Las tantas veces referidas distinciones entre calidad y popularidad, o mercado y jerarquía artística, alcanzan en el ámbito del videoclip singular relevancia, a partir de las características y cometidos de este producto audiovisual. De hecho, el propio concepto del término “producto” puede ofrecer pistas: cosa producida para vender.
Un videoclip primero que todo tiene que ser funcional. Y su cometido primordial es precisamente acompañar, socializar, promover un tema musical específico.
Mucho se discute sobre la relativa autonomía de este audiovisual en el contexto actual, ante el impacto de las redes sociales y las nuevas lógicas del mercado. Pero lo cierto es que sin producto —obra— musical, no hay videoclip. Y esa relación marca esencialmente la estética de los videos.
Ahora bien, garantizada la funcionalidad, el vuelo artístico de un videoclip depende de las pretensiones y la capacidad de realizadores, músicos y productores. Hay videos que son, indiscutiblemente, obras de arte. Y otros no pasan de ser mercadería seriada… lo que no significa, por supuesto, que carezcan de determinados valores estéticos.
La popularidad de un videoclip está necesariamente asociada a la del tema musical que acompaña. Y todo se relaciona también con las veleidades del gusto, que a su vez tiene que ver con la cultura, la sensibilidad y la capacidad de análisis del público.
La más reciente edición de los Premios Lucas avivó la polémica. El galardón de la popularidad, que se selecciona a partir de determinados medidores y que obviamente representa solo a los que votaron y no a todo el público potencial, saltó las alarmas. Y algunos culparon al proyecto Lucas por promover a artistas y expresiones con discutibles implicaciones estéticas y éticas.
La reflexión tiene que ser más profunda. Quizás haya que revisar la metodología de la selección de los premios; pero convendría también analizar el fenómeno evidentísimo de la regresión del gusto en no pocos sectores de la población.
Y si se revisa lo que ha premiado el jurado del Lucas, más allá de comprensibles subjetividades, se podrá comprobar que han sido creaciones de altísimo vuelo… que se transmiten habitualmente en el programa.
La televisión a estas alturas no es la única —y para mucha gente ni siquiera la más importante— plataforma de socialización del videoclip cubano. Y en momentos de acentuada avalancha colonizadora en la cultura no se puede menospreciar ninguno de los espacios de promoción y comercialización de la música y sus audiovisuales: los convencionales, los alternativos, los “marginales”… El videoclip es ahora mismo un desafío para la política cultural de la nación.