Si hubiera que contar con los dedos de una mano las compañías que ahora mismo hacen el mejor teatro en Cuba (y por supuesto que toda lista de jerarquías en el arte implica no pocos conflictos), Teatro de las Estaciones estaría en casi todas las selecciones.
La agrupación matancera es hace tiempo un consolidado referente escénico, que trasciende incluso las fronteras nacionales. Y si uno preguntara qué caracteriza la labor de ese colectivo, mucha gente respondería (de hecho, responde): la belleza.
Treinta años cumplió el 12 de agosto Teatro de las Estaciones, y para su director, el también actor Rubén Darío Salazar, su apuesta por esa belleza, asumiendo el amplio espectro a nivel estético del concepto, es importante en estos y en cualquier tiempo.
“El teatro tiene la obligación de orientar las miradas del público, sean niños, jóvenes o adultos —afirma—. El mal gusto, el seudoarte, las copias burdas de influencias foráneas están a la orden del día. No podemos caminar hacia ese caos ornamental. Teatro de las Estaciones, ante cualquier proceso, investiga, indaga y encuentra maravillas que compartimos. No hay tarea más noble que propagar lindezas… es como ofrecer las flores más exquisitas de un jardín variopinto”.
Su compañero en esta aventura creativa, y en otras tantas aventuras de la vida, el diseñador Zenén Calero, piensa que las personas siempre asocian el trabajo de la compañía con lo bello “pero yo creo que más bien están hablando de lo cuidadoso, del preciosismo en cada detalle, del uso de la paleta del color, las texturas, los volúmenes y las líneas sin criterios cerrados”.
A Zenén no le gusta que lo encierren en una definición rígida: “He trabajado con yute y con encaje, con lienzo y con organza, con semillas y con perlas. He concebido obras con la influencia libre y colorida de Mendive o con acentos fuertes como los ojos que Pablo Picasso usaba en sus personajes humanos. He trabajado con la plástica sugerente de Sosabravo y Ares; también con los presupuestos del impresionismo. Soy amante de la obra de Joan Miró, Chagall, Klimt, para hablar de extranjeros, pero, además, de lo que ha salido de las manos prodigiosas de Pedro Pablo Oliva, Carlos Guzmán o Ernesto Rancaño. Soy un amante de lo bello, lo confieso. No me gusta ni la chapucería, la desidia o el desorden, me parece que eso igualmente identifica al creador que soy… imperfecto, por cierto, pero en la búsqueda eterna de la perfección”.
Y ahí se resumen muchos de los presupuestos de la compañía. “Teatro de las Estaciones es una gran mezcla, un hervidero de conexiones y vínculos escénicos”, afirma Rubén Darío. En su pródigo itinerario ha bebido de disímiles fuentes:
“Uno nace donde nace como creador profesional y ese lugar nadie se lo puede quitar al Teatro Papalote. Nuestro principal referente está allí, porque fue allí donde aprendimos cómo se estructura el proceso de creación de un espectáculo. Traigo las referencias del Guiñol Santiago, al cual acudí desde niño y luego de la labor artística del Teatro Nacional de Guiñol, en La Habana, al que tanto visité en mi época de estudiante. La posibilidad de viajar a otros países amplió ese referente, por esa conexión mágica que ocurre cuando ves los resultados de agrupaciones como la Compañía de Philippe Genty, de Francia; o Gioco Vita, de Italia… Los titiriteros de Binéfar o Joan Baixas, de España; XPTO, de Brasil, o la obra del chileno Jaime Lorca. También existen referentes que no son del terreno del teatro de títeres ¿quién que haya hecho teatro en Cuba no se siente atraído por lo que hace Carlos Díaz en su Teatro El Público?, las poéticas de Roberto Blanco, Berta Martínez y Vicente Revuelta…”.
Y con todo, Teatro de las Estaciones ha distinguido su propia poética, aunque sea evidente la extraordinaria variedad estilística en sus espectáculos.
La crítica e investigadora Yudd Favier, asesora de la compañía, considera que la agrupación ha establecido un alto estándar en el panorama de la escena cubana. Y más allá de sus aportes a las prácticas escénicas “el grupo es una institución generadora de muchos haceres en el arte. En su sede no se deja de hacer teatro. Es un importante centro cultural en la ciudad de Matanzas. Y es un ente pedagógico, que promueve además la investigación escénica. Parte de la certeza de que el teatro no se hace en soledad. Y es notable ese interés por entender la cultura en su integralidad, que se manifiesta en todos los espectáculos. El teatro como arte total”.
El crítico y dramaturgo Norge Espinosa, colaborador habitual de la agrupación, asume a Teatro de las Estaciones como un taller constante, que no debe valorarse solo por su extraordinario repertorio; también por su contribución a la organización y revisión del teatro de figuras en el país. Es un referente por la calidad, el rigor, el buen gusto y la continuidad en la entrega.
Se trata de hacer teatro y hacerlo bien, “educar al público a través de una puesta en escena, sin necesidad de ser didácticos ni doctrinarios. Cada una de sus puestas es un añadido a un repertorio, que no solo crece en términos numéricos, sino que también aporta un repaso… y un nuevo impulso.
“La compañía ha sido puente entre Cuba y lo que se hace en otras partes del mundo. Y nos hace pensar no solamente en las particularidades del teatro de figuras, sino en lo que debe tener cualquier movimiento artístico y cultural para constituirse: una jerarquía de lo mejor. Rubén y Zenén han sido muy generosos al ofrecer todo eso. Y me consta que seguirán en ese empeño, porque forma parte de la ética que defienden”.