Durante la semana que recién concluyó dos importantes eventos fueron noticia en el ámbito cultural: el XIV Coloquio y Festival Nicolás Guillén 2024 y la Jornada por el Día del Son Cubano, ambos inaugurados el 8 de mayo en la capital.
El primero evocó los aniversarios 90 de los poemarios West Indies Ltd. y los 60 de Tengo y Poesía de Amor, respectivamente; así como la centuria de la sección Pistos Manchegos, publicada en el periódico El Camagüeyano, mientras que el segundo estuvo dedicado el aniversario 130 de Miguel Matamoros, nacido en Santiago de Cuba el 8 de mayo de 1894 y fallecido en esa emblemática ciudad el 15 de abril de 1971; también en recordación de otro relevante músico: Miguelito Cuní, venido al mundo en esa fecha del año 1917, en Pinar del Río, y fallecido en La Habana el 3 de marzo de 1984.
El Coloquio y Festival comenzó en el Aula Magna de la Universidad de La Habana con las palabras de Nicolás Hernández, director de la Fundación que lleva el nombre del Poeta Nacional de Cuba, y el programa académico sesionó en la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac), donde se debatió sobre la mujer, la racialidad, la obra de Nancy Morejón, la conservación y digitalización del Archivo Nicolás Guillén en el Instituto de Literatura y Lingüística, y el trabajo en comunidades vulnerables, entre otros asuntos.
Por su parte, el capitalino Pabellón Cuba fue sede de la jornada de celebración por el Día del Son Cubano, instaurado el 8 de mayo desde el año 2020, a propuesta de otro grande del pentagrama nacional, el compositor, escritor, arreglista, cantante y pianista Adalberto Álvarez (La Habana, 22 de noviembre de 1948-1.º, de septiembre del 2021), Premio Nacional de Música 2008.
A propósito de ambos encuentros vale exaltar la notable musicalidad existente en la poesía del popular vate nacido en Camagüey el 10 de julio de 1902 con el nombre de Nicolás Cristóbal Batista Americano, fallecido en La Habana el 16 de julio de 1989, gran sonero poético, entre cuyas obras sobresalen las recogidas en Motivos de son.
Estudiosos de la vida de Guillén afirman que antes de que se introdujera en el mundo de la poesía, aún niño, profesaba extraordinaria vocación por la música, la cual trascendió a sus encendidos versos; además fue notable en sus crónicas sobre las figuras que cultivaban distintos géneros del pentagrama insular. Reconocidos vocalistas, conjuntos y grupos musicales de Cuba y de Hispanoamérica, han popularizado numerosos poemas de corte popular y folklórico creados por quien, más que “negra”, calificó a su poesía como “mulata”, para conferirle un carácter más general al mestizaje.
Guillén se nutrió de la vida en los barrios pobres, de los bembés y cultos a los santos que se realizaban en los solares de su natal Camagüey, con tambores, cajones, claves y timbales, proceso de formación de una intelectualidad que se alimentó de la conga, la rumba y el guaguancó; de las manifestaciones religiosas orales-musicales que, expresadas por los negros esclavos, fueron heredadas por las siguientes generaciones de afrodescendientes.
Esas experiencias enriquecieron su interés por el vibrante ritmo del son, también con raíces ancladas en lo popular, donde se entretejen la melodía, la métrica y los instrumentos musicales con la tradición del canto y el ritmo africano: Yoruba soy, lloro en yoruba/ lucumí./ Como soy un yoruba de Cuba, / quiero que hasta Cuba suba mi llanto yoruba/…, expresa su Son número 6, del libro El son entero (1947).
Los versos de Guillén emanan, de forma fluida y candente, desde las más auténticas raíces afrocubanas. Buena parte de su obra posee un ritmo, cadencia y movimiento mayoritariamente provenientes de las culturas traídas, entre los años 1820 y 1860, a la Mayor de las Antillas por unos 275 mil negros nigerianos, apresados y convertidos en esclavos, quienes trajeron consigo su creencia Yoruba. A partir de ahí se produjo un proceso sincrético mediante el cual se fusionaron aquellos dogmas con el catolicismo trasladado a nuestro país por los colonizadores españoles.
En la creación literaria de Guillén sobresale un estilo único e irrepetible, sustancialmente marcado por un talante expresivo afrocubano, el cual se evidencia desde sus primeros libros Motivos del Son (1930) y Sóngoro Cosongo (1942), de este último muchos de sus poemas son recurrentemente llevados a disímiles espectáculos musicales, escenificaciones teatrales y producciones de cine.