Por estos días recorren las redes sociales de Internet hechos que parecerían no tener que ver nada entre sí.
Una cantante internacional estrena una canción donde se queja de la infidelidad de un esposo también famoso, y mucha gente la juzga a ella, más allá de la calidad artística de la obra, solo por el hecho de hacerla una mujer.
Mientras que en Cuba un sujeto condenado por abusos lascivos y que gozaba del beneficio de una libertad vigilada, se atreve a burlarse de sus víctimas en público, y termina en la cárcel por su mala conducta.
El factor común de ambos hechos —que no son los únicos que han ocurrido, por cierto— es esa discusión contemporánea que continúa sobre la defensa de los derechos de las mujeres, y la persistencia de un machismo que insiste en inferiorizarlas, restarles valor a sus sentimientos y aptitudes, e incluso en casos extremos abusar de sus cuerpos y sus mentes.
Las políticas de igualdad y de empoderamiento de la mujer en nuestro país durante más de 60 años de Revolución muestran resultados notables, que van más allá de las legislaciones y las oportunidades sociales y económicas alcanzadas, para empezar a evidenciar una todavía tímida transformación cultural e ideológica en nuestra sociedad.
Pero también hay conciencia de lo mucho que falta en ese camino de desmontar las diferencias de poder real que sobreviven entre los hombres y las mujeres.
Para ellas todavía las realizaciones personales pasan por pruebas mucho más difíciles a las cuales las somete el entorno social solo por el hecho de ser mujeres.
Incluso con buenas intenciones de comprenderlas y beneficiarlas, no es extraño que a veces se nos escapen reacciones de condescendencia y de subestimación hacia sus posibilidades y derechos como seres humanos, perfectamente iguales a los de sus pares hombres.
Las brechas y transformaciones económicas de los últimos tiempos también han hecho mella en estas disparidades entre los géneros, con independencia del protagonismo innegable que ejercen nuestras mujeres en las más disímiles facetas de la sociedad cubana actual.
Pero la violencia de género en todas sus manifestaciones aún no ha sido, ni por mucho, desterrada de nuestra realidad cotidiana. Todavía hay un fuerte imaginario social tanto en hombres como en mujeres que las atrapa a ellas en roles estereotipados, en obligaciones familiares y sociales excesivas, en incomprensiones y abusos físicos, psicológicos y hasta simbólicos.
Desmontar todo ese entramado de siglos de dominación de un género sobre otro solo es posible desde una perspectiva que la teoría y la política han dado en llamar feminismo, y que por muchas razones molesta y causa escozor en no pocas personas en el mundo, y también en nuestro país.
Organizaciones de masas como la Federación de Mujeres Cubanas, activistas sociales desde las más disímiles perspectivas, personalidades de la política y la academia, mujeres y hombres comunes que asumen ese cambio esencial en el modo de relacionarnos, dan la batalla por ese objetivo de largo aliento.
Porque comprender ese desbalance todavía presente entre los poderes de hombres y mujeres, y su carácter ideológico, cultural y político, es una obligación ética de quien en estos tiempos pretenda considerarse revolucionario y progresista.
Y a quienes no lo entiendan así, ya la vida se los enseñará, ya sea por las buenas —que sería lo ideal— o hasta por las malas de ser necesario.