Por una entrega en la cual no se escatimó esfuerzo alguno —en la que cuando hizo falta echarlo todo al fuego en nombre de la libertad se hizo—; por creación incesante, incluso por lo insondable y misterioso de la poesía ha estado nutrido el hilo que une nuestros primeros arrestos por la emancipación y estas horas que marcan la Cuba de hoy, tierra que sigue eligiendo su independencia por sobre todas las suertes.
Esos primeros arrestos, el inicio visible y estallante, está marcado en el 10 de octubre de 1868. Y por todo cuanto aconteció ese día los cubanos tenemos en ese momento un torrente de símbolos, de inspiración salvadora.Los pedagogos, los adelantados, habían soñado desde mucho antes el camino de la búsqueda de identidad y autoestima patria, pero el arresto de La Demajagua fue el momento en que todo comenzó a hacerse tangible.
«Las fuerzas volcánicas intuidas por Luz -escribió el maestro Cintio Vitier en su ensayo Ese sol del mundo moral-, comenzaron a hacer irrupción en la madrugada del 10 de octubre de 1868, cuando el abogado bayamés Carlos Manuel de Céspedes, al frente de unos pocos hombres, proclamó en el batey de su finca La Demajagua que allí se iniciaba “el primer día de la libertad e independencia de Cuba”, y, convocando a sus esclavos al toque de la campana del ingenio, los declaró, en aquel amanecer, hombres libres. Había llegado la hora de encarnar en la acción y en la historia el ethos patriótico iluminado ya por la poesía y el pensamiento cubanos».
De aquel gesto de humanidad y coraje hay múltiples pasajes conmovedores. Existe uno muy hermoso, contado por el Doctor Eusebio Leal Spengler en su conferencia magistral ofrecida el primero de noviembre del año 2007, en el Complejo Monumentario Antonio Maceo, en San Pedro. Es en esa alocución donde el historiador cuenta sobre el juramento de los Maceo, como se le dice al momento en que la heroica prole se suma a la gesta libertaria de 1868:
Después de maquinaciones y expectativas —expresó Eusebio Leal—, el 10 de octubre de 1868 se levantó Céspedes en su ingenio La Demajagua, situado frente por frente al Golfo de Guacanayabo y teniendo a la sierra oriental como frontera interior. En ese sitio, el Padre de la Patria proclama la independencia de Cuba y emprende la marcha con un pequeño grupo armado de apenas 37 hombres, a los que se les irán uniendo otros patriotas que respaldan el movimiento insurgente.
«La incorporación de los Maceo a la contienda fue casi inmediata. Cuentan que tuvo lugar el 12 de octubre cuando Antonio, José y Justo respondieron a la exhortación del capitán Rondón, quien era amigo de la familia y se había personado en Las Delicias con su tropa de insurrectos en busca de alimentos y pertrechos.
«Hay una carta en la que María Cabrales describe que Mariana Grajales, llena de regocijo, entró al cuarto, cogió un crucifijo y dijo: “De rodillas todos, padres e hijos, delante de Cristo, que fue el primer hombre liberal que vino al mundo, juremos libertar a la Patria o morir por ella».
«Pocos días después, toda la familia —incluidas mujeres y niños— tiene que internarse en la manigua, pues es denunciada a las autoridades españolas. Comienza la epopeya de la tribu heroica, unida toda en el campo de la Revolución y que, al poco tiempo, derramará su sangre en la lucha redentora».
En darlo todo, en el afán de igualar a los hombres, en ser justos, están las claves de esa gesta. «El espíritu del 68 —definió Cintio en su imprescindible ensayo- está patente en el gesto auroral de Céspedes al dar la libertad a sus esclavos y ofrecerla después a todos los que se incorporasen al Ejército Libertador, en el decreto de la Asamblea de Representantes del Centro declarando terminantemente abolida la esclavitud (26 de febrero de 1869) y en la Constitución de Guáimaro, redactada por Agramonte y Zambrana (abril de 1869), al establecer en su artículo 24 que “todos los habitantes de la República son enteramente libres”».
