Por supuesto que el humor, como tantas veces se ha dicho, es una cosa muy seria, sobre todo cuando se ocupa de asuntos acuciantes de la agenda pública en todas sus aristas. En el caso de la política (que para algunos es un rompecabezas y para otros un circo… aunque en realidad debe ser asumida como ámbito ético de conciliación y búsqueda de soluciones), las caricaturas e historietas pueden ser una eficaz herramienta para explicar problemas y desafíos, para propiciar la conciencia y el debate… sin renunciar a la vocación lúdica.
El buen ejercicio de este arte debe hacer confluir contundencia y vivacidad. Y mucho de eso se ha visto en la muestra central de la I Bienal de Humor Político de La Habana, que se exhibe en la capitalina galería 23 y 12.
La obra ganadora del Gran Premio —Iceberg, del belga Luc Descheemaeker— bien pudiera resumir un enjundioso ensayo sobre las verdaderas filiaciones de muchos de los grupos de la extrema derecha mundial. Y lo ha logrado con una metáfora diáfana, a partir de un concepto universalmente compartido.
En la apertura de la Bienal, el pasado viernes, la viceministra de Cultura Lizette Martínez Luzardo afirmó: “En un mundo urgido de paz y donde es preocupante el ascenso de la ultraderecha y el neofascismo, es menester hablar del amor, la solidaridad y la justicia social. Los discursos de odio, de negación, y la rescritura de la Historia pretenden naturalizarse como verdades de nuestros pueblos. Ante esta realidad el arte moviliza conciencia y también se convierte en plataforma de denuncia”.
La Bienal honra la gran tradición del humor político en Cuba y propone un diálogo sobre sus retos actuales. Hasta el viernes 28 de junio se desarrollará un programa que incluye conferencias, muestras, visitas a centros educativos, presentaciones teatrales, cinematográficas y de música.