Él apenas rebasa los 40 y ella casi llega a los 80. ¿Amigos? No lo puedo asegurar. Pero si sus vidas coexistieran más, de seguro fueran como familia.
Ambos sienten una convicción tremenda por su profesión: la medicina. Y son de los que, sin pensarlo mucho, se han enrolado en misiones internacionalistas, han brindado ayuda donde más falta ha hecho y cumplen siempre con su deber de salvar vidas, como les enseñó Fidel.
A la tercera…
Él se llama Karel Piñón García, es especialista en anestesiología y reanimación y labora en el el hospital provincial Manuel Ascunce Domenech. Como tercera misión aspiraba a «una de las buenas», dice, aunque sus dos experiencias anteriores a Venezuela no habían sido malas.
Y en eso andaba, esperando, cuando un buen día salía de su guardia, con el sueño clásico de una noche difícil y lo llaman por teléfono. Le pedían que se incorporara al Contingente Internacional de Médicos Especializados en Situaciones de Desastres y Graves Epidemias «Henry Reeve» y partiera al día siguiente para Turquía.
Ya había escuchado del terremoto que había ocurrido en dicha nación el seis de febrero. Sabía del desastre. Se imaginaba las complejidades con el idioma, el clima. Pero nunca decía no a una tarea.
Aún sorprendido se le contó a su familia casi sin detalles. Y se despidió. «Era mi primera vez, cuenta, en una misión de catástrofe. Fue difícil y con mucho trabajo.
«Desde que llegamos había réplicas y yo no sabía de terremotos. En tres ocasiones, de madrugada, nos tuvieron que evacuar del hospital en el que estábamos por la magnitud de las repeticiones.
«Pero lo importante era la oportunidad de ayudar y de hacerlo con desinterés y altruismo. Ya habían pasado unos días del terremoto y nuestro trabajo fue mayoritariamente con las secuelas, muchas operaciones tuvimos que hacer, más de 60.
«Fue fuerte, pero bonito y lo hicimos de conjunto con los médicos de Turquía. Ese era el internacionalismo del que hablaba Fidel, del que curan personas y se alivian dolores».
La primera camagüeyana
Ella se llama Nieves Atrio Mouriño, es dermatóloga y doctora en ciencias y profesora consultante. Actualmente está jubilada, pero contratada en el Centro Provincial de Higiene y Epidemiología, pues desde 1972 lidera el programa de lepra en la provincia y sus conocimientos son muy necesarios.
Pero Nieves no es solo eso, ella también es internacionalista y de las primeras camagüeyanas en asumir esa tarea. Junto a su esposo fue a Argelia, una experiencia, como dice, única.
«Yo era muy joven, agrega, y fue un gran experiencia. De esa cultura no sabía nada y me sorprendía cómo ellos se admiraban de que mi esposo y yo nos tomáramos de las manos, por ejemplo.
«Pero en ella aprendí y mucho. Nuestro trabajo era admirado, sobre todo porque los pacientes veían el buen trato y que lo que hacíamos lo hacíamos por amor y no por dinero.
«En una ocasión hubo un brote de cólera y en el hospital no cabían muchos enfermos. Pero con un suero al menos sobrevivían y decidimos ingresar personas aunque fuera en el suelo. Nos miraron como locos, pero lo nuestro era salvar vidas.
«Todos los médicos nos pusimos a cuidar a los pacientes. Terminábamos nuestras funciones y continuábamos con los de cólera. Fue fuerte.
«En esa misión vi cosas tristes, cosas que me chocaban; vi otras maneras de atención médica y comprobé que la misión médica cubana tiene algo tan humano que no tiene comparación y vamos a lugares a los que nadie quiere ir».
Nieves luego fue a Angola y se consagró en la atención a pacientes con lepra. Ha sido útil, pero como asegura «ser internacionalista te marca para toda la vida y es algo que nos enseñó Fidel. Por eso a las nuevas generaciones les digo que estudien por vocación, que esloquetepermiteatenderalaspacientesyenfocarteensuspadecimientossinpensarentusproblemas
«Que estudiáramos y salváramos vida era lo que nos repetía mucho el Comandante a los que estudiamos en la escuela de medicina Victoria de Girón. Y creo que lo hice, que cumplí con él».