Céspedes, como enfatizó Cintio, había declarado en octubre de 1871, mientras ordenaba a Máximo Gómez la destrucción de los cafetales de Guantánamo: «No podemos vacilar entre nuestra riqueza y nuestra libertad». El estudioso martiano aseveró que ese es el «planteamiento radical de la Revolución cubana», consagrado con el imponente incendio de Bayamo por los propios mambises el 12 de enero de 1869; y afirmó que las palabras del patricio bayamés trascienden todo término clasista o racista para proyectarse en términos de nación.
Al resumir la impronta del 68, CintioVitier acude a José Martí y a su estremecida evocación de la Asamblea de Guáimaro (texto titulado El 10 de abril): «¡Y esto fue lo singular y sublime de la guerra en Cuba:que los ricos, que en todas partes se le oponen,en Cuba la hicieron!».
El estudioso martiano recuerda también el discurso del Apóstol del 10 de octubre de 1891, donde una idea inolvidable por su belleza resume la fibra de aquellos que se alzaron primero:
«Aquellos padres de casa, servidos desde la cuna por esclavos, que decidieron servir a los esclavos con su sangre, y se trocaron en padres de nuestro pueblo; aquellos propietarios regalones que en la casa tenían a su recién nacido y su mujer, y en una hora de transfiguración sublime, se entraron selva adentro, con la estrella en la frente; aquellos letrados entumidos que, al resplandor del primer rayo, saltaron de la toga tentadora al caballo de pelear; aquellos jóvenes angélicos que del altar de sus bodas o del festín de la fortuna salieron arrebatados de júbilo celeste, a sangrar y morir, sin agua y sin almohada, por nuestro decoro de hombres; aquellos son carne nuestra, y entraña y orgullo nuestros, y raíces de nuestra libertad y padres de nuestro corazón y soles de nuestro cielo y del cielo de la justicia, y sombras que nadie ha de tocar sino con reverencia y ternura. ¡Y todo el que sirvió es sagrado!».
En su artículo “Demajagua y los más puros misterios del alma cubana” (publicado en el periódico Granma el 9 de octubre de 2018), el historiador cubano Eduardo Torres-Cuevas, al referirse al momento del estallido del 68, expresa que «el sello más ominoso de la desigualdad social, en el caso específico de Cuba, era la esclavitud, lo que le confiere características diferentes de los proyectos emancipadores europeos, que no contenían este componente social.
«Muchos de los iniciadores del movimiento independentista hicieron este juramento del Gran Oriente de Cuba y Las Antillas, entre ellos Carlos Manuel de Céspedes, Pedro Figueredo, Francisco Vicente Aguilera, Ignacio Agramonte y Salvador Cisneros Betancourt: “Juro por mi honor guardar inviolable mis obligaciones, sostener el principio de la igualdad social y hacer cuanto pueda en lo humano para la rehabilitación de las clases proletarias y la abolición de todo fuero, privilegios y división fundada en la nobleza de la cuna, el oficio y la riqueza”. Este principio conformó uno de los artículos de la Constitución de Guáimaro».
El historiador subraya que el fondo común de los «Hombres del 68», como los llamó Máximo Gómez, significaba una nueva visión en la cual la figura del ciudadano de la República —contrapuesto al súbdito del rey—, anheladamente culto, con deberes y derechos ante la República, conformaba, en su conciencia, el verdadero sentido de la libertad, la cual exige el cumplimiento de las obligaciones con el conjunto de la sociedad y, a la vez, el disfrute de la libertad, como base inalienable del humanismo que orienta el conjunto de acciones del hombre.
Y agrega Torres-Cuevas: «La idea patriótica fue sembrada por pensadores y poetas. Félix Varela y Morales y José de la Luz y Caballero, entre los primeros; José María Heredia y el Cucalambé, entre los segundos. Ella tenía, como contenido y continente, ese universo libertario, en lo individual y colectivo, fundamentado en un ideal de mejoramiento humano y social. Tenía, como compañero inseparable, el “conócete a ti mismo” del cubano. La Revolución de los Poetas cultivó durante décadas el sentimiento y el amor por los valores propios. La Revolución de las Ideas produjo el proyecto revolucionario que fragua en el 68».
