Es muy improbable que alguien en Cuba no haya tenido nunca la experiencia de presenciar o hasta de protagonizar alguna de esas catarsis individuales o colectivas en que derivan no pocas veces muchas de las reuniones y los análisis donde supuestamente se pretende debatir un problema.
Alguien toma la palabra, o varias personas, para empezar a recitar un rosario de penalidades y de afirmaciones a veces demasiado absolutas, fuera de contexto en ocasiones, pero casi siempre también con una parte grande de razón, lo cual funciona con frecuencia como un desahogo ante la acumulación de obstáculos y deficiencias que no tuvieron solución natural por los mecanismos y vías que debieron impedir su reproducción y permanencia en el tiempo.
Con los nuevos tiempos, también llegaron las redes sociales y los grupos de mensajería colectiva como vehículo cotidiano de discusiones catárticas, caóticas y donde la pasión casi no deja espacio a la razón.
Con la distancia física y psicológica entre las personas y los teléfonos u otros dispositivos electrónicos de por medio, las catarsis por vía electrónica la mayoría de las veces impiden lo que se supone que sea el objetivo de esos medios tecnológicos: mejorar la comunicación.
Y no es que la catarsis, uno de cuyos significados posibles es purificación, limpieza, sea de por sí negativa. En definitiva, cuando presenciamos o hasta protagonizamos una de estas descargas de pasiones y reservas contenidas que aprovechan una oportunidad pública para manifestarse, lo más inteligente será siempre tratar de deslindar lo emotivo, e ir a la raíz de los males que produjeron tal eclosión.
Esas catarsis deben ser hábilmente interpretadas y bien utilizadas por quienes tienen la responsabilidad de dar respuesta ante sus subordinados, a la ciudadanía o incluso en el ámbito familiar, donde también puede ocurrir, pues expresan un descontento que nació de algún error o tratamiento inadecuado de determinada situación que no pudimos manejar correctamente o no supimos prever para impedirla .
La obligación de escuchar, de prestar atención a lo que nos dicen, incluso a aquello que nos disgusta, o que no compartimos, o que revela una posible falta de información o falla en la comunicación, es esencial para atajar y sofocar la catarsis, para que no predomine como estilo o se afiance en el clima cotidiano, de modo que nos impida un análisis de veras reposado y fructífero de lo que resulta necesario hacer.
Por supuesto que esto es más fácil decirlo que hacerlo. Somos por idiosincrasia temperamentales, mayoritariamente extrovertidos y a muchas personas les falta práctica para el diálogo, y para ponerse en el lugar del otro.
A veces, hasta al más pinto de la paloma nos hierve la sangre en medio de una de esas descargas emocionales. Pero si queremos construir una sociedad más participativa y democrática, tendremos que aprender a asimilar y tener más en cuenta los saberes colectivos, incluyendo prestar cada vez mayor atención a los signos y síntomas de las verdades útiles que suelen venir detrás de esa exaltada y en apariencias inoportuna contrariedad que puede resultar, cuando somos testigos o hasta protagonistas, de una catarsis.