Casi todas las profesiones tienen sus propios códigos de conducta ética o principios que suelen regular la práctica de quienes la practican. Pero más allá de esas normas o creencias comunes en cómo deben las personas comportarse en cada campo del conocimiento, debería haber un sentido similar que funcionara en el marco más amplio de cualquier profesional, en relación con otras áreas o saberes específicos.
Me explico. Lamentablemente, es frecuente encontrar quien juzga, critica y emite criterios sobre el trabajo de otros profesionales cuya labor no solo desconoce, sino que tampoco puede valorar en toda su complejidad o alcance.
Y no es que estemos en contra, al contrario, de la crítica como un derecho de cualquier individuo, en función de mejorar o señalar lo que considere errores de sus semejantes, o para sugerir mejoras específicas en cualquier área del conocimiento.
Pero cuando uno no tiene los saberes o las habilidades técnicas necesarias para ofrecer argumentos especializados sobre un tema, lo mínimo que puede hacer es reconocer que su visión sobre el asunto parte desde una percepción diferente, no experta, en la que pueden tomar parte las preferencias, los gustos o hasta lo que creemos más o menos apropiado o conveniente.
Esta ética o respeto supraprofesional, o sea, que trasciende una materia u objeto de estudio determinado, a veces la echamos mucho de menos en la vida cotidiana.
Resulta verdaderamente chocante cuando hallamos a quien de forma festinada emite consideraciones y juicios sobre lo que no conoce, desde una tribuna de falso experto en cualquier disciplina. Y lo peor, es que suelen disfrutar de hacerlo en público.
En no pocas ocasiones quien actúa de eso modo poco ético ni siquiera se percata de que lanza sus diatribas en círculos de personas que no conoce, que pudieran ignorar el tema sobre el cual se habla, pero también a veces ocurre lo contrario, y sencillamente hacen el ridículo.
Por supuesto que en el primero de los casos la situación resulta más dañina, porque escuchar o leer una crítica despiadada o las elucubraciones de un profesional sobre la labor de otro, puede muy bien causar perplejidad o confusión en cualquier oyente desprevenido.
Pero si el sujeto sabihondo tiene la mala suerte de tropezar en su público con alguien que sí sabe de qué se habla, no solo se expone a pasar un mal rato, sino que su propia profesionalidad puede quedar en entredicho.
Porque como sea que ocurra, ese tipo de posturas dejan mucho que desear sobre la verdadera capacidad profesional y humildad intelectual de quien escarnece sin saber, censura sin reconocer, y hasta cuestiona sin leer.
En materia de ética profesional, siempre es preferible preguntar lo que nos ofrece dudas, que adelantar valoraciones sobre lo que desconocemos, a riesgo incluso de enrarecer un debate y entorpecer las verdaderas soluciones a un problema.
Casi es preferible pasar por ignorante, que no por engreído y soberbio, que es la peor de las ignorancias, porque es la del desconocimiento sin la generosidad.
Pensemos siempre que quien emite criterios despiadados, a sabiendas por demás de que también pudieran resultar infundados, muy posiblemente no sea tan bueno, si no profesionalmente, al menos como ser humano.
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Con Filo: «Ética supraprofesional» del 24 enero, 2023 • 9:45 por Francisco Rodríguez».
Seguro, estimado Francisco, nuestra Revolución presentó la obra del Quijote a sus fieles seguidores, y seguidamente les garantizó oportunidades de participar; entonces les dijo: «no creas, lee».
El cambio radical dejó atrás los científicos «chiveros», de provetas de laboratorios médicos, de pastillas de talco cosmético para el enriquecimiento ilícito a costa de dolencias curables. Inspirado en Marti, nuestro Fidel formó a sus propios «escribas y fariseos». A ellos les encargo crear los nuevos conceptos e incorporar las prácticas socio-politicas más justas y avanzadas del planeta sin perder lo fundamental del ideario en la lucha centenaria,
La Revolución nunca condenó, ni repudió las impericias en los saberes sobre todo aquellos que buscan logros contra el tiempo con intenciones desesperadas ante cualquier inmovilismo de quienes más saben. A estos la Revolución no les condena; pero a la vez les pide que deben fundar su validez a posteriori en la experiencia popular.
Es precisamente en este último aspecto el que más obliga válidar cualquier otra experiencia codificada, o no, con respecto lo que se espera a priori: que resulva los conflictos novedosos a partir de lo viejo, de lo clásico estudiado; aquí es inestimablemente válida la invitacion practicada por nuestros, medios, nuestros diarios, «Trabajadores» entre ellos. Es cierto que las ínfulas bordadas solo por el querer sin «el saber cómo», sin tabular resultados, ni códigos, eso por supuesta molesta. Pero a la vez ello no exime pedir que por muy competente que luzcan también los eruditos, ellos deben fundar su validez a posteriori en la experiencia popular. Aquí, son válidas cualquier otra experiencia codificada, o no. Es conveniente que las opiniones fluyan, que tengamos la más amplio expectro para seleccionar resultados para el bienestar esperado a priori, aquí es inestimablemente válida la invitación practicada por nuestros diarios, «Trabajadores» entre ellos. Cierto que las ínfulas sin bordadar, sin tabular molestan mientras la ética supraprofesional madura sus resultados y justifique su existencia farisea al contar con cada vez menos años para compararse en supervivencia con los viejos tiempos y formas y con los nuevos intentos, algunos fracasados por otras revoluciones sociales, políticas y económicas de filosofias tan auténtica como la nuestra.
Gracias.