Sin Di María, la tarea siempre se antoja más difícil para Leo Messi, que hoy jugaba el partido mil de su carrera. Enfrente de la albiceleste, el ordenado equipo australiano dirigido por Graham Arnold, que buscaba aguarle la fiesta.
Dos sólidas líneas de cuatro se parapetaban delante del arco de Ryan para evitar la llegada de los argentinos. En esos mil partidos, cuántas veces no habría tenido Messi que medirse a defensas así. En el Barça era el pan de cada día.
Sin el fideo y sin Lo Celso -que no viajó por lesión-, las señales de los primeros minutos no eran buenas, más allá de la cantidad de público que apoyaba a los sudamericanos en el Ahmad bin Ali. Messi tenía que retrasarse mucho. Partido pesado. Pocos magos en la cancha. Esto no es aquel Barça.
El 10 pide la pelota, intenta moverse entre las camisetas amarillas y la pierde hasta tres veces seguidas. Argentina lleva estancada más de 30 minutos. Y entonces apareció Messi, el Messi del Barça.
Le cayó un balón por la banda izquierda y encaró al centro, allí vio a Mac Allister y se la dio para buscar desmarcarse rumbo al área. Como si este fuera su Iniesta, metió un pase entre líneas directo a los pies de Otamendi que vio a un eléctrico Messi venir de frente y le acomodó la jugada con un toque relámpago, casi sin querer, quitándose del medio.
Entre cuatro australianos el rosarino se perfiló con una suave recepción y tiró de zurda al segundo palo por donde único podía esa pelota acabar en gol.
Una vez más, el mejor Messi para destrabar el partido, para quebrar las defensas incómodas y como tantas veces en el Camp Nou, el público coreando su nombre incansablemente. Casi mil veces.
A partir de ahí todo se hizo más cómodo. Empezó a tener más contacto con el balón, a pararse más cerca del arco. Enzo empezó a parecerse a Xavi y De Paul al más entregado Keita.
Para la segunda parte, como si los paralelismos no fueran suficientes, Scaloni, cual Guardiola en uno de sus arranques, sacó al Papu Gómez por Lisandro Martínez y colocó defensa de tres. Con Acuña y Molina como carrileros.
Al 57, la presión alta de De Paul y Julián Álvarez metió en problemas al arquero Ryan, que la perdió ante la sed de gol de Julián y de forma increíble cayó el 2-0.
Australia se abrió, intentó atacar más y los espacios eran más grandes para un Messi que sacó su prime en las contras. Como en aquella temporada de la MSN, un poco más vertical con Luis Enrique.
Encaró, gambeteó rivales, casi la cuelga en un ángulo y dejó par de veces solo a Lautaro Martínez para el tercero. ¡Qué malos recuerdos! El delantero no pudo materializar lo que parecía fácil. Claro, aquello no era el Barça, aunque Argentina también sufrió.
Un autogol cerró la pizarra, la defensa tembló en ciertas ocasiones y en la última acción del partido el Dibu Martínez, que casi había sido un espectador más, hizo gala de sus reflejos para firmar un paradón que valía el pase a cuartos.
Messi, por su parte, se aseguró jugar pronto su partido 1001. Él sonríe, saludando al público. La magia está intacta y en Países Bajos lo saben.