Los penales son un escenario terrorífico. La tensión sube. Es evidente que algo pasará. Los nervios acarician el cuerpo con fuertes latidos. Las venas parecen estar a punto de reventar. La boca seca.
El público no sabe si gritar o hacer silencio. Cualquier cosa puede alterar el curso de los acontecimientos, jugarles en contra. El miedo a que pase lo peor reina y domina tanto a la barra ecuatoriana como a la argentina.
En los 90 reglamentarios hubo una pequeña dosis, un adelanto del capítulo final. Con el 1-0 de Lisandro Martínez en el marcador, Enner Valencia engañó al Dibu, pero mando el penal a la base del poste y se perdió, en ese momento, lo que sería el empate. Kevin Rodríguez lo rescató de la pena con un gol en el añadido que prácticamente mandó todo a la tanda de penales. Una sacudida para una Argentina pálida y, a la vez, un halo de esperanza para los del centro del mundo
¿Qué es lo peor que puede pasar?¿Empezar fallando? Aparece Messi casi que por segunda vez en el partido. Enfrente Alexander Domínguez. Dos tipos de 37 años. Messi la pica. El portero se lanza poseído a su izquierda. El balón va al centro. Bombeadito. Ni lo suficientemente fuerte como para irse por encima del travesaño, ni lo suficientemente suave como para dar tiempo a que la gravedad haga lo suyo. Se estrella en el poste. Ya está. Deja vu y lo peor que podía sucederle a Argentina.
El 10 se toma la cabeza y Domínguez se atreve a besarlo, como para comprobar que es humano. Es cierto, Domínguez, Messi ha fallado ante ti.
La impaciencia y el pesimismo inundan las venas argentinas. La euforia impulsa la sangre ecuatoriana.
Ahora todo cae sobre los hombros de Ángel Mena. Lo que ve ante sus ojos es al Dibu Martínez. No ha perdido una tanda de penales con Argentina. Todos los miran. Algunos se dan cuenta de que los inquieta el latido de sus propios corazones. Mena deja de sentirlo cuando patea. Ya no lo siente más, porque lo que se escucha es el impacto del balón en los guantes del Dibu, que corta la respiración ecuatoriana.
Los argentinos pasan del festejo a la zozobra, a esa pequeña duda que se te queda después de ver errar al mejor jugador de la historia. Son más pensamientos y sensaciones que los segundos que demora Julián Álvarez en convertir. Argentina sala alante y pone cuesta arriba el camino de Ecuador.
Minda quizás no esperaba este escenario. Acomoda la redonda. Si no anota, prácticamente sentencia a su equipo. Hay 7.32 metros entre ambos palos. De alguna manera tiene que entrar. Sería lo lógico.
Le pega, regala metros y el latido que se siente es el segundo guantazo del Dibu. Casi él solo está eliminando a Ecuador. Se gasta su bailecito para descargar la tensión. Ya lo tiene a Messi ganando. Ambos miran al cielo.
Mientras, Mac Allister no mira a nadie. Solo a la pelota. La quiere tanto que le pega un viaje perfecto. Un hincha de la tricolor llora en las gradas, después de haber tocado el cielo con el fallo de Messi.
Yeboah logra engañar al Dibu, pero parece algo tarde. Montiel lo ratifica. Vaya que sabe de sentenciar cosas.
Ecuador sobrevive con respiración artificial. De las gradas emana la tristeza en tonos amarillos.
Jordy Caicedo alarga la agonía. El veredicto final depende de Otamendi, que le pega casi tan bien como Mac Allister y se echa a correr, perseguido por una banda de locos que recobraron el color después del susto. Argentina respira en las manos del Dibu.