Editorial: Nuestras Elecciones (II)

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Cualquier extranjero que llegue por primera vez a Cuba en período electoral, se asombrará de no encontrar pasquines con los rostros de los candi­datos, ni en postes ni en paredes, ni en anuncios de televisión pagados.

 

 

No hay propaganda electoral individual. No hay promesas de soluciones milagrosas. No hay debates televisados, donde los contendientes compiten por el favor de las audiencias, atacán­dose mutuamente en un show de boxeo verbal.

Lo que es tan común en otros países, aquí son prácticas que desaparecieron al mismo tiem­po que el pluripartidismo.

Los nominados, al ser electos como diputa­das y diputados, no tendrán ingresos extraordi­narios y otros muchos beneficios, algo muy co­mún en otros países, donde a veces las cifras las aprueban los mismos que legislan.

Lo único que ganarán los nuestros, es más trabajo, más responsabilidad, más compromiso. Y, por supuesto, el reconocimiento popular, si lo­gran resultados.

A los 470 candidatos a integrar esta vez la Asamblea Nacional del Poder Popular, la nación solo les ofrece lo que José Martí a Máximo Gó­mez en la histórica carta en la que lo convocaba a hacer la Guerra Necesaria: “el placer de su sa­crificio y la ingratitud probable de los hombres”.

Un escaño en el Parlamento cubano no es un sillón mullido donde mecerse por los méritos. Es un sitio en la trinchera de las ideas. Dura y enal­tecedora misión que jamás entenderán quienes confunden valor con precio o miden a los seres humanos por lo que tienen y no por lo que son.

En nuestro archipiélago, con su Isla grande, su Isla pequeña y sus numerosos cayos, todos los ciudadanos con capacidad legal, pueden inter­venir en la dirección del Estado, directamente o por medio de sus representantes elegidos.

Todos tienen derecho a nominar y ser nomi­nados y a elegir y ser elegidos, para ocupar car­gos en los órganos del Poder Popular. En igual­dad de oportunidades, son las capacidades, los valores, los méritos y el prestigio personal, los elementos que determinan la inclusión de los propuestos en las listas originales.

Toca luego a la Comisión de Candidaturas, integrada por representantes de las organizacio­nes de masas y estudiantiles, analizar el conjun­to de propuestas que emergen de los plenos de las organizaciones, para seleccionar a los pre­candidatos con un criterio que garantice la ma­yor representatividad posible de la nación que somos y luego consultarlos con cada delegado de las asambleas municipales del Poder Popular, que son los que aprueban las candidaturas.

El Consejo Electoral Nacional, órgano del Estado que se encarga de organizar, dirigir y supervisar las elecciones, deberá asegurar, por su parte, la transparencia e imparcialidad de los procesos de participación democrática, validar los resultados e informar a la nación.

Los diputados elegidos serán decisores acti­vos en la definición de la estrategia con la que el país enfrenta las consecuencias cotidianas del bloqueo, recrudecido por el imperio en su obsti­nado empeño de hacer inviable nuestro sistema de gobierno, para que el pueblo sea finalmente vencido por las persistentes carencias y hasta por la incredulidad inducida contra sí mismo por los enemigos de la Revolución.

Mientras esa política criminal prevalezca en la agenda para Cuba del vecino arrogante que desconoce e irrespeta nuestra democracia, el nuestro seguirá siendo un Parlamento en zafa­rrancho resistente y creativo, por el bienestar de los ciudadanos y el desarrollo del país. A pesar del bloqueo.

Y si aún con esos argumentos, alguien pre­guntara por qué felicitamos a los candidatos, conociendo todo el trabajo y los desafíos que les esperan, habría que responderle con palabras dichas por Fidel hace 30 años, en vísperas de constituirse una legislatura nueva frente a un mundo incierto:

“Los valores que defendemos son muy sa­grados, son muy altos, son muy poderosos, son los valores de la patria, son los valores de la Revolución, son los valores del socialismo, son los valores de la justicia, son los valores de la igualdad, son los valores de la dignidad y del honor del hombre. Esos valores tienen un peso tremendo”.

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