Una famosa filosofía de la calidad muy reconocida en el mundo empresarial contemporáneo plantea el principio de que todo debe hacerse bien desde la primera vez. Nuestra práctica cotidiana, sin embargo, a veces parecería partir justo del concepto contrario: hacerlo mal desde la primera vez.
En eso pensaba por estos días al dar cuenta de una decepcionante reparación en una válvula del acueducto de mi barrio, que luego de años de padecer su rotura y salidero de agua en la calle, no llegó ni a tres meses sin que se desbaratara la fundición hecha para su cubierta.
Es solo un ejemplo cercano, pero ya sabemos que cualquier persona podría citar otros incidentes similares desde su experiencia.
En esos casos, lo primero que casi siempre se cuestiona es el derroche material que provoca ese tipo de chapucerías. Detrás hay siempre recursos que se dilapidan, o se desvían, y que deben volver a gastarse para resolver lo que no se hizo bien.
Pero el costo social de hacerlo mal desde la primera vez ni siquiera puede ser medido solo en términos económicos. Se resienten todas las estructuras de dirección y control, así como la confianza de la gente en sus autoridades a todos los niveles, incluyendo los representantes directos de la población, cuando ocurre este tipo de estafa.
Porque de eso se trata en definitiva, pues así se malversan materiales, fuerzas y tiempo de trabajo, además de tomarle el pelo a la ciudadanía.
Para hacerlo mal desde la primera vez hasta hay que esforzarse su poco, debemos admitir. Múltiples eslabones tienen que proponerse o permitirse fallar para desembocar en tan lamentable resultado: la planificación y el seguimiento a pie de obra de lo que se hace, la supervisión de quienes pagan la inversión y hasta el control popular de quienes se deberían beneficiar con ella.
Es una consecuencia de una combinación de factores que nos afecta, que puede implicar desde la mala intención de algunos individuos, hasta la desidia y resignación con que a veces asumimos estos dislates.
Vemos que algo no se está haciendo como debería, pero nos conformamos con que al menos se esté haciendo; sin reparar en que hacerlo mal no solo no va a resolver el problema, sino que incluso puede agudizarlo después.
De manera que esta funesta teoría de hacerlo mal desde la primera vez solo prospera cuando mucha gente no hace lo que le toca, y por desgracia eso también nos incluye a quienes padecemos sus consecuencias.
Después que el daño está hecho, a las personas dolientes nada más nos queda protestar y exigir medidas con los responsables más directos, a quienes en muchas ocasiones no les pasa nada administrativamente, y ni tan siquiera pagan por los perjuicios económicos ocasionados.
Virar todo eso al revés requiere entonces en primer lugar identificar el problema, y luego actuar cada cual desde su pedacito para impedirlo. Se dice más fácil de lo que se hace, es cierto; pero lo que no puede ocurrir es que nos acostumbremos a considerar como normal esa fatídica inversión de la filosofía de la calidad: hacerlo mal desde la primera vez, tiene que ser inaceptable.
No vale la pena, es un problema sistemico, no existen mecanismos fiables de control y nadie responde por los perjuicios economicos. Los cuadros no estan bien preparados para desempeñar sus funciones. hay mucha tela por donde cortar. Las personas preparadas que podrían ayudar, no se meten en esas morcillas.
Considero bastante acertado este análisis.
Pero ¡Intente usted solo amenazar la zona de confort de los Lindoros y verá las consecuencias! ¡Ah! y no se soluciona nada.