Cuando se es ciego de nacimiento la infancia suele transcurrir con normalidad, “ríes y juegas y nada te preocupa”, como cuenta Armando Espinosa Caballero. Pero es justo cuando creces y te preguntas qué hacer con tu vida, que todo se vuelve un caos.
Esa disyuntiva la vivió el camagüeyano Armando hace casi cuatro décadas. Nacido en la comunidad de Aguilar, del municipio de Vertientes, las esperanzas de acudir a la Abel Santamaría en La Habana, la única escuela que en aquel entonces educaba a discapacitados, fueron nulas.
Una tía lo acogió en la cabecera provincial y mientras debatía su futuro, escuchó a Fidel Castro en el Primer Congreso de la Asociación Cubana de Limitados Físicos Motores (Aclifim) hablar sobre la importancia de incorporar a las personas con discapacidades al trabajo. La alegría fue tal que estuvo entre los primeros escogidos para casi ocho meses después, el 25 de mayo de 1988, fundar el Taller de Discapacitados en Camagüey.
El lugar de las oportunidades
De los fundadores quedan pocos, pero en lo que coinciden todos los que han pasado y los que aún laboran, es que es el lugar de las oportunidades y de consolidar el futuro.
Ernesto Guevara Hernández, jefe del taller, cuenta que desde sus inicios la factoría se creó para insertar en la vida laboral a las personas con discapacidad. “Aquí, detalla, ellos ocupan una plaza de artesanos de producciones varias y realizan con desechos de las industrias todo tipo de elementos artesanales, como alfombras, jabas, agarraderas, cojines, cajitas”.
Son un poco más de 30 trabajadores con 23 discapacitados miembros de la Aclifim, la Asociación Nacional de Sordos de Cuba (Ansoc), la Asociación Nacional de Ciegos y Débiles Visuales, (Anci) y con retrasos mentales moderados. Además, los acompaña una intérprete de señas y unas costureras.
El taller, como dice Armando, quien lidera la sección sindical, “es donde nos sentimos útiles a la sociedad y vemos cómo depende de nosotros el cumplimiento de un plan. Es mi segunda casa”.
Para Ángela Montesino la Rosa, fundadora del local y sorda, es igual un buen lugar, en el que trabajará hasta la jubilación, “porque es donde me siento bien y útil”.
Para garantizar el futuro
Aunque son cinco talleres en la provincia agramontina – ubicados en Minas, Sibanicú, Nuevitas, Florida y en la cabecera –, afiliados a las Industrias Locales y más de dos mil las personas con discapacidades varias que están insertadas laboralmente, se debe pensar en el futuro.
Las capacidades no cubren la demanda y aunque algunos obtienen puestos de trabajo en otras entidades o están en el sector no estatal, lo cierto es que esos lugares no cuentan con las condiciones ideales. Así le sucede a la joven Yaremis Sánchez Altunaga, quien por complicaciones en el nacimiento se quedó sorda y en la Aduana Provincial, aun cuando se siente bien, “no tengo intérprete que me ayude a superarme y solo me dedico a la limpieza”, dice.
En cambio la atleta de tenis y sordomuda Gladisbel Matos Matos ha corrido mejor suerte. Cuando comenzó a trabajar, la ubicaron en la fábrica de galletas, pero no la entendían ni tenía con quien hablar. Entonces se abre una plaza en el taller y la trasladan. Y como cuenta, “enseguida me sentí bien, habían otros sordos y la comunicación era mejor. Hay lugares donde te excluyen, pero aquí todos somos iguales y tenemos derechos”.
Y para poder producir
La materia prima para los talleres les llega de los desechos textiles de otras entidades, como Confecciones Caonex, pero la situación económica que atraviesa el país y el recrudecimiento del bloqueo, cada vez más dificulta esto.
“Nuestras producciones, explica el jefe del taller, se comercializan en tres puntos de expo venta que tiene la empresa y las alfombras y las jabas son muy demandadas. Sin embargo, ahora nuestro producto líder son las cajitas.
“Durante la Covid-19 nos convocaron para apoyar a los centros de aislamientos con ellas y ya hoy tenemos una capacidad productiva de entre 10 y 12 mil cajitas mensuales.
“No obstante, lo que hacemos no garantiza el salario y hemos tenido que trabajar con pérdidas. Desde la empresa nos atienden, pero sería valedero enlazarnos con otros productores, como en otras ocasiones, para que ellos traigan la materia prima y se hagan los productos aquí. En esa época hicimos jabones, pinturas y hasta utilidades obteníamos”.
Generar alianzas, como aquellas, o con los nuevos actores económicos, sería un paso importante para garantizar ingresos en una economía menguada, donde no se pueden permitir los gastos innecesarios y menos en un espacio tan sensible.
Los planes anuales del taller no superan el millón de pesos y, con esfuerzo, el pasado año se cumplió la mitad. Las carencias son muchas, los ingresos menores que los gastos, pero los deseos de hacer de los trabajadores del Taller de Discapacitados son enormes, porque allí, como dicen son más útiles.