecundos del universo. Y esto lo ha defendido con toda claridad mi amigo Abel Prieto.
A la colonización cultural en marcha contrapongamos un enfoque descolonizador de bienestar y felicidad. Nuestro paradigma se basa en relaciones sociales significativas, en el concepto de vida útil y felicidad por aportar. Se caracteriza por ser solidario, por los resultados de la gestión colectiva, por la garantía de los derechos básicos, al bienestar social, a la vida plena desde la dignidad personal y de país, que tenemos que seguir defendiendo con creatividad y con trabajo, incluso en medio de las situaciones tan adversas que hoy nos signan. Para eso es necesario el pensamiento crítico como forma de liberación.
Estoy convencido de que no es prohibiendo como vamos a resolver los grandes desafíos culturales de nuestro tiempo. El reto es formar y promover el pensamiento crítico ante los consumos culturales que se ofrecen, casi todos gratuitamente, a las audiencias más jóvenes en las cada vez más numerosas y diversas plataformas en la red de redes. No es fácil, pero es impostergable hacerlo en un momento en que la manipulación se salta todos los límites conocidos.
Aquí se impone la máxima fidelista: defender siempre la verdad, por dura que sea; la verdad salva, fortalece y es una de las fuerzas fundamentales del ideario revolucionario.
Ejercer y fomentar el pensamiento crítico es crucial para entender el momento que vive el mundo y los valores de la causa que defendemos. Solo la cultura, junto con la educación, tiene la capacidad y la posibilidad de promover el ejercicio del pensamiento crítico, único antídoto contra la manipulación y la idiotización de las audiencias acríticas.
En ese propósito, toca un rol principal a la crítica cultural orientadora que ayuda a promover y a desarrollar ese pensamiento crítico de forma oportuna, atractiva y constante.
El camino que abrieron en la prensa diaria con sus particulares talentos Rolando Pérez Betancourt, Pedro de la Hoz y otros valiosos intelectuales durante largos años, se ha sostenido y se sigue sosteniendo en revistas especializadas y también ya en espacios digitales especializados; pero necesitan el abono de nuevos columnistas que no se conformen con elogiar lo que vale y les aporten una mirada más profunda a los productos culturales con el debido reconocimiento a las jerarquías artísticas.
Quiero hablar también de la política cultural en espacios públicos de diferentes formas de gestión económica y de propiedad. Fidel planteaba que la política cultural debería ser descolonizada y descolonizadora, comprometida con la creación auténtica, la cubana y la universal, que rechaza la visión hegemónica del arte como mercancía vulgar.
Aquí quiero insistir con más fuerza en lo que dije al clausurar el pasado Congreso: “No hay una política cultural para el sector estatal y otra para el privado. En ambos sectores tiene que promoverse, defenderse y darse el espacio a quienes hacen el arte verdadero” (Aplausos). Esto incluye al Turismo, que debe constituirse en ventana al mundo de lo mejor de nuestra cultura. Es más, toca a las instituciones del Turismo ser tan promotoras de la cultura como el Ministerio de Cultura, no se le puede ver como un adorno o complemento para entretener, es uno de los más poderosos atractivos de un país que suda cultura por todos sus poros.
Asimismo, deben potenciarse, fortalecerse, operar las relaciones entre la cultura y los medios, particularmente nuestra televisión y las alianzas entre artistas, escritores y educadores. Para lograr consolidar todo esto, tenemos que acabar de fortalecer las industrias culturales. No priorizarlas es prescindir de una herramienta fundamental para hacer frente a la hegemonía neocolonizadora que avanza favorecida por una penetración cada vez mayor de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación.
Hablando de esas tecnologías de la comunicación y la cultura, creo que eso no significa que debamos fajarnos con el desarrollo tecnológico, todo lo contrario. El problema no está en los canales de difusión de ideas, sino en el contenido y en las formas y en cómo aprovechemos esos canales. Estamos urgidos de un uso más inteligente, creativo y atractivo de las plataformas digitales, y tengo la certeza de que habrá más y mejores resultados allí donde la creación se apoye en nuevos soportes tecnológicos. El desafío principal está en la influencia que logremos sobre la conciencia colectiva con nuestros contenidos e ideas.
Si en el 2019 veíamos con preocupación el avance de contenidos neocolonizadores y banalizadores en las redes, al cabo de cinco años esa realidad es aún más preocupante. Grandes conglomerados mediáticos sirven de plataforma a las producciones de laboratorios ideológicos que emplean las redes para manipular la información y generar emociones contrarias a la ley y el orden social en el país.
