¿Julio González?, le dije al hombre todavía sobre lo delgado y ataviado con par de guantillas negras de boxeo.
Me miró sorprendido y con algo de confusión en sus gestos faciales. De repente disparó: ¡coño tú eres cubano! Sí soy yo, ¿de dónde tú me conoces?
Le recuerdo algunas de sus hazañas. Incluso le expongo que llevo un tiempo “persiguiéndolo”. Fui hasta Cienfuegos, pero supe que ya te habías ido luego de una novedad familiar, le digo mientras él guantea con un boxeador del equipo de Centro Caribe Sports.
“Mira socio —dice en buen cubano y haciendo una pausa en su labor— llevo 14 años en Guatemala. Trabajo con la selección nacional juvenil y el equipo grande. Ahí estoy batido”, afirma y posa para la cámara del móvil.
“He tratado de transmitir todo lo que aprendí con los grandes del pugilismo en Cuba. Algo no tan fácil, pues allá no tienen el mismo sistema de pirámide deportiva que en nuestro país. No es igual, pero trabajamos con seriedad.
“Estoy agradecido de los profesores que tuve (Sarbelio, Alcides entre otros), de sus enseñanzas, sumado a la fuerza técnica y pedagógica que logré después de mi retiro son de gran utilidad.
“Dame un chance —apunta y repite la rutina de golpes y esquivas con su discípulo—. No puedo dejar que se enfríe, sino lo complican allá arriba y con el mentón señala hacia el ring”.
Habla de lo mucho que ha cambiado el boxeo. De los guantes, incluso del estilo y la forma de asumir la práctica y la disciplina.
“Hay cosas que se mantienen, otras no, como la votación de los jueces, quienes le marcan más al púgil agresivo, no así al técnico. Es diferente a mi época”.
Julio habla de sus grandes rivales. No olvida al estadounidense Óscar de la Hoya y al alemán Andreas Zülow.
“Con De la Hoya caí en Barcelona 1992 y con Zülow peleé varias veces. Nunca pudo conmigo, apunta riéndose. Gané los títulos más importantes menos el olímpico. Fue un orgullo pelear por mi país.
“Extraño un montón de cosas de Cuba. Cuando voy aprovecho el tiempo. Te digo más, hemos tenido que enfrentar a boxeadores cubanos, a veces les ganamos. Es duro y extraño, pero es mi pincha.
“Coño se me enfría el hombre —lanza Julio, en tanto retoma el calentamiento de su púgil—. Chamacón, llevo a mi tierra bien adentro. Eso no lo puedo explicar. Lo sabe el que lo vive. Los que vivimos fuera. Suerte por acá”, acuña con otra frase muy nuestra, que sabiamente el corrector del periódico eliminará.