Luego de varias jornadas de intenso trabajo en la Asamblea Nacional del Poder Popular, la rendición de cuentas del presidente de la República, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, resumió temas de gran trascendencia para la vida económica y social del país.
Una frase de su discurso sobresalió enseguida, primero entre las diputadas y los diputados que rompieron en una ovación, y luego entre toda la ciudadanía que se apresuró a reproducirla, compartirla y comentarla por diversas vías.
El primer secretario del Comité Central del Partido planteó ante los representantes del pueblo su enorme insatisfacción personal por no haber sido capaz de lograr, desde la conducción del país, los resultados que se necesitan para alcanzar la anhelada y esperada prosperidad.
La humildad y sinceridad de su planteamiento tocó las fibras humanas de nuestra gente, sobre todo porque la inmensa mayoría de las cubanas y los cubanos hemos visto y reconocido en el Presidente a un trabajador incansable, en medio de condiciones extremadamente difíciles e inéditas, y como él dijera también, de adversidad en adversidad.
La autocrítica honesta ha sido una enseñanza de los grandes líderes de la historia de Cuba, y en particular de la etapa revolucionaria.
Nuestro Comandante en Jefe Fidel lo hizo en múltiples ocasiones, yendo incluso a veces más allá de sus propias responsabilidades. El General de Ejército Raúl Castro ha convertido también el análisis autocrítico en un estilo de trabajo que siempre ha sabido combinar con la capacidad de delegar atribuciones, hacer equipos y controlar los resultados.
No obstante, lamentablemente no siempre esa ha sido la norma de actuación de muchas personas que en Cuba ocupan puestos de dirección.
Resulta bastante frecuente que escuchemos demasiadas justificaciones cuando las cosas no salen bien, o ni siquiera salen. Incluso en tales oportunidades hasta puede que se planteen argumentos reales para explicar un incumplimiento, pero esas razones no suelen acompañarse con ese reconocimiento tácito, honesto y limpio, de que no se logró cumplir con las expectativas que la población tenía ante cualquier labor.
Y no nos referimos a algunas poses calculadas que a veces se intercalan entre frase y frase, al estilo de “sabemos que esto no satisface las necesidades de la población, pero bla, bla, bla”. No es eso.
Se trata de jugársela de verdad, con el corazón en la mano, ante quienes son la razón de ser de esas funciones públicas que se desempeñan, y ofrecer como única respuesta trabajo y más trabajo, para intentar acercarse a lo que se espera y necesita.
Bienvenida entonces esa insatisfacción que —paradójicamente— tanto satisface, porque nos compromete más como pueblo a acompañar a quien la siente tan profundamente, la admite con total transparencia y la combate desde su ejemplo y entrega, para juntos echar rodilla en tierra, con la manga al codo, en la solución de los problemas.