El profesor, luego de enumerar en su artículo sobrecogedores ejemplos de cómo los cubanos y las cubanas amantes de la Patria renunciaron a todo confort en aras de la libertad, nos convida a que entremos en profundidad, mediante el estudio y el detenimiento, «en “los más puros misterios del alma” cubana, según el deseo de José Martí. Demajagua, la chispa; Cuba entera, la hoguera de luz y calor en la que se fraguó la nación. Quizá, por esos andares, descubramos la génesis de lo mejor de nosotro».
Durante el resumen de la Velada Conmemorativa de los cien años de lucha, realizada en La Demajagua el 10 de octubre de 1968, el Comandante en Jefe, Fidel Castro Ruz, enunció: «Sabido es cómo se desarrolló aquella guerra. Sabido es que muy pocos pueblos en el mundo fueron capaces o tuvieron la posibilidad de afrontar sacrificios tan grandes, tan increíblemente duros, como los sacrificios que soportó el pueblo cubano durante aquellos diez años de lucha. E ignorar esos sacrificios es un crimen contra la justicia, es un crimen contra la cultura, es un crimen para cualquier revolucionario.
«Nuestro país solo, absolutamente solo, mientras los demás pueblos hermanos de América Latina —que unas cuantas décadas con anterioridad se habían emancipado de la dominación española— yacían sumidos en la abyección, sumidos bajo las tiranías de los intereses sociales que sustituyeron en esos pueblos a la tiranía española; nuestro país solo, y no todo el país sino una pequeña parte del país, se enfrentó durante diez años a una potencia europea todavía poderosa que podía contar —y contó— con cientos de miles de hombres perfectamente armados para combatir a los revolucionarios cubanos».
En una enumeración de los enormes sacrificios protagonizados por quienes comenzaron la guerra libertaria, Fidel afirma: «Es conocida la falta casi total de auxilio desde el exterior. Es conocida la historia de las divisiones en el exterior, que dificultaron y por último imposibilitaron el apoyo de la emigración a los cubanos levantados en armas. Y sin embargo, nuestro pueblo —haciendo increíbles sacrificios, soportando heroicamente el peso de aquella guerra, rebasando los momentos difíciles— logró ir aprendiendo el arte de la guerra, fue constituyendo un pequeño pero enérgico ejército que se abastecía de las armas de sus enemigos.
«Y empezaron a surgir del seno del pueblo más humilde, de entre los combatientes que venían del pueblo, de entre los campesinos y de entre los esclavos liberados, empezaron a surgir por primera vez del seno del pueblo oficiales y dirigentes del movimiento revolucionario. Empezaron a surgir los patriotas más virtuosos, los combatientes más destacados, y así surgieron los hermanos Maceo, para citar el ejemplo que simboliza a aquellos hombres extraordinarios».
Fidel recordó ese día el peligro de que, entre revolucionarios, se perdiese la unidad: «Al cabo de diez años aquella lucha heroica fue vencida no por las armas españolas sino vencida por uno de los peores enemigos que tuvo siempre el proceso revolucionario cubano, vencida por las divisiones de los mismos cubanos, vencida por las discordias, vencida por el regionalismo, vencida por el caudillismo; es decir, ese enemigo —que también fue un elemento constante en el proceso revolucionario— dio al traste con aquella lucha».
Aquella guerra -valoró el Comandante en Jefe- «engendró numerosos líderes de extracción popular, pero también aquella guerra inspiró a quien fue sin duda el más genial y el más universal de los políticos cubanos, a José Martí».
Las ondas expansivas de aquel primer día pueden sentirse hoy. Avanzaron y se corporizaron en lo que Cintio definió como la «hermosura terrible», «avasalladora» del Primero de Enero de 1959. El 10 de Octubre fue el cúmulo de anhelos y propósitos, el estallido de muchas mujeres y hombres, y fue también el primer espacio tangible de libertad, el primer pedazo de tierra y cielo donde todos eran por vez primera iguales en su condición humana.
Desde aquel punto originario hasta hoy, el camino ha sido difícil -también muy hermoso en su sentido-. Y con nosotros, los de ahora, van todas las «sombras que nadie ha de tocar sino con reverencia y ternura»·