Es de noche. Hay quien todavía no ha terminado de cocinar. Hay quien deja la novela a medias. Y los hay también que bajaron bien temprano para escuchar al delegado en un proceso de rendición de cuenta singular y complicado. Y cuando termina de exponer su gestión, las manos se levantan y comienza el debate.
Justo cuando el apagón incomoda hasta el delirio. El pan bajó su gramaje y se pierde el vuelto de 25 centavos. El agua entra con intermitencia y nos agobia la cabeza. El transporte vive su peor crisis y la basura no acaba de recogerse como siempre fue. Los baches son más profundos y las mipymes o ferias cobran protagonismo ante la canasta básica reducida y a destiempo.
Justo cuando más ataque en redes sociales recibe la Revolución el delegado da el pecho, se autocrítica si es preciso y explica sin justificación la realidad de lo que ha podido hacer y no lo que hubiera querido hacer, a solo días de volver a discutir en la ONU sobre el bloqueo del Gobierno de Estados Unidos contra Cuba.
Son los barrios, las comunidades y las circunscripciones escenarios ideales hasta noviembre para sumarse al debate y aportar una idea, involucrarse en la solución de uno o varios problemas subjetivos; cambiar y crear lo que hasta hoy venimos haciendo mal y no depende del recurso material, sino de revitalizar las ganas de volver a ver nuestras cuadras al menos más limpias.
Y quizás el próximo 27 de septiembre, en medio de las caldosas que esa noche siempre nos reúne en un banco o en la acera para esperar los 64 años de una organización de masas nacida para defender nuestro sistema social, podamos también oxigenar lo que más necesita y pide nuestra gente, nuestro pueblo, los trabajadores: hacer más sin lamentarnos tanto, darle más minutos al optimismo y sentir que la luz al final del túnel no está en irse de Cuba, sino en regresar a los barrios, a su cuna de valores y sentimientos.