Todo comenzó con un pestañazo de luz el viernes 18 de octubre, a las once de la mañana, cuando el sistema eléctrico se vino abajo. Desde entonces no hemos dejado de contar los minutos, las horas y el momento en que otro pestañazo de luz nos devuelva la tranquilidad a nuestra vida cotidiana, resentida desde hace meses entre apagones que no solo oscurecen el alma, sino que la estremecen fuerte y con dolor.
Han sido días de caras arrugadas, incómodas, molestas, y algunos no quieren escuchar otra explicación que no sea la fabricada en redes sociales o en sus voceros callejeros, en la que apenas se pondera el empeño, el tremendo y único empeño de los salvadores de esta situación: los trabajadores de la Unión Eléctrica.
Ellos, que han dormido menos que a quienes prestan su servicio. Muchos, incluso, llevan más de 24 o 48 horas sin ir a sus casas. Y tres veces, ¡tres veces!, cuando la luz definitiva parecía asomarse en el final del túnel, sobrevinieron recaídas y vaivenes, propias de un sistema debilitado por falta de mantenimiento y disponibilidad de combustible.
Hay en este nuevo desafío, en este empeño de inteligencia y capacidad de nuestros eléctricos un obstáculo externo y mayúsculo. Sin retóricas vacías esto es un ejemplo vivo de las afectaciones reales y crudas del bloqueo económico que el Gobierno estadounidense insiste en convencer que no existe, hasta que un barco llega a puerto cubano y no encontramos manera de comprarle el combustible, ni al cash ni a través de los bancos.
Pero el empeño de los cubanos que hemos defendido a este país con uñas y dientes, no porque sea el paraíso del mundo, sino por la verdadera esencia de nuestra historia, volverá a iluminar más pronto que tarde nuestras casas y fábricas. Sacaremos las experiencias subjetivas que siempre dejan episodios como estos. Y le regalaremos al mundo nuevamente esa sonrisa apagada hoy por un pestañazo de luz, que nadie nos la arrebatará nunca.