Pudiera parecer una exageración, pero Reynel Rojas Medina lo afirma: “Lo que hice en 10 años tuve que volverlo a hacer en tres meses para sembrar 13 hectáreas de tabaco tapado”. Y hasta los más neófitos pueden corroborarlo con solo ver las infraestructuras recién levantadas, el olor de la madera y el montón de varas y cujes que quedan por parar.
El huracán Ian, que a principios de octubre azotó el occidente de Cuba, se ensañó con las vegas. En la faja sur, exactamente a unos ocho kilómetros de la carretera que une la ciudad de Pinar del Río con La Coloma, devastó la infraestructura tabacalera. “Aquí no quedó nada, tierra nada más”.
Sus ojos brillan, no hay tristezas, más bien satisfacción y orgullo: En su finca El Junco han recuperado el ciento por ciento de lo perdido. “Tengo 95 hombres trabajando, aquí hay camagüeyanos y de otros territorios que laboran con esmero y exigencia”.
Modernamente ataviado, respetando los códigos guajiros; quizás como lo hace cotidianamente o por la visita anunciada, Reynel, el joven heredero de la familia y la cultura de sus ancestros, enfrentó preguntas de un centenar de periodistas nacionales y extranjeros, que llegamos a sus vegas movidos por el Festival del Habano.
Sus respuestas son convincentes, en sus 33 años ha bebido la experiencia del abuelo y del padre productores de tabaco, y desde hace una década asumió las vegas (2 hectáreas propias y el resto en usufructo), que le permiten cultivar y cosechar con excelente calidad, las finas hojas que luego vestirán a los famosos puros.
Ciencia e innovación
La ciencia se impone en las vegas y la mente fresca de Reynel capta detalles para replicar en cada faena. “Perdí los semilleros, las tres casas de tabaco, el zinc. Por esta zona fue parejo, todos los productores tuvieron afectaciones; algunas casas quedaron en pie, aunque hubo que pasarles la mano, estaban jorobadas, con algún lateral perdido.
“El tabaco tapado tiene muchos requisitos, si no cumples no logras capa de exportación” y grosso modo enumera los pasos: “Empieza con las posturas, a los 21 días se le echa el tercer fertilizante, se aporca, se le pone la tela, y la capa se empieza a cosechar a partir de los 60 días, según la variedad que cultives.
“Ahora tengo Criollo 2018 (lo veo espectacular), y Corona 2020, una variedad que estamos probando, porque siempre sembrábamos Criollo 98, que ha degenerado y la pata prieta lo afecta mucho. Tengo tabaco ensartado vendido, se llevó a la escogida para el beneficio y tengo para seguir zafando”.
Un colega indaga por el apoyo a la recuperación, y sin titubeos, Reynel responde: “Incondicional, sin apoyo no habría tabaco, a pesar de que tengo maquinaria, garantizaron la madera, el zinc, la puntilla. Pregunto sobre la disponibilidad de insumos productivos.
“Sin problemas y este año, después de la desgracia, el clima ha sido muy bueno: no hay plagas, no hay moho azul, entonces hay que gastar menos insecticida, menos fungicida, parece que el viento se llevó lo malo que había”.
No se conforma ni se confía: “Cada año hay que ponerle un poquito más, este es para arriba; otros campesinos también han logrado buenas plantaciones, tratamos de sembrar lo que más rendimientos da; esta vega de Corojo 2020 la veo supersónica, tengo 18 mil cujes en casas de cura y logramos 1,3 toneladas (t) por hectárea (ha)”.
¿Pudieras llegar a 3 t/ha?, pregunto, y asegura que “en el tabaco tapado es imposible: la hoja tiene que ser muy fina, con elasticidad y grasa para que sea capa; si no le ponemos la tela a los 21 días, sino a los 30 para que engruese más, ya no sería capa.
“Esto es bonito, se te mete y hay momentos en que no quieres ver más, la planta habla por sí sola”.
Siguiendo la tradición del abuelo, sus tierras se cultivan con tabaco, excepto cuando, después de recolectarlo siembra canavalia (variedad de frijol) que incorpora nutrientes; al año siguiente recogen la materia orgánica que dejan las crecidas de los ríos y las aplican también al suelo.
Otros temas quedan en la agenda: el sistema de pago que aplica, con salario fijo y estímulos; el cultivo de arroz, frijoles, viandas y la cría de ovinos y cerdos para alimentar a los trabajadores; los vínculos con otros productores.
Y el recuerdo de alguna visita a la finca del abuelo Ismael Medina, un viejo con mañas y tradición legadas al retoño, bajo atejes y palmeras, en las vegas del buen tabaco que, antes y ahora, dan placer a millones de fumadores de todo el mundo.