Una piedra grande hace de pata de banco, latas de líquidos consumidos por el suelo, cestos de desechos sólidos derribados… Se extraña el moreno alto con cara de NO, cuyo nombre no recuerdo, pero eso es lo de menos. Ese que desde su función de guardaparque durante años mantuvo el orden en el espacioso recinto 13 de Marzo, situado frente al Museo de la Revolución.
Rememoro una realidad de decenios atrás, cuando cientos de alumnos de escuelas primarias aledañas asistían al parque a realizar las entretenidas clases de educación física. Conservo nítida la imagen de los momentos en que la pelota iba a parar al césped, y entonces para recuperar la esférica los muchachos debían pedir permiso al custodio del perímetro.
Este redactor estuvo tentado a visitar Direcciones Municipales de Trabajo para indagar sobre la existencia o no de la ocupación de guardaparque. No hizo falta. Al fin y al cabo la respuesta está en cada parque donde se extraña el sonido preventivo del silbato.
El moreno alto prefería un banco entre los muchos fijados al pavimento, ¿Quién sabe por qué? Quizás desde allí tenía mejor visibilidad, y a la vez se hacía más visible. Sí, porque estar bien situado y dar su vueltecita a cada rato le permitía velar por la conducta de los visitantes, prevenir delitos, indisciplinas…Creo que si estuviera hoy hasta los caracoles africanos se la verían difícil.
Pero sucede que en el presente ni allí ni en ningún parque de La Habana vemos a esos ángeles de la guarda. Así por no presentación ganan la indolencia y el desorden.
Y no escribo de un parque cualquiera, sin menosprecio por los otros muchos. Allí desde julio de 1966, por resolución de la Administración municipal de entonces, se nombró el sitio Plaza 13 de Marzo, en honor a los valerosos jóvenes asaltantes al Palacio Presidencial en el año 1957. Más recientemente, en el propio centro del lugar fue colocada una réplica de la estatua ecuestre monumento a nuestro Héroe Nacional, ubicado en el Parque Central de la ciudad de Nueva York, obra de la escultora estadounidense Anna Hyatt Huntington.
Duele cualquier deterioro de mi parque, donde lancé y bateé las primeras pelotas, aprendí a montar bicicleta; también enamoré. Y como un dictado cíclico años más tarde lo hicieron mis hijos.
Muchas razones me llevan a abogar por la vuelta de un guardián como el moreno alto (con cara de NO), y porque el silbato que llama al orden suene otra vez.