París.- Él desea que me sienta vivo. Que respire, grite e incluso actúe ante él. Frente a su rostro, a veces de color indefinido, quieres sentir todas tus sensaciones incrementadas. Te susurra que rías, le dediques un verso, llores y te enamores.
Relata, que algunos le han compuesto sinfonías, que jamás está solo y que su mística ha sido abrazada por la historia.
Su día a día nunca es aburrido, de él se habla en las escuelas y en las universidades. Es un formidable libro divulgativo del que es su propio autor.
Ha sido testigo de centenares de cursos de la historia de la humanidad, mientras todavía atesora secretos que deslumbran.
Para muchos que hacen un alto frente a él es un profeta, un curandero, hasta un ilustre vagamundo que mucho ha visto, sin dudas un privilegiado.
Es capaz de agarrarte firme de la mano y sonreírte. También de contagiarte de una fiebre enaltecedora. He tenido días de rendirme ante su embrujo personal. De congraciarme con su hipnótica candencia.
Intenté negarme y la paleta de colores con que maneja y pinta los vaivenes del día y la noche terminaron por rendirme. Decidí entonces escribir en mi mente sobre los espacios que habitan su cuerpo.
Sobre la pasión y las musas, esos vendavales que le insuflan aliento al espíritu para soportar los peligrosos vientos de la existencia cotidiana.
Él no precisa de mucho más. Es grande, sin duda ilustre.
Su condición noble desborda sinceridad, por desinterés y elegancia anímica; la suya es la hidalguía del tiempo. Es la nobleza del alma de la naturaleza. Reverenciemos al río Sena.