RETRATOS: Lupe y el reto de ser tornera

RETRATOS: Lupe y el reto de ser tornera

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Lupe Rodríguez Cruz tenía 18 años cuando llegó a los talleres de Naranjito (hoy Unidad Empresarial de Base Motor Centro Industrial), en el municipio Diez de Octubre. Se había graduado como tornera, y ese lugar era idóneo para iniciar la vida laboral.

 

Lupe Rodríguez no cree que los hombres tengan condiciones superiores para ser mejores torneros que las mujeres. Foto: María de las Nieves

 

Ahora, cuando mira hacia atrás, confiesa que eligió ese oficio porque quería terminar pronto los estudios, para independizarse, empezar a trabajar, ganar dinero y ayudar a sus hermanos.

“Iba a comenzar la secundaria básica cuando mi mamá falleció, tiempo después murió mi papá. Éramos ocho hermanos. Los dos más pequeños fueron para un hogar sin amparo familiar; yo fui becada para la Secundaria Básica en el Campo Mártires de la Coubre; después ese centro lo repararon y pasé para República Popular de Mongolia, en Batabanó. No me gustaba, y venía los fines de semana para la casa de una tía”, recuerda.

“Así que matriculé en el Instituto Tecnológico Armando Mestre, en Arroyo Naranjo y me hice obrera calificada, era lo más rápido”.

 

Rompiendo estigmas

Transcurría septiembre de 1984, cuando la jovencita hizo su entrada en el taller y muchos la miraron con incredulidad. ¿Podría aquella muchacha tan delgada dominar el torno? “Me pusieron en el departamento de Electricidad. Ahí tenía que hacer piezas pequeñas.

“Al principio, los compañeros decían: ‘¡cuidado, que Lupe va a conectar el torno y la pieza se va a salir!’. Me pusieron un compañero para que me ayudara a apretar las piezas. Ahí nació el amor. Y bueno, Antonio y yo nos enamoramos, nos casamos y tuve a mi primera hija. Después nos divorciamos…

“Posteriormente, me pasaron al departamento de Maquinaria, a laborar en un torno búlgaro, hacía bujes para los motores de arranque. Después se incorporó otra muchacha. Ya éramos dos mujeres torneras.

“Luego integré el equipo de los imprevistos. Así le decían. Surgían trabajos urgentes y nosotros los teníamos que resolver”, afirma y señala que poco a poco, fue ganando experiencia. “No es un oficio sencillo, porque requiere de fuerza. Estuve hasta 1987, pues tuve que cambiar de tarea porque empecé a tener displasia mamaria.

“Hice diferentes funciones. Durante algunos años fui pañolera; luego en el 1995, pasé al patio para hacer el control del estado de los carros; estuve también en el laboratorio como ayudante en la reparación de bombas e inyectores hasta que me incorporé a la brigada de motores pesados, también como ayudante”.

 

Se siente respetada y querida por sus compañeros. Foto: Tahimi Ferrera

Nuevas metas

Desde que es jefa de la brigada de motores ligeros en la UEB, Lupe tiene su oficina. “Pero casi nunca estoy ahí, nada más que voy a llenar papeles, prefiero estar en el taller junto a mis compañeros”, apunta.

Manifiesta que nunca se ha sentido discriminada. “Me respetan, no me puedo quejar. Dicen que soy majadera, quisquillosa y es que me gusta que las cosas queden bien y no me tengan que llamar la atención”, alega con sencillez.

No cree que los hombres tengan condiciones superiores para ser mejores torneros que las mujeres. Ella demostró que puede ser tan buena como ellos. Y quizás, si se hiciera mayor trabajo vocacional muchas optarían por ese oficio que es de maestros. “En el torno me hice una copa y hasta un anillo”.

Confiesa que la vida no le ha sido fácil, y aunque es una guerrera, a veces se siente algo agotada. Su sueño, es poder tener su casa propia.

“Estuve en la microbrigada, cuando terminamos el edificio, tres mujeres nos quedamos sin apartamento. Se dijo que íbamos a hacer otra obra, pero han pasado cerca de 30 años. También trabajé en la construcción de círculos infantiles y en la reparación de Tarará.

“Tengo tres hijos, dos hembras y un varón. Vivo en la casa del padre de mi hijo menor. Ahora dicen que para el próximo año van a iniciar la construcción de un edificio. Yo no pierdo la esperanza. Ya tengo 56 años, ojalá que antes de que me jubile, pueda lograr mi sueño”.

Por un momento, las lágrimas salen de sus ojos. Se contiene, no quiere llorar… De pronto, se levanta de la silla y nos invita a salir de la oficina que casi ella no resiste, y nos vamos para el taller donde se siente como si estuviera en su casa.

 

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Acerca del autor

Graduada en Licenciatura en Periodismo en la Facultad de Filología, en la Universidad de La Habana en 1984. Edita la separata EconoMía y aborda además temas relacionados con la sociedad. Ha realizado Diplomados y Postgrados en el Instituto Internacional de Periodismo José Martí. En su blog Nieves.cu trata con regularidad asuntos vinculados a la familia y el medio ambiente.

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