Hablemos también de las expresiones culturales actuales. El tránsito por estos cinco intensos años nos ha dejado muchas enseñanzas, una de ellas es la atención que debemos prestar desde las instituciones a las nuevas expresiones culturales que surgen. Todavía se dejan ver expresiones de menosprecio o subestimación desde posiciones a veces elitistas. Estamos ante un fenómeno cultural que trasciende los gustos sedimentados durante décadas por su fuerte componente y alcance social.
Desde esas expresiones culturales, que transitan principalmente desde la música, se están generando ideas, valores, concepciones de vida, señales de cambio de paradigmas culturales que no podemos ignorar ni desatender.
Insisto en lo que dije en el Congreso anterior y he repetido en reiteradas ocasiones: no es un problema de género artístico, el problema siempre será lo que promuevan en términos de valores. Pero estando ausentes del fenómeno, manteniéndonos al margen, no lograremos jamás influir en sus creaciones ni sumarlos a la política cultural de la Revolución Cubana.
El hecho de que laboratorios subversivos radicados en Estados Unidos hayan apostado a exponentes de este género en épocas recientes para llegar a sectores populares es una señal no despreciable del impacto que tienen en segmentos cada vez más amplios del país y a los cuales nosotros también tenemos que saber llegar. Eso tiene que ver con cultura y Revolución.
En estos cinco años la Revolución se ha visto severamente amenazada con intentos de desestabilización reiterados, de manipulación de noticias falsas y de constantes intentos de desmontaje de la historia. En cada una de esas circunstancias hemos asistido, con no poco dolor, a expresiones y actitudes de artistas y creadores aceptando como válidas algunas matrices enemigas e incluso sumándose a su difusión de manera irreflexiva.
Ante los intentos de desmontar y tergiversar la historia, principalmente de la Revolución, ¿cómo se supone que debamos reaccionar? ¿Las industrias culturales están diseñadas para mentir, manipular, denigrar a los héroes y mártires de la Patria? ¿Tienen nuestros medios que legitimar obras que promueven antivalores? ¿Tiene nuestra crítica que no insistir en esas problemáticas y estar ausente? No es solo una cuestión de libertad de creación, es una cuestión de ética y de principios. Se trata otra vez de salvar la Patria, que es también salvar la cultura.
Graziella Pogolotti insistía en que en la medida en que el hombre de hoy se reconozca en su momento histórico en la Cuba actual, y lo logre a través de su acción cotidiana y de la reafirmación de sus valores cotidianos, será entonces un combatiente más pleno, más convencido, más integral en todos los aspectos de la vida.
Recordemos el mensaje del General de Ejército Raúl Castro Ruz en ocasión del aniversario 55 de la UNEAC: “Hoy estamos doblemente amenazados en el campo de la cultura: por los proyectos subversivos que pretenden dividirnos y la oleada colonizadora global. La UNEAC del presente continuará encarando con valentía, compromiso revolucionario e inteligencia, estos complejos desafíos”.
Desarrollemos entonces las fuerzas culturales y espirituales de la nación cubana, esas que generan emociones, apasionan, comprometen, nos asientan en nuestras raíces históricas y culturales, acrecientan los valores patrióticos, revolucionarios, humanistas y afianzan las convicciones revolucionarias y, sobre todo, el orgullo de ser cubanas y cubanos.
Hay mucho que hacer para apoyar lo mucho que decimos; hay mucho que hacer para perfeccionar, para fortalecer; hay mucho que hacer en el trabajo cultural comunitario, en la enseñanza de la historia, en perfeccionar la educación, en crear riqueza económica para distribuir con justicia social y poder sostener la inmensa obra social de la Revolución, y para crear más riqueza espiritual.
En una entrevista a Teresa Melo, varios años después del Período Especial, alguien le preguntó cómo habíamos sobrevivido cuando todo se derrumbó. Ella, como siempre, genialmente respondió: todo se derrumbó, menos los sueños.
Trabajando unidos, con participación, con el alma arraigada en la tierra, con resistencia creativa, que implica resistencia cultural robusta con ética y con belleza; con ciencia y conciencia, con inteligencia, implementando y dando seguimiento a lo abordado en este histórico Congreso, solo así encontraremos soluciones.
Yo soy de los que creemos que ¡sí podemos!
Muchas gracias (Aplausos prolongados).