Desde hoy el mundo del fútbol se divide en dos universos: Europa y América, escenarios en los que el juego se parece, pero no es el mismo.
La emoción se vive con distinta intensidad. Southgate, por ejemplo, parece que se empeña en matar a Inglaterra, una favorita en la que no juega un minuto Cole Palmer, donde los candidatos a Balón de Oro Bellingham y Foden lucen como dos chicos timidos recién estrenados y Dinamarca te logra sacar un punto de oro, en un grupo en el que no hay nada definido, porque Serbia salvó una unidad sobre la hora ante Eslovenia. Jovic encontró un poco de su veta madridista y aguó la fiesta a último momento.
Era una fecha también de clásico europeo: España-Italia, ¡qué recuerdos! Con los antecedentes que teníamos el partido pudo haber dado más. El autogol de Calafiori al 55 fue la tranquilidad de Pedri y Nico Williams, que se habían perdido tres claras entre los dos.
Aunque Nico desquició un poco a los defensas por la banda izquierda, mandando un balón al poste, todavía se deja ver un poco verde, igual que Yamal, que dejó también algunas postales de italianos revolcados.
Entonces De la Fuente determinó que el 1-0 le alcanzaba y metió a los chicos más rezagados del colegio: Ferrán, Baena, Oyarzábal, Ayoze… Este último, aunque iba de guerrilla en guerrilla nos dio algunas dosis de descaro a manera de regates que se echan de menos en esta Euro, más cuando vas a ver a España, que en esa banda izquierda tenía el desequilibrio constante de un pequeño hombrecillo casi calvo de cuyo nombre no puedo evitar acordarme.
Mientras, en el otro universo, donde los estadios con diseños extravagantes nos llevan a un escenario medio futurista, debuta la Argentina de Messi. Y del frío y calculador juego europeo pasamos a calor y al vértigo al que no renuncia Canadá, que da espacios a los campeones, pero que llega al área del Dibu con la velocidad de una banda de linces liderada por un tal Alphonso Davies, que parece recordar lo que jugaba en Múnich.
Y el corretaje y la pierna furte reinan, Argentina falla mucho, Di María se recorre el campo solo, como si no hubiera mañana y también falla.
Canadá responde, pero aparece el Dibu.
El dominio argentino no termina por fluir del todo y se van al descanso en tablas.
Scaloni repara los cortes, junta las piezas y la máquina funciona, Messi da un pase de locos, arriesgado, de los que cambian partidos de verdad, a un espacio que lee de maravillas Mac Acllister, que expone su físico para servirle el gol en bandeja a Julián Álvarez. Tres toques y adentro.
Canadá no se rinde, sigue buscando y deja libre a Messi, que dos veces quiso hacer el gol de pinchadita y dos veces acabó sonriendo tras la pifia, sin entender como la pelota se resistía a los hechizos de su pierna zurda. Davies seguía siendo la máxima amenaza, junto a los nuevos efectivos que trataban de increpar a la defensa argentina.
La leña y los roces se incrementan. Y Scaloni, al contrario que De la Fuente, echa mano a lo mejor que tiene en el banco. Da la sensación, con la albiceleste tan fallona, de que Canadá puede empatar.
Messi también lo siente y vuelve a enseñar lo que es un pase determinante. Lautaro corta el área como un puñal y solo puntea el balón al fondo de las redes ante la salida del arquero norteño. No importa lo que pase, la gente grita Messi.