Por estos días muchas personas celebramos uno de los resultados más relevantes de la sociedad cubana en las últimas décadas: la aprobación mediante referendo popular del Código de las Familias, su firma definitiva, publicación y puesta en vigor, hace exactamente un año atrás.
La nueva Ley fue fruto de un quehacer democrático ejemplar, con una participación sin precedentes de la toda la ciudadanía, especialistas y académicos, activistas y políticos, en un amplio proceso de consultas que permitió debatir de lo humano y lo divino hacia el interior de los hogares cubanos, para así ponernos frente a nuestros fantasmas y nuestros sueños, nuestras limitaciones y nuestras esperanzas.
El histórico resultado del referendo, donde el Sí por la nueva ley alcanzó 66,85% de los votos válidos, en medio de condiciones económicas y sociales particularmente difíciles después de la pandemia de Covid-19, constituyó un hito que demostró la madurez de nuestro pueblo y la evolución en su conciencia humanista.
Estos doce meses transcurridos desde su entrada en vigor evidenciaron no solamente cuánta falta nos hacía el Código de las Familias, sino también qué alcance y porvenir tienen y tendrán las transformaciones que esa norma desarrolla y ampara.
Cada vez que lo leemos, descubrimos una nueva posibilidad de la cual no nos habíamos percatado, me confesó una autoridad del Ministerio de Justicia, organismo rector en su implementación, aunque no el único implicado.
Estadísticas y números de trámites, soluciones legales y victorias jurídicas para cientos, miles de familias, no resumen el valor de esta legislación de avanzada, aunque esas cifras también resulten necesarias para demostrar la marcha de su aplicación, la cual ha sido catalogada de satisfactoria.
Todavía, no obstante, existen múltiples instituciones o figuras casi sin descubrir, con muy pocos casos o ninguno que se haya constatado en la práctica, lo cual evidencia que nos tomará años crear la cultura jurídica que nos permita extraerle al Código todas sus bondades.
Tampoco es que todo fuera perfecto a lo largo de este año. El propio Ministerio de Justicia reconoce críticamente que todavía se presentan respuestas inadecuadas a las consultas ciudadanas, demoras en la tramitación de asuntos y errores en las escrituras y certificaciones, por lo cual se insiste en la autopreparación de los funcionarios y en un modelo de actuación con sensibilidad, buen trato, exhaustiva explicación a las personas y la debida diligencia y razonabilidad en lo que se dispone.
Son cambios radicales no solo en la técnica jurídica, sino también en la manera de relacionarnos en el seno de las familias y de los vínculos de estas con las instituciones, por lo cual el aprendizaje y la capacitación deben ser constantes y en todos los sentidos, con una fuerte estrategia de comunicación social que no puede desmayar solo porque ya tenemos el Código.
Porque tampoco es que los prejuicios y los estereotipos de los modelos familiares anteriores desaparezcan de la noche a la mañana por obra y gracia de la nueva Ley. Será un trabajo paciente, de transformación cultural progresiva, sobre la base jurídica que ahora nos ofrece una de las legislaciones más progresistas del derecho familiar en el mundo.
El primer año del Código de las Familias constituye entonces una razón para el recuento y el análisis, un motivo además para estar satisfechos, es cierto; pero nada más se trata del comienzo. Es solamente como un breve calentamiento para empezar a ejercitar todos los músculos de nuestra alcanzable felicidad individual y familiar.