Noticias recientes sobre hechos de violencia que nunca han caracterizado a la sociedad cubana ponen nuevamente en el centro del debate público la cuestión de los valores humanos que defendemos y quisiéramos ver predominar entre nuestra gente.
Es una discusión que requiere de análisis sosegado y también de acciones a largo plazo, más allá de la respuesta inmediata ante la conmoción que genera cualquiera de esos desacostumbrados e inhumanos episodios.
Resulta indispensable reforzar la preocupación ontológica de la sociedad cubana por sus propios valores, los que ha desarrollado y los que a veces le fallan, los que pugnan por predominar contra viento y marea, muchas veces en medio de las circunstancias individuales y colectivas más difíciles, y los que parecerían a punto del naufragio.
Porque esa conciencia crítica constante, incluso en los casos de evaluaciones tremendistas, a veces injustas o parcializadas, sobre nuestra propia capacidad de auto-mejoramiento como individuos y como pueblo, es también consecuencia y parte indisoluble del proceso histórico y del sistema social en que hemos estado inmersos durante ya más de seis décadas.
La discusión pública, candente por momentos, plural siempre, sobre cuáles son los valores que conservamos o no, los que tenemos cimentados y aquellos que no quisiéramos ver involucionar en nuestra población, resulta quizás el mayor síntoma del civismo que caracteriza a la Cuba de hoy.
No podemos desconocer tampoco la existencia de cierto escepticismo, que a veces raya en el pesimismo, cuando socialmente se lanza una mirada retrospectiva, por demás muy frecuente en casi todas las épocas y diferentes latitudes, que suele embellecer el pasado y considerar el presente con excesiva aspereza.
Porque hasta esas visiones extremas expresan de algún modo la importancia que para cubanas y cubanos tienen esos valores esenciales del humanismo revolucionario. Valores que en muchos casos son universales, pero donde también hay otros muy específicos de nuestra propia concepción socialista y diferente, sobre cómo mejorar el mundo en que vivimos, y sobre todo: cómo no quisiéramos que fuera la nación que hemos venido construyendo con tanto sacrificio.
Ese latido popular, esa hipersensibilidad ante lo bueno o lo malo que avanza o retrocede en la sociedad cubana, no solo es una clara expresión de nuestra peculiarísima defensa de los mejores valores de las personas, esos que sirven como premisa para una sociedad más justa y provechosa, sino que refleja la comprensión existente, desde el ejercicio más primario de ciudadanía, sobre la necesidad insoslayable de continuar su constante fomento en nuestras condiciones actuales y hacia el futuro.
El debate sobre cómo hacer prevalecer en Cuba cada día lo mejor de las personas, sus valores más positivos, va más allá, definitivamente, de ciertos acontecimientos terribles que nos ponen ante el espejo de nuestro actual grado de civilidad.
De ese espanto inaceptable que tanto repudio y preocupación provoca en nuestro pueblo cada vez que se produce, es imprescindible sacar lecciones que nos permitan continuar por la senda del mejoramiento humano y la virtud que deseamos y merecemos.