La excelente acogida de muchos de los conciertos de la edición 38 del Festival Internacional Jazz Plaza, en La Habana y en Santiago de Cuba, confirma lo que se sabe desde hace tiempo: en Cuba hay un público para el jazz, en todas sus aristas, un auditorio conocedor y entusiasta.
Y también se hace evidente la calidad de los instrumentistas, cantantes y compositores cubanos que han demostrado credenciales en presentaciones junto a reconocidos intérpretes internacionales.
No hay que seguir insistiendo en la polémica musicológica sobre la existencia de un jazz cubano, que para algunos en todo caso sería una variante del jazz latino, y para otros, más que una distinción formal o genérica, es una actitud ante la música.
Sea jazz cubano o jazz hecho en Cuba o fuera de Cuba por cubanos, lo cierto es que sus expresiones tienen un vuelo y una singularidad extraordinarios en el panorama internacional de ese género.
Y el éxito en los más reputados escenarios y certámenes del mundo de músicos formados aquí puede dar una idea del gran caudal creativo que germina: el relevo está más que garantizado.
En Cuba se hace jazz en diálogo permanente con el inmenso patrimonio de la música cubana, con su sólida tradición. Y es que el jazz, más que un género, es en sí una cultura, ámbito de confluencias múltiples, entramado mestizo.
No en vano el Festival Jazz Plaza hace particular énfasis en la relación armónica con el sistema de enseñanza artística. En las aulas de los conservatorios se forman ahora mismo músicos que beben de un legado, en práctica cotidiana de varias de las concepciones estéticas del jazz contemporáneo, renovadoras por esencia.
Muchas veces la academia ha ido a la zaga de las realidades musicales. El jazz merece hace tiempo más atención en los programas lectivos. Algo se está haciendo ahora mismo con la creación de la cátedra de música popular en la enseñanza media. Pero la propia existencia de un sistema formativo para músicos de amplísimo espectro ha posibilitado contar con exponentes con sobradas capacidades. Lo que resta es el talento, la sensibilidad y las altísimas dosis de creatividad que exige —y propicia— el jazz.
Esta edición ha sido una buena cita, pese a ciertos escollos: habría que lograr que todos los conciertos comenzaran a la hora pautada, quizás concebir otros horarios, teniendo en cuenta las dificultades con el transporte a altas horas de la noche… Pero se hizo muy buen jazz, con intensidad y sentimiento. Está claro que Cuba es y seguirá siendo una plaza fuerte para el género.