Pocos asuntos han marcado tanto la historia de Cuba en tiempo de revoluciones como los vínculos entre la nación y la emigración, o dicho de otro modo, entre los residentes en el país y su diáspora.
Desde las guerras de independencia contra el colonialismo español, las relaciones entre los cubanos emigrados y quienes vivían y peleaban en la Isla fue motivo de tensiones y recelos, pero también de emotivos pasajes de heroísmo, solidaridad y desprendimiento.
El triunfo del Primero de Enero de 1959 comenzó otra etapa de construcción nacional donde los rescoldos de aquella república dependiente y dictatorial abolida huyeron al exilio a buscar refugio y amparo para sus sueños de revancha y reconquista.
Y fue la Revolución, con Fidel al frente, la que reinició en cuanto fue posible, la reconstrucción de los lazos naturales con quienes por múltiples causas han hecho su vida fuera de su patria, sin agredirla ni escarnecerla.
Ningún tema es más doméstico en las últimas décadas que las relaciones de nuestro Estado con la comunidad cubana que radica en el exterior, cuya naturaleza y carácter se han ido transformando hasta alcanzar una gran diversidad de intereses, destinos y motivaciones.
Por eso reviste tanta trascendencia el reencuentro que ocurrirá este fin de semana en la Cuarta Conferencia La Nación y la emigración, casi veinte años después de su última edición.
Los cambios sustanciales en la política migratoria de Cuba en los últimos diez años, la flexibilidad creciente en los trámites consulares y de viaje, la participación activa de quienes viven fuera del país en procesos deliberativos importantes como las consultas populares de la Constitución y del Código de las Familias, son señales fehacientes por dónde está la buena voluntad en la búsqueda de caminos comunes para todos los cubanos, dentro y fuera de la Isla.
Las transformaciones más recientes de nuestro modelo económico, con un impulso al sector privado y a la inversión extranjera como complementos necesarios, abren además nuevas perspectivas para llevar esos vínculos a nuevos estadios de desarrollo.
El propósito manifiesto es que cada vez sea más factible establecer alianzas, proyectos de inversión y colaboración, flujos normales y provechosos para quienes quieren desde el exterior aportar al progreso de su país y al bienestar de su pueblo.
Por supuesto, existen fuerzas poderosas que han tratado de obstaculizar cualquier acercamiento durante estas más de seis décadas, y no dejarán de intentarlo ni ahora ni el futuro.
Es sabido que hay grupúsculos pro imperialistas y sectores anexionistas a quienes la confrontación artificial entre cubanos de afuera y de adentro les resulta muy redituable, y por ello conspiran para azuzar el odio entre la nación y su emigración, en contubernio con el gobierno de los Estados Unidos y sus cómplices, que tanto quisieran hacer fracasar el proyecto socialista e imponer su dominio sobre Cuba.
Resulta crucial entonces que sean otra vez el gobierno cubano y su pueblo, de acá y de allá, quienes persistan en construir puentes de entendimiento y diálogo entre la nación y la emigración, para superar cualquier posible diferencia todavía existente y movilizar al alma del país en beneficio de sus hijas e hijos.