Saidel Horta compone un relato entusiasmado del poder que atesora la esperanza. Ese universo en el que lo asombroso y lo complejo se saludan de cerca como viejos conocidos. Varias armas conforman su arsenal. En el boxeo muchas se necesitan para asaltar la cumbre. La más valiosa la lleva en su corazón: La fe.
“Es un sueño cumplido estar en unos Juegos Olímpicos, desde niño soñé con esto”, expresa en voz alta, en tanto con par de pequeñas pesas en sus manos no deja de adiestrarse bajo la atenta mirada de Rolando Acebal.
“Representar a mi país y buscar una medalla es un paso importante en mi carrera. El sacrificio ha sido grande. Verme con el boleto de clasificación en la mano el pasado año en los Juegos Panamericanos de Chile fue inolvidable, un verdadero premio. Sin duda una gran victoria.
“Nos hemos preparado muy bien —señala en medio de un corto descanso—. En lo personal no tengo presión, responsabilidad sí, pero toca cumplir, estoy rodeado de grandes preparadores y compañeros de equipo con mucha experiencia y resultados.
“Ellos me aconsejan y trato de tomar sus enseñanzas, más para una competencia de este nivel, donde están los mejores del mundo.
“Claro que sueño con la presea olímpica —añade otra vez en acción—. Es motivación mayor. El oro es una meta linda. Si logro el título se lo dedicaré a Dios, gracias a su fuerza y bendición estoy aquí. Te confieso algo —dice decidido—, si alcanzo el oro, no me lo quitaré ni para dormir. Lo juro”…
Saidel Horta dispara una respiración profunda y satisfactoria, quizás, siente cómo la relajación le baja por los hombros y el compromiso se le asienta en la razón.
Varias son las armas que afila con tino, para asediar las ambiciones de algunos sobre el ring. Todas le servirán en esta dura prueba, sin embargo, la más importante se nombra fe, y hace mucho habita en su corazón.